
Por José Carlos Elinson
Especial para ANÁLISIS DIGITAL
Ex funcionarios -y no tan ex-, que con sus actitudes despreciativas y despreciables sistemáticamente manosearon, vejaron, insultaron a las mujeres trabajadoras negándoles la dignidad básica que ellas están reclamando, caminaron al lado de las que fueron objeto de su falta de respeto durante años, todos los meses, todos los días.
El respeto por las mujeres, aunque suene a verdad de Perogrullo, debe ser diario, y la exigencia de ellas debe ser diaria.
Había una premisa mayor en la movilización, mayor y excluyente: la mujer y, como hubiera dicho Ortega y Gasset, sus circunstancias. Los de afuera, como en el truco, deberían haber sido de palo y participar de otra marcha a la que jamás asistirían: la de la vergüenza. Pero fueron a trabajar en lo que es su especialidad: confundir, mentir, falsear.
Es lamentable que dentro del cúmulo de denuncias genuinas con las que se embanderaron las mujeres de la marcha no estuvieran estas intromisiones descalificantes. De otro modo estos réprobos habrán sido parte naturalizada del todo y entonces todo, o parte de él habrá perdido un poco su valor de bandera.
Fueron los ejecutores de la violencia de género y el 8M volvieron a aplicarla disfrazada de una solidaridad cuyo significado y contenido desconocen o ignoran o simplemente pisotean y han pisoteado al amparo del poder acomodado a sus intereses nefastos.
El poder del que se valieron les fue otorgado en parte -somos pocos y nos conocemos-, por algunas de las manifestantes y, cuando esas reclamantes se empoderan, como gustan decir ahora, de la calle, permiten la entrada al espacio ganado, de sus propios verdugos.
No fue tanta la vergüenza ante tan lamentable espectáculo, como la pena.
No hay por qué dudar del júbilo que inundó las almas, los rostros y las voces de las viandantes, pero el lamento es genuino, y los operadores de la trampa y la mentira también.
No les habrá alcanzado tal vez con el daño multiplicado por años, que ahora necesitaron valerse del 8M para contemplar la reacción de sus perjudicadas y trataron de deslucir el reclamo con sus presencias desagradables y de la peor entraña.
En todo caso, y si lo pensamos con una cuota de serenidad, no se empañó el acto, sólo fueron un grupo de impresentables mostrando lo peor que nos pudo -y nos puede- pasar como pueblo si ellos son deplorables sinónimos del poder falaz.