Lengua Montaraz: “La obsesión con el despliegue de la palabra”

En los próximos días, Editorial Ana lanzará la segunda edición de Lengua Montaraz.

En los próximos días, Editorial Ana lanzará la segunda edición de Lengua Montaraz, el último libro de poesía de la escritora entrerriana, María Belén Zavallo. Mientras tanto, el periodista y escritor, Federico Tinelli, reseña su universo en estas palabras publicadas en Revista Chubasco en Primavera. 

En plena lucidez taxativa, Juan Gelman dijo que “cada libro es obediencia a una obsesión que buscaba agotarse”. En esa frase podemos empezar a discernir a la obra de lo que ella significa para su autor; la obsesión de la que habla Gelman tiene que traducirse en una escritura consciente de sí misma y que, además, produzca en el lector algo que la diferencie de las demás. 

Lengua Montaraz, de María Belén Zavallo (Paraná, 1982), -merecedora del Tercer Premio Nacional Storni de Poesía 2021, elegido por Graciela Cros, Estela Figueroa y Osvaldo Bossi-, es un libro preciso y certero. Es la imagen del monte mezclándose constantemente con la necesidad de empeñar la lengua como un sable, es el recuerdo vívido en maridaje con sacar a relucir una voz más propia para llegar a un puerto seguro. Si cada libro es obediencia a una obsesión, como dice nuestro querido poeta, Lengua Montaraz es la imagen de esa obsesión convertida en versos y estrofas que se estacan en la tierra del lector para mostrarle una forma y un lenguaje que remite a la poesía histórica del litoral sin perder la frescura que la hace una de las voces poéticas más interesantes del último tiempo.                           

El título de la primera parte del poemario se llama Monte, y a lo largo de los poemas se puede observar una mezcla de descripción ubicua y el menester de explorar fuera del alambre, sustantivo recurrente que expresa la sensación de encierro que lo montaraz, para nosotros los citadinos, siempre pareciera carecer. “Le dejo al monte que me guíe aunque sepa que los cardos van a pelear por mi piel” declara Montaraz. La incomodidad del paisaje permanece en Sueño Lúcido con una revelación hacia el final que nos empieza a guiar hacia las verdaderas sentencias de Belén: “Hay que morder el suelo / probar de a bocados la naturaleza / (…) Hundir la estaca que es la lengua / en el horizonte más cercano”.

La temporalidad, y el lenguaje empleado aquí, también hace mella en las claras definiciones que le dan a los poemas una atmósfera irreductible: “El campo abre un telón claro / que soporta décadas…” inicia Horas Salvajes para finalizar con solemnidad y precisión: “una cicatriz es la huella del tiempo que no pasó nunca”.

El final del monte es el escape, que desde el principio del poemario estaba destinado a ser: “Yo era chica para desconfiar pero el alambre me ahogaba” recorre un verso de No se puede salir del campo, pero rápidamente la irritación del encierro se transforma en porvenir: “la asfixia de la escucha no pudo detenerme y corrí”

La segunda exploración de Belén es la voz, lo que dice y lo que necesita expresar. Titubeos del Monte se conforma de los pequeños alaridos -buenos o iracundos- que navegan por nuestro escenario. En Cimarronas, la poeta relata la historia de la mujer perdida en una vulnerabilidad insoslayable: “Las mujeres huyen como crías colgadas / se refugian en el monte (…) presas por preñadas / presas al acecho de la caza / (…) / miran al cielo pero no encuentran un lucero / que las alumbre”. Ya desde un yo poético propio -o al menos es lo que indica el lenguaje empleado- la protagonista se entrega a un futuro sin soltar la estoicidad de lo que carga del pasado: “Sostengo mi nombre / como quien recibe las llaves / de una casa que no ha sido construida”.

En Ecos Remotos, penúltima parada hacia la salida del monte, la autora va circundando nuestro paisaje con las presencias más acérrimas a ella. Desde el poema Mi papá no fue un gran hombre o en los versos “mi mamá y su máquina / fueron el ejército contra el silencio”, pasando por metáforas cercanas a ese río de recuerdos (“En el lugar donde enterré mis mascotas / nacen flores”) para finalmente terminar en la maternidad, ya que es el ápice y la culminación de un viaje montaraz en el cual los seres queridos no son ajenos: “Hilvano laberintos mientras peino a mi hija / sus hebras también atrapan la infancia”.

Para terminar, la Salida del Monte no es necesariamente una salida física, sino, más bien, la expulsión de la ya incontenible voz hacia un afuera desconocido. En El costado blando del monte, Belén aclara: “se abre una frontera tenue entre la palma y la madera”. La sensación es clara, es por fin la mano -accionar- uniéndose a la voz y a lo que quiere nombrar: “el cuerpo siempre encuentra la salida”, finaliza. 

Cada libro es obediencia a una obsesión, Juan Gelman lo dijo, yo lo llevo como mantra. Belén lo respeta a la perfección. La obsesión de que el grito ensimismado haga el viaje que le corresponde requiere tiempo y valentía. Belén Zavallo lo logró y, terminando este espectacular libro, le desea lo mismo a su hija: 

De Inauguración de una lengua

VI

Tenemos una casa y un jardín

nuestra hija trepa hombros y escalones

nos nombra con su lengua nueva.

Inaugura otra vida

un campo también puede nacer desde su boca. 

Fuente: Revista Chubasco en Primavera 

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