Esteban Amatti, el ex boxeador que le da pelea a las adicciones.
Esteban Pepo Amatti, hijo del recordado promotor Luciano Amatti, soñaba con participar en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y para ello entrenaba fuerte, pero un tumor en una rodilla le cambió el rumbo. Una serie de sucesos lo llevaron a las adicciones, de las que, dice, es difícil salir. Se trata de una estremecedora historia que contó en el programa Cuestión de Fondo. Su lucha diaria, sus objetivos en la vida y el mensaje que, pese a todo, nunca hay que bajar la guardia. En la actualidad, mientras continúa en tratamiento, se dedica al cine y juega rugby seniors.
“Estoy bien, pero tengo el alma rota, la cocaína es un demonio”, expresó en la entrevista y dejó frases como “soy hijo del laboratorio del deporte” o “el problema de las adicciones se agudizó cuando ya no pude sostener el sueño de ser olímpico”
—¿Cómo fueron tus pasos en el boxeo?
—Desde muy chico mamé el deporte, sobre todo el boxeo, especialmente por mi padre Luciano Amatti quien fue boxeador, entrenador, promotor y su última función fue fiscal de la comisión directiva de la comisión municipal de boxeo y la Federación Entrerriana de Boxeo. Desde muy chico estuve vinculado a los rincones de los cuadriláteros, en los gimnasios, los distintos clubes. Si bien no lo practicaba lo vivía muy cerca. Si lo que hacía era jugar al rugby junto a unos compañeros de escuela. Yo iba al Cristo Redentor. Compañeros de grado de primaria, faltaba gente, me invitaron. Jugué hasta los 12 y ahí comencé a entrenar boxeo y a pelear de manera amateur.
—¿Después?
—Luego empiezo a entrenar boxeo y debuto a los 13 como amateur en uno galpón que tenía el club Paraná. Era el gimnasio de la institución. Dentro de las actividades que había tenía cine, té bingo, los fines de semana y en la semana vóley, padel y gimnasio de boxeo. Primero me decían Pepo Metralleta Amatti. Había ganado unas 20 peleas y en Echagüe perdí el nombre de batalla. En el amateurismo se pierde el nombre, en una perdí y cambié el sobrenombre. Entonces pasé a ser La Ira de Dios. Roque Romero Gastaldo (promotor fallecido) me lo puso. Una cuestión de marketing. Empecé a los 13 hasta los 23, fueron 10 años de boxeo en cinco categorías. Hice 128 peleas, perdí dos peleas por puntos, 36 empates, 31 peleas por nocaut, las demás las gané por puntos. No pasé al campo rentado por un tumor en la rodilla. Una lesión grave por la que no pude seguir compitiendo. Hice el curso de árbitro y dirigí desde el 2003 al 2015 que murió mi papá.
—También te dedicaste al arte.
—La cuestión artística empezó de chico. Actualmente me dedico al cine ficción tras realizar más de 600 documentales.
—Cómo fue el camino de las adicciones.
—Mis inicios en las adicciones fueron en la década de los 90. Soy hijo del laboratorio del deporte, en el boxeo amateur no hay control. En la inconciencia que uno es joven. Con el tumor se complicó. Cuando empezó el problema de la rodilla me empecé a infiltrar. Son todos medicamentos a base a morfina, me hice adicto. Un día dije basta, mi problema fue de laboratorio. Tuve varias etapas de adicciones. De 23 a 27, ahí paré, de los 35 a los 38 también y ahora la ausencia de no tener a mis viejos. Dentro de todo estoy bien, pero tengo el alma rota la cocaína es un demonio. Estoy haciendo un tratamiento psiquiátrico y psicológico, además de medicación porque aparecen alucinaciones. Si puedo dar un consejo, es que no prueben. Es difícil salir después.