
El escritor y cronista Martín Caparrós fue nombrado Doctor Honoris Causa en la Universidad de Buenos Aires.
El escritor y cronista, que vive hace más de doce años en Madrid, fue homenajeado en la Facultad de Filosofía y Letras. "Me duele volver a un país donde quince millones de personas eligieron a un gritón desquiciado", señaló. Daniel Guebel definió a Caparrós como "nuestro Balzac" y destacó que en toda su obra “se escucha siempre el murmullo de una voz que se abre y sabe cómo seguir hablando, que se enamora de sí misma y lucha contra esa fascinación”.
La emoción brillaba en la mirada de Martín Caparrós en su regreso a una casa educativa donde dejó de llamarse “Mopi”, como lo conocían en la infancia y la adolescencia. Familiares, amigos, periodistas, escritores y estudiantes lo ovacionaron cuando entró en su silla de ruedas al aula 108 de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) para recibir el Doctor Honoris Causa. “Esta noche ya podré sentarme con mi abuelo y con mi padre en una cena de doctores, porque ellos siempre fueron ‘el doctor Caparrós’”, dijo el flamante doctor. “Me impresiona y me emociona esta distinción dentro de uno de los pocos lugares a los que creo pertenecer”, agregó durante el acto que estuvo encabezado por el rector Ricardo Gelpi; el decano de la Facultad de Filosofía y Letras, Ricardo Manetti; la vicedecana, Graciela Morgade y el escritor Daniel Guebel, a cargo de la laudatio. “Martín es nuestro Balzac”, definió Guebel al autor de La Historia, A quien Corresponda, Los Living, Larga distancia, El Hambre, Ñamérica y un trabajo excepcional como La Voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina, coescrito con Eduardo Anguita, entre otros libros.
Manetti mencionó las dificultades que atraviesa la universidad pública por el desfinanciamiento estatal impulsado por el gobierno de Javier Milei y agradeció a la directora de la carrera de Historia de la UBA, Alejandra Pasino, por la iniciativa de proponer a Caparrós como Doctor Honoris Causa. En el aula 108 estaban la mamá del escritor, la psicoanalista feminista Martha Rosenberg; la pareja del flamante doctor, Marta Nebot; los escritores Cristian Alarcón, Paula Pérez Alonso, Martín Sivak y Juan José Becerra; los editores Ignacio Iraola y Juan Ignacio Boido; los periodistas Ernesto Tenembaum, María O’Donnell y Lalo Mir; el dibujante Miguel Rep y el sociólogo Pablo Alabarces, entre otros. El escritor y cronista, que vive en Madrid hace más de doce años, tiene esclerosis lateral amiotrófica (ELA), enfermedad que atraviesa sus memorias, Antes que nada (Random House), un libro donde no hay golpes bajos ni queja ni lamentos. Esta semana en Buenos Aires, en un viaje que suena a despedida, será homenajeado este jueves, a las 19, en el teatro Alvear, por Leila Guerriero, Cristian Alarcón, Eduardo Anguita, Daniel Guebel, María O’Donnell, Claudia Piñeiro, Miguel Rep, Graciela Speranza, Ernesto Tenembaum y Martha Rosenberg, entre otros.
Guebel --que leyó su discurso, pero también fue alternando algunas anécdotas culinarias y con el líder espiritual indio Sai Baba-- ponderó “la gloria de Martín Caparrós y no sus infortunios”, una alusión al título de la novela Ansay o los infortunios de la gloria. “Martín es nuestro Balzac; nadie como él ha llegado tan lejos”, subrayó y comparó algunas páginas de Antes que nada, las memorias de Caparrós, con las del cuento “El Aleph”, de Jorge Luis Borges. “Martín supo, desde muy temprano, que la ambición y la voracidad por tenerlo todo, probarlo todo y pensarlo todo determinaba una ética de escritor”, precisó Guebel y destacó que en toda su obra “se escucha siempre el murmullo de una voz que se abre y sabe cómo seguir hablando, que se enamora de sí misma y lucha contra esa fascinación”.
Caparrós también leyó un texto que preparó para la ocasión. “Soy un cobarde; hui de mi fracaso, de nuestro fracaso; llevo más de doce años sin vivir en mi supuesto país, en la Argentina, y en mi innegable ciudad, Buenos Aires”, confesó el ganador de los premios Planeta y Herralde de novela, el premio Roger Caillois y los premios Rey de España, Moors Cabot y Ortega y Gasset de periodismo, entre tantos otros, y recordó su experiencia como estudiante del Colegio Nacional de Buenos Aires. “En el Colegio aprendí que intentar era mejor que no intentar; pensar mejor que no pensar; querer mejor que no querer; coger mejor que no coger, y que tener la ilusión de que podías cambiar el mundo era tanto mejor que no tenerla”, reconoció el escritor que en 1974 empezó a estudiar Historia y encontró en la Universidad de Buenos Aires su nombre. Antes, durante su infancia y adolescencia, era “Mopi” o Caparrós. Como Antonio Caparrós, su padre, había recuperado una cátedra en la universidad y el hijo no quería tener que aclarar que no era su padre (ambos se llaman Antonio), decidió usar su segundo nombre, Martín.
Después del exilio forzado por la dictadura cívico militar, volvió al país en la década del 80 y dio clases en una cátedra que estaba a cargo del filósofo y escritor Nicolás Casullo. “Renuncié una tarde en que entendí que mi salario de ese mes ya no llegaba a cuatro dólares, y no quería ser cómplice de esa ficción menemista según la cual el Estado argentino pagaba la formación de sus jóvenes”, explicó y aportó datos comparativos de pobreza, inflación y educación en Argentina. A fines de los 60, uno de cada treinta argentinos estaba bajo la línea de pobreza; ahora es uno de cada tres. “Si lo privado siempre fue una característica de las sociedades latinoamericanas, Argentina era el país de lo público; ya no. Hace cincuenta años, solo uno de cada diez chicos iba a la escuela privada; ahora, tres de cada diez. Hace cincuenta años, un diez por ciento de inflación anual era un peligro; ahora sería un logro extraordinario”, ironizó.
“Sin ideas, sin debate, sin futuro, la Argentina se volvió un país reaccionario, uno donde cada gobierno hace tantos desastres que el siguiente asume para reaccionar contra ellos. Un país reaccionario es un país sin proyecto, hecho a manotazos, deshecho a manotazos”, planteó el escritor y cuestionó que cada vez más conductas anormales parezcan normales. “Nos parece normal que tantos coman poco, que tantos vivan mal, que tantos mueran antes. En el pináculo de todo eso, hay un señor que parece que entendió este clima social y decidió aprovecharlo -enfatizó sin mencionar a Milei-. Decidió que el odio y el rencor y el desprecio y el maltrato eran las herramientas que le ganarían el apoyo de millones y millones de personas que, como él, se sentían injustamente relegados; por desgracia, no se equivocó”.
El doctor Caparrós dio cátedra sobre lo que implica vivir en una sociedad donde el rencor y la crueldad son valores victoriosos. “Me duele volver a un país donde quince millones de personas eligieron a un gritón desquiciado, el seguidor de un perro muerto, un sujeto tan desagradable, tan primario, para que los representara. Parece que millones y millones de argentinos se sienten sintetizados por este señor que vocifera, amenaza y maltrata. Este señor que no puede imaginar o soportar que nadie más tenga razón. Este señor que odia a los distintos y convoca a ultimarlos. Este señor que teme tanto a la cultura y la ataca por todos los medios posibles. Yo nunca creí que mi país tuviera tanto odio, nunca creí que fuera así. Siempre supuse que la Argentina era otra cosa; ahora, por decisión de sus grandes mayorías, parece ser un país que se ensaña con sus débiles y por eso se hunde en su fracaso”.
Desde una perspectiva generacional, asumió el fracaso de aquellos jóvenes que hace más de medio siglo pensaron que podrían colaborar para que la sociedad fuera mejor. “Corresponde que aceptemos nuestro fracaso, que lo reconozcamos, para que junto con ese legado pesado y terrible dejemos un par de ideas que los próximos puedan usar para no repetir nuestras estupideces”, reflexionó el escritor y asumió que “es difícil medir un pequeño éxito personal en una sociedad tan arruinada”. En ese sentido, se preguntó: “¿Qué son unos pocos libros, algún texto disperso acá y allá, en un país que, entre otras cosas, cada vez lee menos y peor? Pero pese a todo, nos quedan cosas”. Después de consignar la destrucción y el fracaso, celebró que lo que queda es la Universidad. “En medio del desastre, la UBA no ha caído. Hace poco más de cincuenta años, cuando ingresé, estaba intervenida por un gobierno militar y tenía 100.000 estudiantes. Hoy, con muchos problemas y bajo fuego, se gobierna a sí misma y cuenta con alrededor de 300.000”.
El doctor Caparrós observó que la UBA, “una institución pública y gratuita”, continúa siendo “pese a todos los esfuerzos del régimen de odio la única universidad latinoamericana entre las cien mejores del mundo”. Y concluyó que “sigue siendo un espacio de producción y reproducción de saberes de todo tipo, pero sobre todo, sigue siendo un recordatorio de lo que intentamos ser y quizá alguna vez seremos”. Entonces todas y todos se pusieron de pie para volver a ovacionar, con sonrisas y lágrimas y las palmas afiebradas de tanto aplaudir, a “nuestro Balzac”.
Fuente: Página 12, Silvina Friera.