Por Luis María Serroels (*)

El destino determinó que hoy, jornada en la que publicamos regularmente esta columna, coincidamos con el Día de la Bandera. Nunca estuvimos de acuerdo con que se haya optado por la fecha de la muerte del prócer y no de su natalicio e incluso el día de su izamiento por primera vez (27 de febrero de 1812). Claro que estas consideraciones personales son una nimiedad al lado de la inmensa obra de uno de los más grandes forjadores de nuestra nacionalidad.

Resulta muy plausible que esta celebración haya dejado de estar entre las fechas trasladables para alentar el turismo (legítima actividad), que terminaban con el día real sin actos y el de su reemplazo con actos pero sin público por ser laborable. Bastaría con instrumentar un programa de asuetos periódicos ad-hoc para las corrientes turísticas y asunto arreglado.

Este periodista prestó juramento ante el  paño celeste y  blanco el 20 de junio de 1963 durante su servicio militar con el orgullo que genera semejante hecho donde los latidos del corazón se repotencian por tan gozoso momento.

Hablamos del Manuel Belgrano de la entrega inagotable, la modestia a flor de piel y el desprendimiento sin límites que, entre otras virtudes, lo condujeron a rechazar un premio de 40.000 pesos por su victoria en la Batalla de Salta, pidiendo que dicha suma se destinara a la construcción de cuatro escuelas primarias. Murió muy pobre y olvidado (debió apelar a entregarle su reloj al médico que lo atendió hasta su partida como pago por sus servicios). 

Al momento de extinguirse su vida, las 7 de la mañana del 20 de junio de 1820, Buenos Aires llegó a tener tres gobernadores distintos. Curiosa ofrenda a quien luchó tanto por la unión de todos los hijos de su patria. A veces hablar de la gesta belgraniana en estas tierras revela grados de ignorancia incomprensibles. Se trata nada menos que de reivindicar al gran prócer que hizo muchísimo más que darnos el paño nacional.

¿A quién se le ocurre pensar que su gran derrotero pueda despertar la masiva admiración colectiva, si tantas veces a sus ideales y acciones se los envía al archivo? Acaso a no pocos les sorprenda saber que luchó contra los ingleses en 1807 (convertido en militar en 1806 por Rafael de Sobremonte como jefe de milicias), integró la Primera Junta de Gobierno y siendo abogado brillante se convirtió en General para ir a la lucha a cuidarle la retaguardia a los montoneros de Güemes. Salió victorioso en duras batallas y sufrió por la derrota en otras. Transfirió el mando al gran José de San Martín (quien lo llenó de elogios), dirigió la campaña al Paraguay y fue Jefe del Ejército Auxiliar del Perú.

El Libertador de América dijo de él que estaba “lleno de integridad y valor moral” y que, aunque no tenía los conocimientos militares de Napoleón Bonaparte, era el mejor que teníamos en América del Sur.

¿Cómo no reafirmar la importancia de esto, comparado con los modelos progre-populistas impulsados por corruptos que hoy engordan sus cuentas bancarias? Que Belgrano –como referimos- haya debido abonarle los servicios al médico en su lecho de enfermo entregándole su reloj por su extrema pobreza, no parece hoy un mérito cotizable en el mercado de los rasgos de honradez y desprendimiento que muchos, al igual que él, supieron ostentar hasta su muerte (con el correr del tiempo el poder se convirtió en un fenomenal trampolín para enriquecerse ilícitamente y no faltan quienes hasta se ufanan exhibiendo su crecimiento patrimonial con fondos rapiñados al Estado-Pueblo).

Tal vez haya quienes consideren que haber fundado academias de altos estudios y aportado conocimiento al comercio y la industria como destacado economista no fue trascendente. Ni tampoco el sacrificio en aquellos días de miseria, hambre, desnudez y frío, cuando debió con sus soldados desprenderse de sus ponchos para cubrir y proteger las armas de la lluvia. En verdad, el único que minimizaba sus actos heroicos fue el prócer mismo, en su extraordinaria sencillez y humildad.

Aquellos dineros con que lo premió la Asamblea Constituyente del año XIII y que –como señalamos- quiso que sirvan para la educación, fueron desviados por el Triunvirato para otros fines (aclaremos que hoy en nuestra Patria el delito de malversación de fondos y peculado es moneda corriente).

Una referencia trascendente es que durante su paso por Paraná en su campaña al Paraguay, generó grandes afectos y admiración, pero en especial recibió el gesto de Gregoria Pérez de Denis, quien puso a disposición del prócer todos sus bienes y haciendas. Tanto desprendimiento la llevó a ser designada Benemérita de la Patria y Primera Patricia.

Debe recodarse que nuestro presidente Alberto Fernández a principios de su gestión, dictó el Decreto 2/2020 declarando el Año del General Manuel Belgrano. La deletérea pandemia malogró este propósito pero no mella su intención.  

Belgrano fue fundamental en los albores de nuestra Patria. Fe, valor, inteligencia, templanza y humildad siempre le sobraron. Si hoy –parafraseando a los hinchas de fútbol- le preguntásemos: Manuel, decime qué se siente, seguro que nos respondería con una frase que acuñara en sus últimos días de vida: “Siento que mucho me falta para ser un verdadero padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”. ¡Vaya si lo fue! ¡Y con creces!

(*) Especial para ANÁLISIS