Juez Salem y su defensor Uzin Olleros.
Por Manuel Lazo
En el año 2004 el hoy destituido juez de Paz de Gualeguay, recibió un diploma que acreditaba la finalización de sus estudios en Derecho Internacional fruto de un acuerdo entre la Universidad de Concepción del Uruguay y la Universita Degli Studi di Bari de Italia. Desde entonces el enorme diploma a todo color ocupaba parte de una de las paredes de su despacho de juez, cargo al que había llegado pese a no haber aprobado siquiera el examen para ingresar al Poder Judicial como empleado y reprobado todos los exámenes.
Dentro de los exámenes que Sebastián Salem no pudo sortear con éxito, se encontraba, paradójicamente, el previsto para ocupar el cargo de secretario del Juzgado al que sin embargo accedió merced a una decisión política tomada entre copas y por ser el “malo conocido”, según lo aseguró un testigo ofrecido por el acusado.
Seguramente si hubiere prestado más atención a sus estudios en cultura italiana, el hoy destituido Juez habría advertido, y evitado (?) cometer los errores que otro chispeante y jocoso mandamás de turno cometió en el pasado. Y así le fue.
Nacido en el año 12 DC, un jovencito de rulos hacía las delicias de los soldados romanos con sus piruetas y monadas levantando carcajadas en las comilonas.
Aquel niño que arrancaba risas de los soldados romanos en cada alto de sus batallas se caracterizaba por usar unas simpáticas sandalias con cintas denominadas cáligas. Considerado por el afecto de sus pares, no porque supiera de guerras o estrategias sino, como quedó dicho, por lo chispeante de sus comportamientos en público y en fiestas, el joven romano, apenas llegó a tener algo de poder, comenzó a mostrar otra cara. Para algunos historiadores la verdadera; para otros la que revelaba cuánto había influido en su personalidad haber bebido las mieles del poder que otro le regaló.
Así, el usuario de las sandalias denominadas cáligas paso a la historia como Calígula, uno de los seres más crueles en privado y más chispeantes en público. A sus 25 años comenzó lo que muchos llaman el periodo de locura, gozando de hacer sufrir al resto con órdenes y contraordenes sin sentido solo para disfrutar con los enredos que armaba hasta la fase final donde directamente gozaba del sufrimiento físico ajeno. Se le atribuye decirles a los torturadores de sus enemigos: “Hazlo sentir que se está muriendo” o “No importa que el pueblo me quiera con tal de que me tema”. Bisnieto de Octavio, lejos de gozar del apoyo popular de su antepasado, justificaba sus actos declarándose “el único dios viviente”.
Dos mil años después
De haberse asomado a las fuentes de la historia romana, posiblemente el abogado Sebastián Salem hubiere advertido que el manejo desenfrenado por la carretera del poder regalado suele tener como abismo sin barrera el precipicio de la autodestrucción. Su ya archiconocida frase, obrante en el fallo que lo destituyó “Soy el Juez y se hace lo que yo digo” será recordada tras este fallo histórico del mismo modo que la premonitoria pronunciada por el Procurador General Jorge Amílcar Luciano García que resume en seis palabras el caso y el final: “El juez provocó su propia destitución”.
Salem creyó detentar el poder absoluto. El que emborracha, el que nubla los sentidos. Pudo haber pedido disculpas en su momento por algún exabrupto y terminar con las diferencias. No lo hizo. Pudo haber explicado porqué prendió fuego en su propio despacho y qué papeles quemó un día feriado, sábado 8 de diciembre de 2018 en horas de la noche, yéndose del palacio de tribunales y provocando que deba intervenir la policía local y la superintendencia de justicia gualeya. No lo hizo.
Pudo haber admitido su error y evitar que la presidenta de la Superintendencia de Gualeguay María Angélica Pivas, lo considerase como una persona que, aun advertida de lo peligroso de su accionar, parecía no comprender sus actos. No lo hizo. Pudo haber retirado durante años la publicidad de sus servicios profesionales de un portal de Internet de Gualeguay, sabiendo que era absolutamente incompatible con su función como Juez. No lo hizo. Pudo haber atendido a la gente que hace kilómetros por un simple poder o certificación de firmas en lugar de que esperen hasta el mediodía al sol de la plaza, porque él, como Juez, firma a determinada hora. Para eso es el juez. No lo hizo.
Pudo haber cesado con sus actitudes hostiles a las empleadas, inquiriendo cuantas veces iban al baño o siguiéndolas para comprobar si era cierto. No lo hizo.
Pudo aprender de lo que ellas sabían y él ignoraba, generando un circuito de retroalimentación intelectual positiva para el grupo laboral y la sociedad toda. No lo hizo.
Pudo haber cesado con la imposición de actos de servilismo en su favor y en perjuicio del ordenanza, como mandarlo a comprar anticonceptivos y realizar trámites particulares. No lo hizo Pudo haber confirmado a la Secretaria transcurridos seis meses como indica la norma en lugar de hacerle un informe negativo para expulsarla del Poder Judicial. No lo hizo. Pudo ahorrarse el descrédito de que sea el propio Superior Tribunal quien descalifique poco menos que por infantilismo sus acusaciones y designe como Secretaria titular a la abogada Sabina Almada desautorizando el informe negativo. No lo hizo. Pudo admitir gallardamente que su Secretaria había accedido a su puesto por haber obtenido el primer lugar en el concurso que el reprobó. No lo hizo. Pudo darse cuenta de que tres jueces habían otorgado las más altas calificaciones a su Secretaria por su trabajo profesional y en especial por su predisposicion y buen trato con el público evitándose construir una falacia de destino estéril. No lo hizo
Pudo haber cesado con el hostigamiento telefónico a su personal de licencia médica, preguntándole innumerables cosas que perfectamente como Juez debía conocer. No lo hizo. Pudo haber entendido el valor de un certificado médico presentado por un trabajador. No lo hizo. Pudo evitar ser calificado como desleal en este juicio al enviar un médico a la casa de una trabajadora que previamente le había comunicado que se encontraba enferma y que se trasladaría a otra ciudad al efecto. No lo hizo. Pudo haber desistido en pretender que un ordenanza trabaje como escribiente judicial y levante actas en un Juzgado cuando no está autorizado para ello y cesado en su intención de sancionarlo. No lo hizo. Pudo haber reconocido que no corresponde usar recursos públicos para comprarse yogures para consumo personal en horas de trabajo. No lo hizo.
Pudo haber reconocido que ignoraba como se hacían tareas que como Juez debería conocer perfectamente en lugar de pedir a otros que se las hagan como las estadísticas mensuales. No lo hizo. Pudo haber dejado que la escribiente Carolina Almeida disfrutara cómodamente su embarazo, que pudiera hablar de él sin temor a sufrir presiones para que se tome tal o cual licencia aunque ello sea incompatible con lo aconsejado por su médico personal. No lo hizo. Pudo, en síntesis, detener un proceso que lo ponía en el centro de las agresiones conforme los dictámenes de la Junta Médica del STJ, del Ministerio de Trabajo, de los equipos interdisciplinarios y de los profesionales particulares que asistieron a las víctimas. No lo hizo. Pudo hasta último momento escoger o coordinar con su abogado defensor una estrategia destinada a poner paños fríos a la cuestión, e incluso ofrecer puentes que cerraran las diferencias. No lo hizo.
Sebastián Salem optó por el enfrentamiento a todo o nada. Apostó por la diatriba furiosa de su abogado con epítetos descalificantes y violentos contra las víctimas, en especial contra Almada a quien llamó mitómana, denunciante serial, y hasta la acusó de valerse de estrategias perversas.
Dicen que los dichos que perduran en el tiempo lo hacen por su inveterada reiteración y comprobación con la realidad. Acusado de violento Salem buscó sintonía con su defensor y con él pergeño una estrategia que puso en ridículo a muchos miembros de la justicia gualeya y a dirigentes políticos, involucrando incluso al desaparecido intendente Federico Bogdan. Es un secreto a voces las diferencias y peleas que se dieron en el seno de esa sociedad tras las declaraciones de algunos testigos que lejos de resultar graciosas dejaron la triste imagen de designaciones judiciales cobijadas en una mesa de tragos. La estrategia defensiva arrastró a todos.
Las 312 hojas
No hay que ignorar la historia. Esa es la primera gran lección que debe aprender todo aquel que se precie de ser inteligente. No bastan los títulos colgando en una pared. Las lecciones de la historia deben aprehenderse y aprenderse.
Habiendo recibido el premio de ser Juez sin aprobar un solo examen, Salem dilapidó esa "ventaja" apostando al caballo de la soberbia. De haber leído las crónicas de la época de Calígula habría aprendido lo que declararon los guardias asqueados de sus abusos que lo llevaron a un final trágico: “Y ese día aprendió que no era un Dios”.
Afortunadamente para todos, la civilización ha recorrido un largo camino desde aquel tiempo hasta este de las 312 hojas del histórico fallo con el que fue destituido.