La paridad de género y el síndrome de Estocolmo

Por Isidro Goicoechea (*)

A propósito de los spots de campañas de Cinthia Fernández y Carolina Losada.

Dos historias conocidas y una reflexión amarga:

1) Fue Julieta Lanteri quien en 1911 ante la Municipalidad de Buenos Aires, actualizó sus datos en los padrones y, con la venia judicial, ese 26 de noviembre votó en el atrio de la Parroquia San Juan Evangelista de La Boca convirtiéndose en la primera mujer en ejercer el derecho fundamental al sufragio en Argentina y en Sudamérica.

Rápidamente el Concejo Deliberante porteño sancionó una ordenanza donde especificaba que el empadronamiento se basaba en el registro del servicio militar y, por consiguiente, excluía a las mujeres. Julieta Lanteri se presentó ante registros militares de la Capital Federal para solicitar ser enrolada y hasta acudió al Ministerio de Guerra y Marina, pero su petición fue rechazada.

La lucha continuó cuando en 1919 se postuló para ocupar una banca en la Cámara de Diputados de la Nación y alegó textualmente ante la junta electoral que: “la Constitución Nacional emplea la designación genérica de ciudadano sin excluir a las personas de mi sexo, no exigiendo nada más que condiciones de residencia, edad y honorabilidad, dentro de las cuales me encuentro, concordando con ello la ley electoral, que no cita a la mujer en ninguna de sus excepciones”. La junta accedió a su reclamo y Lanteri compitió por una banca en el Congreso como diputada, convirtiéndose así en la primera mujer candidata en Argentina. En su plataforma prometió luchar por sancionar una licencia por maternidad, prohibir la venta de alcohol, otorgar un subsidio por hijo, abolir la pena de muerte y establecer la igualdad entre hijos legítimos e hijos ilegítimos. Obtuvo 1.730 votos de los 154.302 emitidos, por lo cual no accedió a la banca. No obstante ello, organizó y encabezó en Plaza Flores el primer simulacro de votación callejera, congregando a más de 2.000 personas y llamó la atención de las feministas en el mundo.

El último capítulo de esta historia es la actual “democracia paritaria”, como mayor igualdad sustantiva en la participación política, que se expresa en la Ley de paridad de género (Nº 27.412) de finales del 2017.

2) El 23 de agosto de 1973, fue Jan-Erik “Janne” Olsson quien intentó asaltar un Banco de Crédito de Estocolmo, Suecia, en lo que se denominó el “robo de Normalmstorg”. Al ser acorralado tomó de rehenes a cuatro empleados del banco, tres mujeres y un varón, siendo una de sus exigencias que le trajeran a Clark Olofsson, un criminal que en ese momento cumplía condena. A pesar de las amenazas contra sus vidas, incluso cuando fueron obligados a ponerse de pie con sogas alrededor de sus cuellos, los rehenes terminaron protegiendo al captor para evitar que fueran atacados por la Policía de Estocolmo. Durante su cautiverio, una de las rehenes afirmó: “No me asusta Clark ni su compañero; me asusta la policía”. Y tras su liberación, Kristin Enmark, otra de las rehenes, declaró: “Confío plenamente en él, viajaría por todo el mundo con él”. El psiquiatra Nils Bejerot, asesor de la policía sueca durante el atraco, acuñó el término de “síndrome de Estocolmo” para referirse a la reacción de las víctimas ante su cautiverio.

Un año después, en febrero de 1974, Patricia Hearst, nieta del magnate William Randolph Hearst, fue secuestrada por el Ejército Simbionés de Liberación. Dos meses después de su liberación, ella se unió a sus secuestradores, ayudándolos a realizar el asalto a un banco. Este caso le dio popularidad al término de “síndrome de Estocolmo”, al intentar ser usado por su defensa durante el juicio, pero no fue aceptado por el tribunal y Hearst fue condenada por el atraco.

Vulgarmente se sabe que el “síndrome de Estocolmo” es un fenómeno paradójico en el cual la víctima desarrolla un vínculo positivo hacia su captor como respuesta al trauma del cautiverio, lo cual ha sido observado en diferentes casos, tales como secuestro, esclavitud, abuso sexual, violencia de pareja, miembros de cultos y actos terroristas, entre otros.

La reflexión

Las mujeres fueron históricamente relegadas de la titularidad y del ejercicio del derecho fundamental de sufragio, privadas tanto de elegir y, mucho más, de ser elegidas. Las luchas de las sufragistas están inscriptas en la memoria de la democracia como conquistas evolutivas femeninas capitales en el tránsito de “objeto” a “sujeto” en la política.

En el final de la campaña de primarias, precisamente en los giros de “tinellización” proselitista, supimos que la representación política es otro de los casos traumáticos que debe ser agregado a la lista del trastorno disociativo no especificado, detectado en el país nórdico.

Sin pacatería y sin “lengua de palo”, como dirían los franceses, se puede reflexionar sobre el osado baile milonguero de una candidata en las inmediaciones del Congreso de la Nación o la auto filmación de aquella otra abusando del doble sentido en tono sensual.

Con el propósito de captar la atención de los electores, esas candidatas exacerbaron los roles que el patriarcado, estructuralmente, les asignó a las mujeres en un largo proceso de formación que se gestó entre los años 3.100 a 600 A.C. en el antiguo próximo oriente (antigua Mesopotamia). La estrategia de campaña de las novatas parece inocente, innovadora o a lo sumo pícara, pero es grave y decepcionante.

La reproducción de los estereotipos sexuales, el deber ser de cada sexo, apelando a los “atributos femeninos” asignados para transmitir una propuesta electoral, bloquea el mensaje mismo hacia el electorado y, peor aún, amplifica y replica las estructuras de dominación patriarcales, aquellas que tanto cuesta remover, que tantas muertes causa y que tanta desigualdad preserva y reproduce.

En la política, el show sexista no libera sino que oprime, no cuestiona sino que obedece, no transforma sino que conserva. No es una moralina cívica lo que impugna, sino la banalización de la representación política como deflexión en la lucha feminista. 

No nos escandalizan las remeras escotadas, las tangas, los portaligas o las medias de red, menos aún las tetas o los culos. Nos preocupa la identificación por simpatía de algunas mujeres con el captor.    

(*) Especial para ANALISIS

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