El día que la agente de Inteligencia apareció nombrada en un juicio oral y público

Por D. E. de ANÁLISIS DIGITAL

Siempre hubo un grupo de viejos militantes del PJ que la tenían entre ceja y ceja. Había ex presos políticos -que alguna vez se encontraron con actitudes extrañas-, como así también madres y hermanas de detenidos-desaparecidos, de Paraná y Santa Fe. Lo que se sospechaba se confirmó oficialmente casi 30 años después sobre Mónica Zumilda Torres, en cuanto a que era una agente de los servicios de Inteligencia, que dependía del sanguinario Batallón 601 del Ejército Argentino -como tantos otros paranaenses de doble vida en la última dictadura-, aunque a nivel regional reportaba al Regimiento 121 de la vecina capital. Su rol fue determinante no sólo para la detención de militantes, sino también para un caso que terminó en un doble crimen, como el de Cambiaso y Pereira Rossi, en 1983, pese a que se estaba en los albores de la democracia.

Siempre fue una mujer activa; de estar en un lado, en el otro. En su vida fue docente, empleada judicial, militante del PJ, defensora de derechos humanos, funcionaria de tal área y finalmente diputada provincial de Sergio Montiel. Mónica Zumilda Torres se recibió de docente en el Colegio Privado Santa María, de Diamante -donde nació- y donde su padre, Gerardo Torres, era alcalde y a la vez juez de Paz. De esa época data su buena relación con Montiel, por ejemplo. Su madre era radical y ferviente admiradora del joven que había sido ministro de Acción Social de Carlos Contín. La maestra empezó a trabajar en Tribunales, en su ciudad -donde llegó por concurso- y tenía una excelente relación con el abogado David Spona -pariente de la familia Zonis de Paraná, cuyos hijos ocupan cargos de importancia en la justicia federal y entrerriana-, que era el referente de Montiel en el pueblo.

Mónica Torres se casó en esa década con un joven de Diamante, de apellido Lorenzón, mecánico -ya fallecido-, con quien tuvo a su única hija, Mariana. Pero no permaneció más de dos años casada con él. A fines del ’72 se fue a pasear a General Roca (Río Negro), se presentó en un concurso tribunalicio y también lo ganó. Al año siguiente partió para esa provincia, donde trabajó de empleada judicial y en la docencia. Incluso sus padres se fueron a vivir con ella por un buen tiempo. Ellos retornaron en 1975. La fecha prácticamente coincidió con la detención del menor de sus hermanos, Hugo Toro Torres, nacido en Villaguay el 16 de agosto de 1945, aunque todos sus estudios los hizo en Diamante. Era pleno gobierno de Isabel Perón y fue al poco tiempo de ser pagado el rescate a Montoneros, de parte del Grupo Bunge & Born, para lograr la liberación de Jorge Born, en junio de ese año. Los integrantes del nucleamiento con raíces peronistas utilizaron el dinero para la estructura, pero también compraron diversos elementos para repartir entre los más humildes. Ropas y comestibles fueron enviados a Entre Ríos, particularmente a Diamante, donde la orga era fuerte. Una mujer anciana quería que le cambiaran el vaquero que le habían dado los compañeros, porque le quedaba muy chico, pero estos no tuvieron tiempo para cambiárselo. Entonces, como represalia, fue a la comisaría más cercana y denunció a cada uno de los jóvenes montoneros. Entre ellos estaba Torres, amigo personal del ex gobernador santafesino Jorge Obeid y los desaparecidos Oscar Daniel Capella y Miguel Tosetti, todos oriundos de Diamante.

El Toro Torres pasó pasó por las cárceles de Paraná, Concepción del Uruguay, Gualeguaychú, Caseros, La Plata, Sierra Chica y Coronda. Quedó en libertad el 30 de abril de 1982, pero hoy en día nadie sabe de su paradero. Sus hijos y su mujer nunca se movieron de Diamante, esperando alguna respuesta en torno a su paradero, pero ello nunca existió.

Mónica Torres siempre dijo que recorrió cada una de esas cárceles, para verlo a su hermano y optó por regresar definitivamente a Paraná en 1979, aunque siempre estaba más en la capital entrerriana que en el sur, donde seguía con residencia. Fue en esos tiempos el inicio de su militancia en la actividad de los derechos humanos. Claro que, paralelamente -aunque nunca se pudo determinar la fecha exacta- ya había empezado a cumplir el rol de agente de los servicios de Inteligencia, dependiente del Batallón 601 del Ejército Argentino, junto a los delatores más perversos de la última dictadura y dentro de un grupo donde también había varios paranaenses.

De hecho, las primeras líneas con madres y familiares de detenidos-desaparecidos las extendió en Diamante. “Quédense tranquilos, porque tengo buenos contactos en ámbitos de la Justicia y puedo llegar hasta algunos amigos militares de la zona. Además, tengo el aval del Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos”, repetía. La dramática situación que se vivía por esos días llevó a varios familiares a hablar de lo que les pasaba con Mónica Torres. Otros, que no la miraban con buenos ojos, no se acercaron.

En plena dictadura, en la Iglesia del Carmen de Paraná -conducida por el cura Julio Metz, quien era capellán del Ejército, pero a su vez fue el primer religioso que abrió las puertas de su parroquia para escuchar los vejámenes del terror militar-, durante los días de calor, las madres de detenidos y desaparecidos salían al patio y se sentaban en ronda, a la espera de novedades sobre sus hijos detenidos. Los encuentros servían para hacer catarsis, para abrazarse y darse afecto; no ceder ante el avasallante poder castrense. Se intercambiaban información, pero también servía para organizarse, acompañar a familiares de otros presos políticos, llevarles ayuda, juntar algún dinero para viajar a los puntos lejanos del país en los que se encontraban, como la cárcel de Rawson, a la que fueron enviados numerosos entrerrianos.

Luego de cada reunión, las madres se saludaban dentro de la sala y salían de a una, rápidamente, para que no las siguieran los servicios, que muchas veces merodeaban la zona del Parque Urquiza. Ya en la calle, no se conocían, ni siquiera de vista. La primera lista de Madres y militantes la integraban Elba Goiburú, Clara Fink y María Antonia Lobariñas. Después se irían sumando otras, como Amanda Mayor y Carmen Germano. Elba, esposa del médico paraguayo Agustín Goiburú (secuestrado en Paraná en febrero de 1977, en el marco del Plan Cóndor), vive en Asunción. Clara -madre del joven dirigente secuestrado y desaparecido, Claudio Fink- reside en Paraná y la histórica dirigente de la Liga de los Derechos del Hombre, María Lobariñas, falleció hace unos años.

Las madres siempre trataron de mantener alguna distancia con Mónica Torres porque algunas cosas que sucedían antes o después de las reuniones no tenían sentido. Era como que alguien filtraba alguna información y empezaron a mirarla con otros ojos, aunque nunca se lo dijeron. Hubo hechos concretos que preocuparon. En un momento, decidieron tomar contacto con la gente de Diamante y acordaron un encuentro en una casa de allí. Al dato lo tenían las cuatro madres que se reunían y una familia Greca, que los recibirían en Diamante, que tenía uno de los hijos secuestrados. Minutos antes, cayó personal policial a realizar un allanamiento a la vivienda. La reunión nunca pudo hacerse. Lo saliente del caso fue que tras frustrarse el encuentro, en la siguiente reunión en la Parroquia del Carmen saltó el tema y hubo una fuerte discusión. Mónica Torres sorprendió a todos al acusar, a los gritos, a una de las madres presentes, lo que determinó una situación desagradable.

Mónica Torres manejaba ciertas sumas de dinero de la organización Familiares de Detenidos Políticos y tenía contacto con la entidad, a nivel Buenos Aires, lo que logró por la amistad que hizo con Elba de Goiburú, quien fue la primera de esta región que denunció la desaparición de su marido a nivel internacional e incluso, cuando viajaba a Capital Federal hasta se alojaba en un departamento que tenía allí esa familia. “Me enteré mucho después de su supuesta relación con los servicios de Inteligencia de parte de Mónica y en verdad en esos días de los ’70 hubo actitudes que me generaron sospechas”, contó a este cronista la esposa del médico secuestrado, a mediados de los ’90, en su reportaje en su casa, en Asunción. Por ende, financiaba los viajes de algunos dirigentes. Lo extraño del caso fue que la vez que alguno de los ex presos políticos acudía a Mónica Torres para pedirle dinero a fin de viajar a Capital Federal, siempre tenían que padecer seguimientos reservados de personal civil, ya sea desde Paraná, desde Santa Fe o bien a partir de que llegaban a la Terminal de Retiro.

A fines de la década del ’80, la madre de un ex detenido político de Paraná también relató un extraño episodio, en el marco de la investigación periodística del libro Rebeldes y ejecutores, cuyas grabaciones con algunos protagonistas, son reveladoras para entender algunas cosas. “Mónica Torres manejaba el dinero de la organización de derechos humanos y nosotros acudíamos a ella cuando había que viajar. Mi hijo había salido de la cárcel pero no se podía mover del ámbito de la vivienda; igual, no había nunca controles. Era principios de los ’80, lo llamaron de Buenos Aires y le dijeron que tenía que viajar a una reunión nacional. Fue a pedirle dinero a Mónica y ella se lo dio sin problemas. Tenía que viajar de noche. Salió, pero se volvió a los 45 minutos, asustado. Cuando le pregunté qué había pasado me confesó que lo fueron siguiendo y no quería saber más nada. Ya había padecido cuatro años de cárcel y tortura”, indicó.

No fue el único episodio revelado por esa madre. “Hubo otro caso, cuando mi hijo, junto al Piojo Pfeiffer -un conocido militante santafesino- tuvieron que viajar de Paraná a Santa Fe y luego a Buenos Aires. Del viaje sabía perfectamente Mónica Torres, porque les alcanzó dinero para el viaje, comida y por si se quedaban a dormir. Tomaron el avión en Santa Fe, en Sauce Viejo, hasta Aeroparque y subieron a un automóvil. De repente se dieron cuenta que los estaban siguiendo y le ordenaron al taxista que tome tal calle. Pidieron bajarse en una galería y ahí lo perdieron al seguidor. Pero lo más grave le pasó después a Pfeiffer, en 1981, cuando lo agarró la Patota santafesina: le pegaron mucho y no lo mataron porque no quisieron. Al día siguiente, a eso de las 7 de la mañana, me llamó Mónica Torres, como desesperada y me preguntaba si sabía que al Piojo le habían sacado la agenda que tenía”, contó.

--¿De qué agenda me hablás? –le preguntó.
--Lo único que quiero saber es si le sacaron la agenda –insistió Torres.
Quedó claro que tenía un mandato que cumplir.

Un episodio doloroso

Pero hubo una historia muy fuerte que cruzó a Mónica Torres: los días previos al secuestro y ejecución de los dirigentes Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereira Rossi, tras su paso por Paraná. Cambiaso era un militante de la izquierda peronista rosarina. Primero estuvo en el Peronismo Auténtico y luego en el Peronismo Revolucionario. Fue detenido por primera vez en 1971, en tiempos del general Alejandro Lanusse, y alojado en prisión, donde permaneció hasta la amnistía del 25 de Mayo de 1973, firmada por Héctor J. Cámpora. Perseguido por la Triple A, estaba en la clandestinidad el 26 de diciembre de 1975, cuando se dirigía a la ciudad de Reconquista y sufrió un grave accidente automovilístico. Llegó casi en coma al hospital y con un doble juego de documentación en su poder. Quedó internado en el nosocomio, pero por pocos días. Cuando se dieron cuenta de quién era, ordenaron, pese a su estado, su inmediato traslado a la cárcel de Coronda.

Prácticamente lo dejaron tirado en la celda, esperando que se muriera. Apenas recobró el conocimiento y aunque estaba muy mal físicamente, no dudó en comunicarle a sus compañeros que se ponía “al mando de las fuerzas peronistas” en el Penal. Cuando sus hermanas lo encontraron, únicamente se podía mover en silla de ruedas. Lo condenaron a seis años de prisión por asociación ilícita. Su condena se cumplió a mediados de 1982, en plena Guerra de Malvinas. Por presión de la solidaridad internacional, el 18 de mayo fue colocado para el régimen de libertad vigilada.

Periódicamente tenía que presentarse ante las autoridades policiales para dar cuenta de sus actividades. Salió y se radicó en la pequeña localidad de Pérez, pero iba a Rosario a trabajar en un taller de fotomecánica. Cuando terminó el régimen de libertad vigilada, retomó su actividad militante con el peronismo. Fue en mayo de 1983 cuando decidió viajar hasta Entre Ríos, a visitar a “viejos amigos”. Apenas llegó a Paraná, esa noche durmió en la casa de Augusto Mechetti, hermano de Gustavo, ex dirigente de Montoneros, y luego viajó a Diamante para reunirse con otros dirigentes que habían militado en Montoneros. Lo llevó Mónica Torres hasta Diamante, en un auto, acompañada de otra persona y lo esperaron en las inmediaciones.

Cuando Cambiaso salió de la reunión, Mónica Torres lo estaba esperando en las proximidades. Uno de los organizadores del encuentro se acercó a ella y le dijo que ya se había organizado todo con El viejo -como le decían al dirigente- para que viajara a Rosario “en una renoleta, con dos custodios”.

-No, ya está decidido que viaja en colectivo -le contestó la mujer.
-Pero… Mónica; es por una cuestión de mayor seguridad…
-No señor; ya se decidió así. Además, son órdenes de arriba.

Mónica Torres había logrado un inusitado poder con algunos referentes de Montoneros, a punto tal que algunos, cuando llegaban a Paraná, se alojaban en su casa, como el caso de Roberto Cirilo Perdía.

La dirigente -que desde 1987 se transformara en subsecretaria de Derechos Humanos del primer gobierno de Jorge Busti- lo acompañó personalmente a Cambiaso a la vieja Terminal de Ómnibus de Paraná para retornar a Rosario, previo almuerzo en la casa en que vivía antes, en calle Churruarín. Hay quienes sostienen que en el mismo colectivo de la empresa El Rápido, en los últimos asientos, se ubicaron dos agentes de la SIDE de Paraná para seguir sus movimientos. Eran dos suboficiales del Ejército Argentino, cuyas iniciales serían J.G.M y J.S. y la logística fue ideada, en buena parte, por un conocido personaje paranaense, siempre ligado a la SIDE en los últimos 30 años, aunque actualmente ya no está allí. Al parecer, hubo encuentros previos en una casa de calle Belgrano, donde se diagramaron los seguimientos, ya sea en un Renault 6 o en un Ford Fairlane, que era del hermano de un teniente coronel, cuyo vehículo habría sido utilizado para otras operaciones de secuestros.

El otro dato que se manejó en forma reservada fue que Cambiaso llegó a Rosario, se fue a Pérez, buscó una suma de dinero (habría rondado los cincuenta mil dólares) y regresó a Paraná. Esa noche previa a su secuestro, el viernes 13 de mayo de 1983, habría vuelto a Rosario tras embarcarse nuevamente en un colectivo y ser acompañado otra vez por Mónica Torres, con los espías ubicados en los últimos asientos.

El sábado 14, alrededor de las diez de la mañana, estaba junto a Eduardo Pereira Rossi -también militante peronista- en el bar Mágnum de Rosario. Ninguno de los dos vio estacionar un Furgón Mercedes Benz sin patente, del que bajaron cinco hombres armados vestidos de civil. Cuando entraron al bar, fueron directamente a la mesa en la que estaban los dos dirigentes y los golpearon con las culatas de las armas, mientras ponían a los clientes contra la pared. Afuera había dos Ford Falcon con patentes de Capital Federal.

Osvaldo y Eduardo fueron llevados al furgón, que salió del lugar escoltado por los otros dos autos. La historia oficial dio cuenta de que ambos murieron en un supuesto “enfrentamiento” en plena Panamericana, cerca de la localidad bonaerense de Lima, tras un “tiroteo” con personal del Comando Radioeléctrico de la Unidad Regional Tigre, a cuyo mando estaba el oficial inspector Luis Abelardo Patti. Pero la autopsia comprobó que Cambiaso murió tras recibir un balazo en la nuca disparado a menos de un metro de distancia y que tenía signos de golpes en sus hombros, codos y rodillas. Otro examen médico determinó que Pereyra Rossi fue torturado con picana antes de ser asesinado de un tiro. “La única manera de entender que antes de matarlo lo hayan torturado con tanto odio, fue porque sus captores estaban buscando el dinero de la organización”, reflexionó un dirigente entrerriano.

Hay quienes recuerdan que en esos días, a poco de conocerse el crimen de los dirigentes, Mónica Torres y su hija fueron enviadas “de vacaciones” a Bariloche; un poco como premio por la tarea, pero también para sacarlas por un tiempo de Paraná, temiendo alguna reacción de militantes del peronismo.

Muchas veces se intentó pedirle explicaciones a Mónica Torres sobre los hechos de Cambiaso y Pereira Rossi. La dirigente siempre se negó a hablar del tema. Cuando dejó de ser funcionaria se transformó en mano derecha de la entonces jueza de Instrucción, Susana Medina de Rizzo, actual vocal del Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos, cuyo esposo, Ricardo Rizzo, fue médico del Hospital Militar durante varios años de la última dictadura. Torres ya era empleada judicial y optó por estar cerca de la magistrada. Alejada del PJ, se acercó a Sergio Montiel y logró ser diputada provincial de la UCR. Mónica Zumilda Torres se llevó el secreto a su tumba en el 2011, después de padecer una larga enfermedad, que incluso no le permitió ser juzgada por un hecho de corrupción. Nunca pensó quizás que los papeles oficiales la dejarían al descubierto, aunque logró lo que quería: su penoso rol recién se conoció después de muerta y nadie le podrá reclamar en la cara. Pero la historia siempre la recordará de una sola manera y nadie ya podrá revertirlo.

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