La obra escrita por Mario Domingo Carruego, llamada “Síntesis Histórica Maciá”, en su cuarta parte denominada “1911-La presencia de Jorge Newbery” relata lo siguiente sobre el acontecimiento.
El domingo 8 de enero de 1911, sucede un acontecimiento de gran relevancia para el joven pueblo enclavado en el bosque entrerriano, Maciá. Son testigos los montes y palmares que constituyen la cuña selvática del Montiel, allí a 25 kilómetros al nordeste de Maciá donde el silencio del campo es interrumpido por los trinos de las aves silvestres. Allí, donde todo es selva virgen desolación.
Tuvo la villa la oportunidad de ser partícipe de una nueva proeza de la navegación aérea, cuando Jorge Newbery decide descender con su aerostato “Eduardo Newbery”, allí donde las aguas de los arroyos Lomudo y Del Sauce, vierten sus escasos caudales al Durazno, límite de los departamentos Tala y Nogoyá.
En la pulpería de Francisco Velázquez se corona un nuevo raid. Allí desciende Newbery, el ilustre visitante, el loco de los globos, el titán de los aires, el ingeniero que tanto dio por el país.
Perteneciente a una familia de abolengo y de sólida posición económica y con el apoyo de personalidades como Anchorena y Palacios, Newbery hace realidad en la Argentina de principios de siglo, la aerostación. Desde Europa trajo el entusiasmo por los globos y, más tarde desde allí también, gestionaría los primeros aviones que marcarían importantes récords.
Comienza a volar en “El Patriota”, “El Pampero”, “El Buenos Aires”, cruzando el río de La Plata, y luego llegando hasta las fronteras de la República Oriental del Uruguay y de Brasil. Entre todos estos acontecimientos pierde a su hermano, Eduardo, volando en “El Pampero”. En esas circunstancias es que se decide cerrar el Aeroclub Argentino y se suspenden las pruebas. No obstante, tiempo después, la aventura se retomó con nuevos ánimos y bríos. En uno de sus tantos viajes, Newbery llega a tierra entrerriana.
Había partido desde el Aeroclub Argentino en el barrio de Palermo en la Capital Federal, el 7 de enero a las 20.15 aproximadamente, y lo acompañaban en la barquilla Franck Lavalle Cobos, sobrino nieto del general Juan Lavalle. El “Eduardo Newbery”, denominado así en homenaje a su hermano fallecido, llevaba instrumentos para medir vientos y altitud, además de diversos víveres como café y champagne para festejar si el éxito coronaba la travesía.
El aviador pretendía superar sus propios récords y demostrar la gobernabilidad de los globos, situación que anteriormente no se había dado. Al descender, un fuerte viento del nordeste empujó la barquilla hacia el sur. Al persistir el temporal, Newbery demuestra su intrepidez y su enorme experiencia al torcer el rumbo de la nave y alejarla del peligro. Logra eludir una fuerte tormenta, pero nuevos vientos lo arrastran hacia el norte.
Luego de transcurrida la noche, en la mañana de un domingo caluroso, Franck y Jorge deciden poner fin a la aventura. Ven un pequeño claro en el monte, junto a la pulpería de Velázquez y tiran los ganchos que arrastran los arbustos secos que se han puesto de división entre el camino y el campo. Luego viene la paisanada, asombrada y miedosa, pero al cabo de unos minutos, el miedo se transforma en asombro y el asombro en diligencia. Entre todos ayudan a sujetar las marras a un enorme ñandubay, que oficia de ancla al intrépido globo.
Una nueva hazaña se había consumado tras los saludos y las fotos. Se había realizado el mayor vuelo nocturno, la mayor distancia en línea recta (660 km.), y la mayor altitud (3.400 metros). En el diario de viaje de Jorge Newbery, como así también en una entrevista realizada a su compañero, Franck Lavalle Cobos, se narran algunos episodios particulares de aquella aventura insólita:
“Comimos un cuarto de hora después de ascender… Llevamos bastantes víveres, cuatro pollos, jamón cocido, fiambre, ocho panes, varios kilos de azúcar, dos botellas de agua mineral, dos botellas de leche, una de oporto, una de champagne y café”.
El viaje duró 12 horas aproximadamente. Al día siguiente del descenso y luego de pernoctar en la estancia de Cirila de Quijano, la tripulación es trasladada a Maciá. El carrero Amarillo transporta la barquilla hacia la estación para embarcarla en el ferrocarril. En el lugar, diversos vecinos despiden a las personalidades. Están Elías Loyber, Juan Ghiglione, Domingo Vitali, José Pagliotto, Juan Rébora, Pompeyo Monzón, José Bernasconi y José Rotta. Los navegantes aéreos viajan hasta Paraná y el miércoles 11 se embarcan por vía fluvial a Buenos Aires.
A Newbery no sólo hay que verlo como deportista y precursor de la aviación en nuestro país. Fue un ciudadano ejemplar, un incansable científico cuyo valioso aporte no se puede ignorar sin cometer una injusticia. Fue alumno de Edison e ingeniero electricista. En ese carácter ejerció la Jefatura de la Compañía de Luz y Tracción del Río de la Plata, siendo luego capitán de fragata.
Creador del Servicio de Alumbrado de Buenos Aires, fue su obra engalanar con iluminación eléctrica las principales avenidas de su ciudad. En 1910 publicó “Historia del Alumbrado en Buenos Aires” y su revolucionario tratado sobre el petróleo. Luchó denodadamente contra los fuertes monopolios, culpándolos de entorpecer el avance y el futuro del país.
Fue creador de la Escuela de Aviación en el Ejército Argentino. En el Palomar voló a 6.225 metros de altura con un aeroplano, tiempo después con un Morane Soulnier, desafiaría la cordillera argentina. Allí troncharía su vida en el año 1914, cuando el bullicio del carnaval aún no se había extinguido.
Un heredero de sus alas gloriosas escribió sobre él: “Es deber de todo argentino honrar su memoria, porque Newbery no ha muerto, ha volado a la eternidad. Frente al Ícaro caído, que contemplan absortos los cóndores, debemos meditar y darle gracias por todo lo que fue y nos enseñó a ser. Quiera Dios que las juventudes argentinas se inspiren en su memoria, y desplacen su sitial de los altos ídolos a los hombres providenciales y se inspiren en quién con la mano abierta y la sonrisa en los labios, enseñó a su generación el camino honrado de seguir dignamente la patria”.