Por Juan Cruz Varela
(desde San Nicolás)
El 19 de noviembre de 1976, en un operativo conjunto entre militares y policías federales y bonaerenses fueron asesinados brutalmente Omar Amestoy, su esposa María del Carmen Fettolini, sus hijos Fernando, de tres años, y María Eugenia, de cinco, y Ana María del Carmen Granada en la casa que habitaban en San Nicolás. A 30 años, se realizó un emotivo homenaje en el que también se celebraron los 20 años de lucha del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires (Suteba), con distintos números artísticos y la proyección de dos videos que sintetizaron ambas luchas. Manuel Gonçalves, que en ese momento tenía cinco meses y fue el único sobreviviente de la masacre, manifestó al borde de las lágrimas: “Todavía no tengo respuestas más allá de saber que estoy vivo gracias a mi mamá. No tengo respuestas sobre por qué me tocó a mí. Lamento mucho que no estén ni Fernando ni María Eugenia al lado mío y que no estén Pochi, ni Omar, ni mi mamá”. En tanto, Miguel Amestoy, hermano de Omar, dijo a ANALISIS DIGITAL que “nosotros no tenemos odio ni rencor, queremos justicia, eso es lo que nos mueve en esta lucha. Y también pretendemos un castigo a nivel social, el repudio a los asesinos que transitan por las calles de San Nicolás, que la gente les dé vuelta la cara”.
Un texto de Mario Benedetti abrió el acto, pasadas las 22. Sus versos comenzaban a dar calor en la fresca noche nicoleña, esa que 30 años atrás cobijó a quienes hoy sólo están en las fotos que colman el escenario y en el recuerdo vivo. Omar Amestoy tenía 31 años. Militante montonero, había llegado hasta allí después de tener que salir de Nogoyá, la ciudad que lo vio nacer. Paraná y Santa Fe también fueron su refugio por aquel tiempo de sangre y balas, después de comenzada la más larga y oscura noche que recuerde la historia argentina. María del Carmen Fettolini tenía dos años menos. Era su compañera desde siempre. Y con ellos, María Eugenia y Fernandito.
En el playón de la Escuela Normal aguardaban unas 200 personas. “Festival por la Memoria 20/30”, era la convocatoria: veinte años de lucha de los docentes nucleados en Suteba por la educación pública, y el trigésimo aniversario de la Masacre de la calle Juan B. Justo. Las letras de Mario Benedetti y Eduardo Galeano daban clima al acto.
No había banderas -ni políticas ni de ningún tipo-. No había dirigentes ni organizaciones. Había gente común y las fotos, esas que muestran la seriedad del Negro Amestoy, la simpleza de Pochi, la risa alegre de María Eugenia y la inocencia de Fernandito. Sobrevolaba también la belleza que supo llevar Ana María, con una mezcla de tristeza con la que sobrevivía a la desaparición de su compañero y las ganas de vivir que le daban ese bebé de apenas cinco meses que hoy ya es un hombre que la hizo abuela.
“Todavía no tengo respuestas más allá de saber que estoy vivo gracias a mi mamá. No tengo respuestas de por qué me tocó a mí. Lamento mucho que no estén ni Fernando ni María Eugenia al lado mío y que no estén Pochi, ni Omar, ni mi mamá”, es lo primero que se le escucha decir a Manuel Gonçalves desde el escenario.
Es difícil poder responder a esa barbarie, que dice que a las 6 de la mañana del 19 de noviembre de 1976 las fuerzas de seguridad llegaron con tanques, camiones y un arsenal de armas; cerraron el paso a tres cuadras a la redonda para impedir que los vecinos puedan acercarse a la zona e irrumpieron en la casa de calle Juan B. Justo 676. ¿Qué se responder al salvajismo de un grupo que se estima en una veintena de bestias que ingresó a los tiros a una casa en la que sabían que había tres chicos, que primero asesinó a tiros a Ana María Granada estando ella en un rincón, con las manos levantadas, suplicando a su matador que no lo hiciera? ¿Y cómo entender que hayan lanzado gases lacrimógenos desde la claraboya del baño donde estaban Fernandito y María Eugenia? Es difícil saber por qué le tocó a Manuel, que pudo esquivar entre las sábanas los balazos que impactaron en el ropero en el que su madre buscó protegerlo.
“Ninguno de los que estaba en esa casa merecía ese final y creo que no hay elementos que permitan justificar lo que pasó. Si no, que alguien levante la voz y diga por qué asesinaron a cinco personas, por qué les cortaron la historia y la vida, por qué perdimos tantos en ese lugar. Porque más allá de los que no están, dejaron a muchas personas involucradas en esto que todavía padecen lo que pasó. Mi abuela se pasó 19 años buscándome y aún hoy, con sus 80 años, tiene que sobrellevar que su hijo esté desaparecido, que su nuera fue asesinada y que perdió muchos años de su vida en una lucha que no merecía pero que llevó adelante de una manera maravillosa y que hizo que yo pueda estar acá y sepa quién soy. Pero ni mi abuela ni ninguno de los que quedamos merecíamos lo que nos dejaron. Hoy 30 años después no se por qué estoy acá, pero se que estoy y voy a hacer todo lo posible para que la muerte de Fernando, María Eugenia, María del Carmen, Omar y de mi mamá no haya sido en vano. Ellos van a estar siempre con nosotros y yo no voy a bajar los brazos hasta que cada uno de los que hizo esto pague por ello”, agrega emocionado Manuel.
Mariángeles y Florencia Amestoy son sobrinas de Omar y han luchado como pocos para reivindicar la lucha de sus tíos y para mantener vivo el reclamo de justicia: “Hoy, a pesar de las heridas, volvemos a ellos, a nuestros queridos compañeros; hoy podemos recorrer sus rostros, transitar sus vidas, su entrega incondicional a los ideales a que defendían, podemos transitar sus pasos llenos de valentía, repletos de coraje. Los imaginamos hoy y podemos ver la sonrisa de Pochi, a María Eugenia convertida en una mujer, podemos imaginar a Fernandito y Omar caminando juntos por las calles de alguna ciudad que sea testigo de sus charlas, podemos imaginar a Ana María viendo crecer con ternura a su hijo. Pero más allá de lo que imaginemos, la realidad nos dice que nos los robaron, que nos sacaron toda esa sangre agitada y peleadora que sabía soñar. Y por eso estamos acá, hoy y siempre, porque aprendimos a ver esas lucecitas que desde algún lugar han hecho que nos unamos más que nunca, para que el dolor duela menos, para que la ausencia se convierta en motivo de lucha y para que sus voces sigan vibrando en nuestras gargantas”, claman desde el escenario.
“Omar era un ser excepcional, su mujer una compañera impresionante y los chiquitos ni hablar, tenían tres y cinco años cuando estos malditos los mataron, inocentes totalmente, criaturas divinas, divinas, divinas”, recuerda en diálogo con ANALISIS DIGITAL Miguel Amestoy, el menor de los tres hermanos de Omar y tal vez el más apegado a él.
Por eso su reclamo es más profundo aún. Es memoria, es verdad y es justicia; pero una justicia que debe llegar no sólo desde los estrados judiciales sino desde la propia sociedad: “Nosotros pretendemos una justicia a nivel social, que se exprese en el repudio a los asesinos que transitan por las calles de San Nicolás, que la gente les dé vuelta la cara. Prácticamente pasarán muy poco tiempo en la cárcel porque son personas grandes. Pero nos interesa que se sepa la verdad y que la gente conozca las atrocidades que cometieron. Nosotros no tenemos odio ni rencor, queremos justicia, eso es lo que nos mueve a luchar en esta como en cualquier causa justa”, agregó.
A ello, Manuel le suma otro reclamo: “Que esta historia nos sirva para trabajar sobre ella y hacer algo bueno de ahora en más, para ayudar a que esto se mantenga presente y que se entienda que no me pasó solo a mí ni a la familia Amestoy-Fettolini, esto es de San Nicolás, es parte de su historia y también la gente debe sentirla como propia. Nosotros los que por alguna circunstancia pasamos por acá sentimos como propio este lugar y no vamos a dejar de luchar y de pedir justicia para que San Nicolás tenga y ordene a cada uno de los actores de esta película. Que San Nicolás no siga compartiendo sus calles con los asesinos de la calle Juan B. Justo, no se lo merece”.
Por lo pronto, sólo dos represores permanecen procesados y detenidos, el teniente coronel Manuel Fernando Saint Amant -de 72 años e imputado 147 desapariciones de personas, 27 secuestros y por torturas, robos y apropiaciones de menores, entre ellos, el homicidio del obispo Carlos Ponce de León- y el entonces jefe de la Policía Federal, comisario Jorge Muñoz -que poseía especialización en temáticas de represión de guerrilla urbana y había dictado cursos sobre “Guerrilla urbana, sabotajes, emboscadas, golpes de mano, terrorismo, lectura y sistemática” en distintas unidades del Ejército Argentino-. En tanto, el policía Carlos Alberto Azzaro, que confesó haber asesinado a Ana María del Carmen Granada, tiene actualmente una falta de mérito, aunque la medida fue apelada ante la Cámara Federal de Rosario. Si bien el fiscal federal Juan Patricio Murray solicitó las detenciones del ex comisario Fernando Meneghini y el ex subcomisario Omar Marelli, el juez Carlos Villafuerte Ruzzo aún no ha accedido.
“Pero en el hecho hubo por lo menos 20 personas involucradas. Va a ser muy difícil que podamos conocer el nombre de todos, pero hay algunas pistas que estamos tratando de seguir para imputar al resto de los que participaron”, reconoció a ANALISIS DIGITAL Ana Oberlin, abogada de la agrupación Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS) y querellante en la causa.
Sin embargo, la letrada consideró que “el año que viene o en 2008 esta causa estaría en condiciones de ser elevada a juicio oral porque hay mucha prueba producida, incluso respecto de quienes nosotros creemos que tienen que ser imputados y aún no lo están”, aunque aclaró que “si bien se podría dividir la causa y avanzar hacia el juicio con algunos imputados, lo que nosotros vamos a intentar es hacerlo con todos para llegar al proceso oral con todos los imputados porque eso facilita mucho la prueba y se evitaría tener que citar varias veces a los testigos”.
Por lo pronto, los asesinos sin condena se pasean impunemente por las calles, “olvidando el pasado que los condena y cubriendo de desmemoria el presente. Por eso los estamos buscando, para recordarles que este pueblo no olvida, que la sangre derramada está entre nosotros y latiendo y para que sepan que los sabemos asesinos”, exclamó Mariángeles Amestoy. De la mano de esa lucha, tal vez la justicia llegue. Y tal vez entonces, aquellas violetas que Pochi plantó y que a poco de su partida murieron, vuelvan a vivir. Tal vez entonces, aquellas violetas de noviembre dejen de extrañarla. Mientras tanto, esas violetas están hermanadas en estrellas federales, que viven mientras vive la lucha por la memoria, la verdad y la justicia.