Extractivismo: la sombra del saqueo

Por Carlos Merenson (*)

No asistimos en estas tierras a la infancia salvaje del capitalismo, sino a su cruenta decrepitud. El subdesarrollo no es una etapa del desarrollo. Es su consecuencia. El subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno y continúa alimentándolo. (Eduardo Galeano, 1971)

 

Un fantasma recorre Latinoamérica: el fantasma del antiextractivismo. Todas las fuerzas de la vieja política se han unido en santa cruzada contra ese fantasma: conservadores; neoliberales; anarcocapitalistas y neoprogresistas. Monolítica unidad frente a cualquier voz que se levante contra el orden neocolonial y sus prácticas extractivistas.

Ahora bien; que lo hagan conservadores, neoliberales y anarcocapitalistas no debe sorprender ni preocupar, resulta inherente a sus ideologías, pero resulta irritante que lo hagan dirigentes y militantes del campo nacional y popular en representación de movimientos que aquilatan una larga historia de lucha contra la entrega y el saqueo, en defensa de los intereses de las clases oprimidas, levantando la bandera de la lucha contra el imperialismo.

Indigna verlos hoy levantar sus voces en defensa de todas y cada una de las aventuras extractivistas que proponen las transnacionales y sorprende la miopía política que los hace caer en una verdadera simplificación, donde imaginan que el ecologismo se opone a los extractivismos única y exclusivamente por sus impactos ambientales.

Al enfrentar las críticas a sus estrategias extractivistas encumbrados referentes del neoprogresismo latinoamericano hablan de “arma ideológica” del ambientalismo de derecha; de sombra de la restauración conservadora; calificando de terrorista a todo aquel que se opone al extractivismo y de un plumazo,, el ambientalismo se transforma en el nuevo colonialismo del siglo XXI.

¿Oponerse al extractivismo heredado de la colonia, se transforma en colonialismo del siglo XXI? Como dijera Bertolt Brecht: que tiempos serán los que vivimos, que hay que defender lo obvio.

En Argentina, son algunos dirigentes o militantes peronistas los que, en defensa de los extractivismos que se intentan promover desde el gobierno, encabezan el ataque contra todo aquel que manifieste algún reparo ante megaproyectos, a todas luces insostenibles.

En su afán por frenar el avance de la conciencia ambiental en el campo nacional y popular, no dudan en apelar a la denuncia de infiltración ecológico-trotskista del movimiento nacional e incluso, en el paroxismo argumental, lanzan una cruzada para deconstruir las ideas del extractivismo como expresión del saqueo. Estos cruzados del productivismo nacional y popular no se limitan a establecer los límites de su propio campo de acción, sino que establecen también cuales son los límites que separan a los “verdaderos ecologistas” de los “falsos ecologistas”. Para ellos, un verdadero ecologista, un “ecologista serio”, no tiene que perder el tiempo hablando de extinciones, fracking, glifosato o energía nuclear. En otras palabras, un ecologista serio no tiene que hablar sobre temas que hacen a las crisis ecosociales globales que hoy nos conducen en alocada marcha suicida.

Pero allí no termina el ataque. Advierten que a ser las actividades extractivistas las que pueden aportar más dólares, oponerse a ellas, termina siendo funcional al imperialismo y una de las formas más perversas del antidesarrollo. Una verdadera paradoja, porque no hay actividades que resulten más funcionales al imperialismo y redunden en el subdesarrollo, que las actividades extractivistas que se pretenden levantar como el remedio a todos nuestros males. Allí está la historia latinoamericana para atestiguarlo, desde la economía de rapiña colonial al paleoextractivismo neoliberal y el neoextractivismo progresista. Allí está la nueva división internacional del trabajo emergente de la reestructuración neoliberal que le asignó a la fracción de la periferia en que habitamos el rol de proveedores mundiales de materias primas y bienes ambiente-intensivos. Rol que el neoprogresismo latinoamericano asume como designio divino e inmutable y para sostener empleos, salarios y políticas sociales, como si se tratara de un acto revolucionario, lanzan y defienden con uñas y dientes, no los recursos naturales, sino su modelo extractivista.

Al advertir sobre los riesgos ecosociales de los proyectos extractivistas, el ecologismo cuestiona en realidad la concepción productivista que los inspira y el modelo de organización de la economía que se ha instalado en la región.

No se trata de oponerse caprichosamente a cualquier actividad que implique el acto de extraer recursos naturales, sino de cuestionar aquellas que resultan capital intensivas, directa o indirectamente impulsadas por corporaciones trasnacionales, involucrando la extracción y/o remoción de recursos naturales, en gran volumen o alta intensidad, con bajo o ningún procesamiento en origen y cuyo destino -mayoritariamente- es la exportación; desarrolladas en países con alta dependencia de la extracción y exportación de recursos naturales. Se trata de actividades con graves impactos ambientales y altos riesgos ecosociales y en el caso de Latinoamérica ingresan en esta clasificación la minería a gran escala a cielo abierto, la explotación hidrocarburífera y los monocultivos de exportación.

Verdadera miopía política no advertir que el modelo extractivo-exportador lo único que garantiza es una cada vez mayor dependencia económica y política respecto de los países compradores de nuestras materias primas y de los vaivenes del mercado mundial; ensanchando la desigualdad en el intercambio comercial; desincentivando el desarrollo de otras áreas económicas que resultan vitales para un proyecto nacional, realmente sostenible.

Verdadera miopía política demuestran aquellos que acusan al antiextractivismo de allanar el camino a la restauración neoliberal en tanto, como muy bien lo resume Machado Araoz, la etapa neoextractivista antes que ser la contracara de tal restauración, es la culminación de un proceso que tiene sus orígenes en la violencia extrema de los terrorismos de Estado drásticamente impuestos durante los ’70 y prolongada en la economía del terror de los ’80, mediante la violencia disciplinadora-racionalizadora de la expropiación, iniciada con la deuda externa y los ajustes estructurales; prolongada y completada, luego, con la ola de privatizaciones, apertura comercial, desregulación financiera y flexibilización laboral de los noventa, fase a partir de la cual, la violencia se torna endémica y se abre la etapa de la naturalización desde los primeros años del 2000 y que rige hasta nuestros días, bajo las formas fetichizadas de la fantasía desarrollista que alienta la voracidad del extractivismo.

Machado Araoz sintetiza la cuestión de la siguiente manera

Así, usualmente festejado como ‘salida’ del neoliberalismo, la instauración del extractivismo viene a significar, en realidad, su fase superior; el desarrollo de un nuevo ciclo de re-colonización del continente. Se completa la imposición de lo que Scribano ha caracterizado como un nuevo régimen de sujeción colonial (Scribano, 2010). En un contexto de agotamiento del mundo, cuando el imperialismo ecológico históricamente ejercido no basta ya para suturar la devastación inevitable del metabolismo social del capital, la ley de la acumulación se torna, más cruentamente, ‘acumulación por desposesión’ (Harvey, 2004). Estamos en la fase del capitalismo senil, en el que todas las formas de la violencia colonial convergen y coexisten en un mismo escenario socio-histórico: el terror de la represión y la criminalización de las protestas; la violencia expropiatoria que expulsa a las poblaciones de sus territorios: la inversión que las despoja de sus fuentes de nutrientes, de agua, de aire y de energía; en fin, la violencia sutil del fetichismo, ese que amortigua los cuerpos; que usurpa sus emociones y sentimientos y, bajo el influjo de las mercancías de moda, coloniza sus deseos y domina sus almas. (Machado Araoz, 2012) [1]

 

Verdadera miopía política de aquellos que no logran desprenderse de las excorias de un anacrónico desarrollismo, que les impide ver los catastróficos resultados de los modelos basados en la depredación de los recursos naturales que solo sirvieron para alejar a la región de los objetivos básicos de justicia social, independencia económica, soberanía política y prudencia ecológica, todo ello en el marco de una integración regional solidaria.

La situación es clara, mientras con una mano nos endeudan con préstamos que les retornan como fuga de capitales; con la otra mano aspiran las riquezas naturales para cobrar esas deudas espurias e incobrables. Y en ese escenario, la dirigencia -supuestamente progresista- grita en las tribunas que la palabra ajuste ha sido enterrada, mientras impulsa las más variadas aventuras extractivistas, como si ellas no fueran las formas más perversas del saqueo y, por lo tanto, uno de los más perversos ajustes.

Frente a la utopía “neoprogresista” de salir del extractivismo con más extractivismo, el ecologismo político platea salir de este sistema alienante, dejar atrás esta cultura insostenible y para ello levanta las utopías realizables de una sociedad en que se reemplace la razón productivista, su mercadolatría y tecnolatría, por una razón ecosocial, convivencial y verdaderamente sostenible.

Hoy, más que nunca, debemos decir no a los extractivismos y su fantasía desarrollista y si a la transición hacia una sociedad convivencial y verdaderamente sostenible.

 

[1] Machado Araoz, (2012) Orden neocolonial, extractivismo y ecología política de las emociones, documento electrónico: http://ecologiapoliticadelsur.com.ar/uploads/filemanager/Orden%20neocolonial,%20extractivismo%20y%20ecolog%C3%ADa%20pol%C3%ADtica%20de%20las%20emociones-Machado%20A..pdf

 

(*) Publicado en laereverde.com

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