La escritora oriunda de Viale, murió este lunes a la edad de 87 años.
Por Ferny Kosiak (*)
(Especial para ANÁLISIS)
Hoy, 30 de noviembre de 2020, la llamita de la Tochi se apagó, ya no está entre nosotros la juventud de esa mujer de 87 años cumplidos la semana pasada. Peleó todo el año con la enfermedad como peleó toda su vida y se fue tranquilita, diciendo “hasta acá llegué”. Por los motivos que ya todos sabemos no se la podrá velar como se lo merecería, pero sí la podemos recordar desde el cariño que ella misma se encargaba de generar.
La última vez que nos vimos, hace tres semanas, hablamos sobre que el año que viene teníamos que hacer un festejo porque se cumplirían 20 años desde que publicó su primer libro de cuentos A la siesta, la vuelta manzana. Después le siguieron otros libros también de cuentos: El carozo y el caracol, Pedaleando historias, Perfiles de muñecas y El que existe es el diablo. El año pasado publicó su primera antología de poemas, Humo de pesadillas, rescatados de papeles sueltos y cuadernos escritos hace décadas. Estábamos trabajando en una nueva antología de cuentos y en lo que iba a ser su primera novela que ocurre a orillas del Paraná. Así era ella todo el tiempo, un pequeño huracán que no paraba.
Ella siempre escribió, siempre estuvo activa, siempre con la sonrisa y la carcajada a flor de labio. Por eso en dos presentaciones de sus libros comencé diciendo “Tochi Eymann está loca” y ella se reía con los labios prolijamente pintados de siempre.
La conocí hace unos diez años. Con Federico Celecia llegaron tomados del brazo a un taller literario que yo daba por esa época y ya no nos separamos más. Cuando falleció Federico, Tochi perdió a un gran compañero de vida pero también de escritura, porque él tipeaba en un archivo de Word lo que ella le dictaba. Después de unos meses Tochi juntó las fuerzas necesarias para empezar a escribir sola. La acompañé a comprar la computadora que necesitaba para actualizar sus modos de escribir. Ahí también llegaron otras personas, Víctor Rettore, Mercedes Porqueres y Natalia Garay, que en estos años la acompañamos a la hora de sentarse a corregir, revisar textos viejos o construir nuevos. Todos íbamos a la casa de Tochi y trabajábamos a partir de sus palabras, de los mundos delirantes que solo a ella se le ocurrían, universos que no podíamos pensar en el cuerpo de esa mujer octogenaria. Por eso yo le decía que estaba loca y ella se reía.
Nos veíamos una vez por semana y trabajábamos en su literatura y ella aprovechaba para contar historias de su familia, para recordar sus años de trabajo como la doctora Ofelia Iris Eymann, o las obras de teatro en las que actuó. Yo iba con el cariño con que se visita a una abuela que al mismo tiempo tenía la picardía de una gurisa. Tuve la bendición de tenerla en mi vida y de llamarla mi amiga. Ahora descansá, vieja loca, gurisa actriz, narradora de la risa, poeta de la belleza. Descansá, amiga.
(*) Escritor, editor, docente, comunicador, titular de la Editorial de Entre Ríos (EDER)