Memoria Frágil y las historias de ausencia por Malvinas

Cañón argentino

Cañón argentino

De ANÁLISIS

La guerra por las Islas Malvinas se cobró la vida de 649 soldados argentinos. Y Entre Ríos no estuvo al margen de esa tragedia, provocada por un general de la Nación, que en 1982 buscaba aferrarse al poder y a sus privilegios, a partir de una decisión que generó demasiado dolor y ausencias en tantas familias argentinas que quedaron destrozadas. Nuestra provincia tuvo 34 víctimas, entre militares y soldados caídos en el conflicto bélico. Todos ellos habían partido con orgullo e hidalguía al Atlántico Sur. Quizás no tomaron dimensión con el horror con el que se iban a encontrar. Tampoco lo vieron así sus familiares y amigos. Porque había fervor por la recuperación de las Malvinas, aunque en realidad todo terminó en tragedia.

“A mi hermano lo recuerdo con toda la juventud y ganas de vivir, con 23 años. Éramos muy compañeros. Él era mayor que yo, un año y nueve meses, éramos compinches. Lo recuerdo con su alegría, ganas de vivir, proyectos e ilusiones. Carlitos, cuando terminó la secundaria, pidió prórroga para poder estudiar Medicina, porque es de clase 59, fue a La Plata a estudiar. Cómo éramos seis hermanos y quería ayudar a sus padres, para bancar el estudio limpiaba colectivos, vendía verduras. Rindió mal una materia cuando estaba en cuarto y perdió el año, y tuvo que realizar la conscripción con la clase 62”, contó Elsa Mosto, hermana del soldado de Gualeguaychú Carlos Mosto.

Graciela Figueroa, otra hermana de un caído en Malvinas, expresó: “Soy la hermana del caído Carlos Ignacio Figueroa, que estaba haciendo la conscripción en el momento de la guerra de Malvinas. Él quedó junto al barco el día del hundimiento. ¿Cómo éramos como hermanos? Como todo adolescente. Él tenía recién 18 años cuando lo sortearon, yo estaba todavía en el secundario, soy dos años menor. Cuando se inició la guerra, el 2 de abril del 82 yo recién había egresado del secundario.  O sea con apenitas 18 años cumplidos. Era macanudo, éramos adolescentes y cuando chicos lo vivimos con travesuras, de esas infancias lindas, de pelearte y no pelearte. Nos cuidábamos en la escuela como adolescente, él me controlaba a ver con quién andaba y no. Después cuando se inició esto que le tocó la relación y esa distancia de él estar como conscripto, embarcado, tener que estar lejos, ir a verlo en punta alta donde después se embarcó en el Belgrano te hace tener otro tipo de relación. Después cuando a pleno se puso la guerra a pesar de no haber compartido mucha adolescencia, con él hubo una unión en la distancia. El trato que tuve con mi hermano incluso después de haber fallecido, de haber quedado en crucero y los años que pasaron y las vivencias con mis viejos en el ’82, tratar de saber qué pasó, donde estaba, con quien compartió, pasaron más de 20 años realmente para saber en dónde estaba él, en dónde había quedado en el momento del hundimiento. Después hice amistad con veteranos sobrevivientes del Belgrano y otros que tenían en ese momento la edad de mi hermano, y pudimos conocer compañeros en el buque, y yo lo siento no como hermano, pero un sentimiento muy particular. Somos personas grandes, pero todavía siento que si estuviera con mi hermano tendría otra vivencia de vida”.


Soldado Figueroa

María Magdalena Gianotti, esposa del soldado caído Guido Marizza marcó que pasaron 39 años. “Lamentablemente he perdido a mi esposo y mis hijos a su papá, fue una cosa muy dolorosa y mucho orgullo. Porque él estuvo, fue a Malvinas para llevar honor a su Patria, por lo que él había jurado, su Patria y su bandera. Pero entender eso costó mucho tiempo. A los chicos también, por supuesto. Nosotros lo seguimos teniendo presente y es como que hubiera sido ayer, pero pasa el tiempo. Él lamentablemente falleció el 7 de junio, cuando ya había terminado la guerra. Eso fue un dolor más grande. Yo tenía 32 años y Guido 34, y Carolina 6 años y Sebastián tenía 4. Tanto para mí como para ellos, hasta el día de hoy jamás pudimos olvidarlo. Costó, eran criaturas chicas. Ahora no es resignación, nos hemos acostumbrados a no verlo y no tenerlo. Lo seguimos queriendo muchísimo, y va a estar siempre al lado nuestro”.


Guido Marizza, mecánico aeronáutico. 

El hundimiento del Belgrano

Fue una guerra corta y dolorosa; llena de incertidumbre y ansiedad, en setenta y cuatro días.  Los soldados pasaron hambre, frío, no llegaron para nada preparados para una guerra, donde se enfrentaban con militares profesionales como los ingleses. Los jóvenes argentinos, de entre 18 y 19 años, tenían apenas dos meses de instrucción por el servicio militar obligatorio y cualquier error cometido en pleno conflicto, lo pagaban caro con castigos o hasta torturas. Tenían toda una vida por delante, pero se encontraron de golpe con la impotencia y el dolor por los que iban cayendo a su lado. Con la muerte por sorpresa y de modo artero, como sucedió con el criminal ataque al crucero General Belgrano, el 2 de mayo de 1982, lo que provocó su hundimiento y la pérdida de 323 argentinos, o sea, casi la mitad de las bajas en todo el conflicto. 

“Era un pibe de 19 años cuando se fue, recién cumplidos. Fue a puerto Belgrano, a Punta Indio y de ahí le tocó en el crucero. Conjuntamente con otros muchachos del barrio, conocidos. Había terminado comercial y pensaba seguir Ciencias Económicas. Me ayudaba en el negocio. Era un pibe como cualquier otro. Para nosotros el mejor pibe que había. Él estaba conforme con cómo le había tocado. Había hecho amistades, tal es así que viajaba no digo que muy seguido pero viajaba cuando había fin de semana largo, llegó a viajar en colectivos de la zona Norte Oeste, de capital había muchos que eran suboficiales, oficiales y soldados. Cuando nos visitaba repartía cartas por toda la zona”, recordó Carlos Figueroa, padre de soldado.

Cecilia Baiud, hija de caído en el General Belgrano, dijo: “Yo cumplía 6 años ese año, tenía una hermana de 1 años y medio y mi papá tenía 30 años. Él no era tripulante del crucero sino que lo llamaron ese año para completar la dotación del crucero, ser parte de uno de los 1093 hombres. Era cabo maquinista así que fue a la sala de máquinas del crucero. El lugar donde supuestamente explotó la bomba, sala de máquinas, comedores, toda esa zona. Así que no, se supone que falleció en el momento. Tengo recuerdos, imágenes de él, muy vagos, como fotografías o momentos en particular. Me acuerdo cuando lo esperábamos al mediodía que volviera de la base para comer. Vivíamos en Punta Alta, cerca de la base naval de Puerto Belgrano, a las afueras de la base, no adentro. Mi papá iba y venía y lo esperábamos al mediodía para comer, de la ida a la plaza. Me acuerdo el día que mi mamá se internó para tenerla a mi hermana, ese día me quedé con él en casa. Mi mamá internada, pero son instantáneas, momentos que me acuerdo”.


Soldado Baiud

Micaela Zárate, hija de caído en el General Belgrano, contó que su papá “estuvo en mucho barcos”. “El último destino fue el crucero. Por lo que hablé con compañeros de él de trabajo, era muy buena persona, que le gustaba cocinar, que cantaba cada vez que cocinaba, siempre hablaba de mí y mis hermanas. Estuvo mucho tiempo trabajando. Cuando lo llaman para embarcar de vuelta en crucero, estábamos acá en Paraná de vacaciones. Nosotros no vivíamos acá sino en Puerto Belgrano. Eso fue en febrero, nos volvimos a puerto Belgrano y empezaron los preparativos para que él pueda irse. De ahí en más no sabemos más nada”.

“Yo tenía 4 años -agregó-. Recuerdos puntuales no tengo. Sí imágenes, lamentablemente de él su voz, su sonrisa, su cara no me las acuerdo lamentablemente. Tengo imágenes que por ejemplo cuando agarró una chicharra y nos asustaba a mí y mis hermanas y la queríamos ver. O cuando agarró un escuerzo con una lata de aceite y nos asustaba. Siempre jugando con nosotras, cada vez que volvía nos traía cosas. Pero puntualmente de él no tengo muchos recuerdos y cuando le avisaron a mi mamá que él era uno de los desaparecidos. Muy pocas cosas”.

El dolor de un padre

Carlos Figueroa relató: “Estaba haciendo el servicio militar y directamente había acomodado las cosas para venirse de baja porque le había tocado la última. Tal es así que llegaron a llamar gente que habían dado de baja para que los reincorporaran nuevamente. Estábamos tranquilos, no tranquilos sino que teníamos esperanza porque el 2 de abril estábamos en Entre Ríos paseando por Semana Santa y cuando escuchamos que tomaron las Malvinas regresamos inmediatamente, vivíamos en José C paz, en el Norte del Conurbano, regresamos y lo encontramos en la casa. Yo lo cargaba: así no vamos a ganar la guerra porque los otros están allá y vos estás acá descansando. Era que había a llevar cartas para muchos compañeros y creían que el barco no podía salir porque no estaba en condiciones. Tenían que colocarle un radar que demoró tanto, algún misil que después llegó, y bueno se pensaba que no iba a salir y salió a navegar pero nunca pudimos mandar correspondencia desde que estuvo embarcado”.

“Nos enteramos el día del hundimiento cómo fue, pero no nos enteramos por los argentinos sino por los uruguayos. Estaba por abrir el negocio y vino un cliente y me dice viste lo que pasó, torpedearon al Belgrano, pero parece que no pasa nada. Pusimos y de acá no daban nada, daba radios uruguayas que pasaban todo. Radios uruguayas dijeron que venía navegando lentamente, no los argentinos dijeron que venía navegando lentamente y los uruguayos dijeron que se estaba hundiendo y después dieron que se había hundido y que salieron en los gomones habían alcanzado a salir, y estaban saliendo. Algunos se tiraban al mar directamente y bueno que iban a empezar rescate pero vino una fuerte tormenta en esa zona y suspendieron el rescate hasta el día siguiente, más de 24 horas. En ese momento las balsas se alejaron casi 50 kilómetros, tal es así que cuando en el primer rescate. Todos los que rescataron eran 22 no había ningún suboficial ni soldado, eran todos los jefes. Tal es así que estaba el jefe de la tripulación y el segundo. Pensé que saldrían todos los demás, y los soldados para lo último. Empezaron a rescatar balsas y algunas con cinco y a lo mejor estaban muertos de frío, en otras recargados, en otras se calentaban entre ellos hasta orinándose, rescataron balsas con cuerpos congelados. Había distintas informaciones, viajaba todas las noches a Armada a Retiro para tener información. Yo iba por mi hijo pero había cantidad que iban de noche o a cualquier hora. Teníamos comunicaciones con el Sur, con distintos hospitales y había un vecino que tenía un conocido y nos informaban todas las noches por teléfono. Y nos mentían escandalosamente. Nos mentían en el sentido que a los cuatro o cinco días sabían los que se habían salvado. Y yo no me di cuenta cuando salían las listas, porque las listas tenían distinto color. Pero uno en la desesperación, no distinto color sino más fuerte escrito uno con otro. En las planillas figuraba fulano de tal, soldado tal clase y los demás no se sabía que era pero con letra fina y la otra con marcador. Ellos sabían los que murieron porque los dos torpedos dieron en el dormitorio y en el comedor. Y estaba durmiendo mi hijo porque había salido  a las 13 y a las 16, estaba durmiendo y era la hora de levantarse y era fiaca. Tiene que haberlo agarrado si no en la cama, muy cerca”, estimó.   

"Lo que significa la gesta en sí. A nosotros, a mi hermana y a mi particularmente, mi mamá nunca nos enseñó ni nos dijo nada malo acerca de la guerra ni vivir con rencores hacia los ingleses, sino que siempre trataron de poner en valor lo que significó haber ido a esa guerra, qué significaban las Malvinas, el querer a la patria, el respetar la bandera, la importancia de cumplir con una promesa, la importancia de dar la vida por lo que uno cree. Porque mi papá había elegido la carrera de militar, le gustaba, hizo una promesa de defender a la patria y la pudo cumplir. Los que siguen esa carrera y hacen esa promesa, el mayor orgullo para ellos es cumplir las promesas hasta las últimas consecuencias como lo hizo él, entregando su vida, por más doloroso que sea para nosotros. Para los familiares, es una mezcla rara siempre porque se mezcla el dolor y angustia por ausencia pero a la vez el orgullo enorme que se siente, que tu papá, tu esposo, tu hermano es un héroe. Es una mezclara rara que vivimos siempre", acotó Baiud.

Viajes

“En el año 2007 nos llega una invitación pro los 25 años del hundimiento del crucero. Había que ir por la cantidad de familiares que somos, son 323 los caídos, una sola persona por familia. En ese momento hablamos, mi mamá, mi hermana y yo y decidimos que fuera yo. Tuve la oportunidad de ir con otros familiares de Paraná. No llegamos al lugar del hundimiento en sí, hicimos una ceremonia simbólica en un lugar, así que fue un momento muy emotivo. Viajamos con sobrevivientes, con muchas mamás, fue duro. Porque viajar sola no fue fácil, en un viaje donde las emociones estuvieron a full todo el tiempo, se hizo complicado pero nos contuvieron mucho, la verdad que la gente de la Armada nos cuidaron todo el tiempo. Para mí fue la oportunidad de darle la despedida a mi papá y de poder enterrarlo, 25 años después. La verdad que el lugar era hermoso”, contó Cecilia Baiud.

“Un día muy tranquilo porque el mar generalmente está bravo en esa zona, el mar estaba re tranquilo, el cielo celeste y cuando volví mi hermana me esperaba en la puerta de casa. Lo único que le pude decir fue que se quedara tranquila que papá estaba en el mejor lugar, que era precioso. Para un marino también el mejor lugar donde puede descansar es en el mar y más allá que durante años se hizo muy difícil el hecho de no tenerlo en un lugar, donde llevarle una flor o que no estuviera enterrado en un lugar como están muchos enterrados en el cementerio de Darwin, fue un tema difícil de digerir, fue muy difícil de digerir durante muchos años. Y haber hecho ese viaje trajo mucha paz, me permitió cerrar un círculo, una etapa, un ciclo que siempre estaba inconcluso, el haber podido ir, tirar una flor, escribimos cartas, el hecho de estar con mucha gente que sentía exactamente lo mismo fue un momento de mucho alivio. Me acuerdo que a la vuelta dormí un montón, como cuando te sacás un peso de encima, pese a que el viaje no fue nada fácil porque me mareé muchísimo la pasé muy mal pero a la vuelta sentí una paz, una tranquilidad y creo que ha sido una de las mejores cosas que me pudo haber pasado después de haber perdido a papá. Lamentablemente no podemos, por lo que implica ese lugar, por lo lejos, no se pueden hacer viajes más seguidos. Y bueno, otra de las cosas que quedarían pendientes, me gustaría poder ir a Malvinas, a Darwin, al cementerio, si bien no están todos ahí, están los nombres de todos, este sin ningún tipo de rango, por orden alfabético, también creo que es un espacio de él y de todos los familiares más allá que no estén enterrados ahí o sí. Pero bueno, seguiremos luchando, la comisión de familiares de caídos seguirá luchando para que los viajes se sigan haciendo, para que más gente pueda ir, hay que pensar que hay muchos madres y padres que murieron y no pudieron visitar nunca la tumba de sus hijos. Creo que tienen prioridad los que están ahí, enterrados, pero bueno ojalá algún día podamos ir todos aunque sea una vez para estar más cerca de ellos. Hubo un intento de viaje y después hubo la pandemia. En 2020 se habló de hacer otro viaje al lugar del hundimiento del crucero. Estaba la posibilidad de que esta vez pudiera ir mi hermana o un hermano de papá pero quedó todo trunco con pandemia, es algo que añoramos y ojalá que en algún momento podamos volver a hacer”, relató.

El después

Al terminar la guerra, miles de soldados regresaron a sus casas pero, salvo excepciones, el Estado no notificó oficialmente la muerte de los que no volvieron. Llegaron derrotados, en absoluta soledad; descuidados, con problemas físicos y mal alimentados. Y la sociedad argentina nunca los reconoció, más allá de homenajes y medallas de cada 2 de abril. Muchas de las víctimas fueron sepultadas en un cementerio de las islas y permanecieron allí sin ser identificados durante décadas. 

“Lo que sí, me gusta y quisiera que la sociedad aprenda que ellos murieron en Malvinas por el amor a la patria, a la bandera. Y ojalá que todos los argentinos aprendiéramos un poquitos de ellos, porque no dudaron en llegar a Malvinas, no dudaron en levantar en alto la bandera, derramaron su sangre. Los héroes que quedaron en mar, en aire, en tierra, son los que están custodiando mi tierra, tus tierras y las tierras de todos los argentinos. Por eso no sólo el 2 de abril tenemos que recordar a nuestros héroes, si no todos los días del año. Tenemos que saber que tenemos héroes porque están ahí. Por eso siempre pido un abrazo y un aplauso para todos los héroes que están en Malvinas y por todos los veteranos que pudieron volver y son la historia viviente de nuestra historia argentina”, valoró Elsa Mosto.

Carlos Figueroa expresó: “Había muchos rumores que hubo un pesquero ruso que lo dieron muchas veces que había rescatado náufragos y no se sabía y uno iba a la armada y decían que no se sabía si lo rescató. Algunos decían que lo llevaron a Rusia, otros que los habían traído a Uruguay, una cosa de locos porque no era nada cierto, todo rumores. Un día supimos que lo dieron por desaparecido y hacía un mes que ya vivíamos acá, me vine en el 83 y recién lo dieron por muerto porque si no era desaparecido. Hubo noticias que los llevaron a un manicomio del sur, hace poco apareció algo así, que apareció un soldado que supuestamente estaba en malas condiciones y había llegado al continente y se sabía que estaba, los periodistas dijeron que había lo habían encontrado y había llegado. Y así. Y yo en un viaje de los que hice, que hice al sur que estuvimos cuatro días embarcados, pasamos el canal de Beagle y seguimos. Fui con uno que había estado en el grupo del pibe pero era un retirado, una persona grande, una persona que tenía más de 50 años. Él me decía, le pregunté de los jefes que se salvaron y me explicó: no, ellos quedaron con la balsa más  cerca y la encontraron porque fueron los que se arrojaron último, porque los había, el ayudante del capitán que estaba segundo, los que estaban eran todos los que habían estado con el jefe de tripulación que tuvo contacto con todos nosotros, porque él manejaba, sabía dónde estaba cada uno del os soldados de su tripulación”.

“Mi mujer lo esperó creo que hasta último momento, hasta que falleció, no se recuperó nunca, no quiso ni estudiar ni nada quería. Tal es así que teníamos un negocio que no era importante pero para nosotros caminaba muy bien, que tenía un supermercado, un spar. Vendí todo a pagar y no cobré nada porque después vinieron los australes y me vine a Paraná. Anduve por todos lados, vivimos en córdoba, acá, fuimos a buenos aires dos veces. A la familia la hizo pedazos. Así como yo todos los que he hablado, los de la provincia de entre ríos, los familiares los conozco a todos porque los he recorrido, he ido a casas de todos. Con los veteranos igual hemos andado muchos caminos”.

“Después había muchos rumores que hubo un pesquero ruso que lo dieron muchas veces que había rescatado náufragos y no se sabía y uno iba a la armada y decían que no se sabía si lo rescató. Algunos decían que lo llevaron a Rusia, otros que los habían traído a Uruguay, una cosa de locos porque no era nada cierto, todo rumores. Un día supimos que lo dieron por desaparecido y hacía un mes que ya vivíamos acá, me vine en el 83 y recién lo dieron por muerto porque si no era desaparecido. Hubo noticias que los llevaron a un manicomio del sur, hace poco apareció algo así, que apareció un soldado que supuestamente estaba en malas condiciones y había llegado al continente y se sabía que estaba, los periodistas dijeron que había lo habían encontrado y había llegado. Y así”.

Sobre uno de los viajes que hizo, Figuero relató estuvo cuatro días embarcada. “Pasamos el canal de Beagle y seguimos. Fui con uno que había estado en el grupo del pibe pero era un retirado, una persona grande, una persona que tenía más de 50 años. Él me decía, le pregunté de los jefes que se salvaron y me explicó: no, ellos quedaron con la balsa más  cerca y la encontraron porque fueron los que se arrojaron último, porque los había, el ayudante del capitán que estaba segundo, los que estaban eran todos los que habían estado el jefe que tuvo contacto con todos nosotros, porque él manejaba, sabía dónde estaba cada uno del os soldados de su tripulación”.

“Mi mujer lo esperó creo que hasta último momento, hasta que falleció, no se recuperó nunca, no quiso ni estudiar ni nada quería. Tal es así que teníamos un negocio que no era importante pero para nosotros caminaba muy bien, que tenía un supermercado, un spar. Vendí todo a pagar y no cobré nada porque después vinieron los australes y me vine a Paraná. Anduve por todos lados, vivimos en córdoba, acá, fuimos a buenos aires dos veces. A la familia la hizo pedazos. Así como yo todos los que he hablado, los de la provincia de entre ríos, los familiares los conozco a todos porque los he recorrido, he ido a casas de todos. Con los veteranos igual hemos andado muchos caminos”, agregó.

El retorno de los soldados de Malvinas a nuestro país fue demasiado complejo para la gran mayoría. El regreso fue cruel, en silencio, casi a escondidas. Por un lado, las autoridades de ese gobierno militar y la sociedad se comportaban como si los soldados fueran los responsables de la derrota. Hubo un acuerdo tácito para olvidar la guerra, esconder a los que regresaban y borrar de sus mentes lo vivido. Para obtener la baja militar, los oficiales hicieron firmar a esos soldados una declaración jurada, en la que los comprometíamos a callar y por ende a olvidar. El dolor, las humillaciones, la frustración, el desengaño, la furia, quedaron dentro de cada uno de los soldados hasta tornarse insoportables en muchos casos. Las estadísticas de suicidios de excombatientes son casi idénticas a los muertos que hubo en la guerra. Y en Malvinas, quedaron demasiadas víctimas. Muchas de ellas, esparcidas por un tiempo prolongado sobre el mismo escenario de combate.

“No lo han traído a puerto argentino, como han traído a otros soldados no sé si más adelante irá a ocurrir. La verdad que nos gustaría. Ahí fui con mi hijo. Después mi hijo, a los 21 años los cumplió en Malvinas. Después fue con el padre chamaco y chicos de su edad que también la pasaron hermoso por la atención que les dieron ellos. a los dos años pude ir con mi hija, hermoso. Nosotros hemos sido bien tratados, no han hecho desigualdad por nada. Ya venimos de una familia, él también a los 4 años perdió su papá, adoraba sus hijos, quería poder disfrutarlos. Una persona buena con la familia, cariñosa, a los chicos los adoraba. Llegó el momento que se tuvo que despedir. Jamás pensamos que se iba a quedar allá, tenía fe en que iba a volver pero se ve que fue su destino”, añadió la esposa del soldado Marizza.

La difícil recuperación de las secuelas de la guerra, la reinserción social y el trastorno de estrés postraumático afectó en diverso grado a todos los excombatientes. Durante mucho tiempo no hubo ningún tipo de asistencia ni ayuda. Tuvieron que transcurrir demasiados años de la democracia para que los exsoldados lograran una mejor situación. Había dolor por las ausencias, pero también por la falta de reconocimiento e interés de los hombres y mujeres elegidos por el pueblo -salvo honrosas excepciones- ante lo padecido por tantos jóvenes en el conflicto bélico.

“Si, pude ir a Malvinas fui con todo el grupo de familiares. La mayoría que éramos del Belgrano, después de 28 años del hundimiento, a nosotros nos permitió el gobierno argentino hacer el primer viaje a Malvinas, fui con hijos, me encontré con hermanos de caídos de otras armas, no con hermanos del Belgrano. Con papás sí, que lamentablemente  con el transcurso de los años, los papás la mayoría no están. Yo tengo la suerte de tener a mi papá, pero la mayoría no. Muchos no pudieron ni siquiera ir a esa tumba que no tenía el nombre de nuestro ser querido pero tenía esa leyenda: soldado sólo conocido por dios. Como te decía, en la cual dejamos nuestro sentimiento con alguna cosita. Llevé una cadenita que tenía nenitos de mi mamá que había fallecido. Busqué la cruz que tenía esa leyenda, la más alejada de una esquina, esa tumba que como nadie sabía quién era, generalmente no tenía nada escarbé un poquito al lado, y puse eso. En esa tumba estaba mi hermano, a pesar que mi hermano estaba en el mar. Y muchos de nosotros hicimos eso”, manifestó Graciela Figueroa.

Los excombatientes se fueron organizando en todo el país. Muchos de ellos dejaron horas de su trabajo y su familia para colaborar con reivindicaciones y necesidades para sus excompañeros o para las familias de soldados o suboficiales fallecidos. Varios de esos familiares pudieron llegar, muchos años después, hasta las islas, para estar unas pocas horas ante las tumbas de sus seres queridos o recuperar algún elemento hallado en diferentes lugares de ese territorio. Fue la forma de estar un poco más cerca de las víctimas del conflicto bélico. Y también de recuperar algo de paz, aunque nada alcanza ante la ausencia.

A 39 años de la guerra de Malvinas solo perdura el recuerdo. Aquella mirada, aquel gesto, aquella caricia o ese beso del joven soldado o el militar que partió al Atlántico Sur, esperando un pronto regreso. Pero nunca más volvieron. La guerra acabó con sus vidas y con sus sueños. Con la de ellos y la de sus familiares más directos. Muchos, quizás demasiados, nunca pudieron recuperarse de esa dolorosa historia, que de una u otra manera nos atravesó a buena parte de los argentinos. Los que pudieron volver siguen día a día luchando con sus fantasmas, con sus miedos, pese al paso del tiempo. Son nuestros héroes; los que en su mayoría apenas tenías 18 años y se los envió a un campo de batalla. Hoy ya peinan canas. Les duele el cuerpo por las secuelas de una guerra injusta y por el paso de los años. Pero no dudan en seguir luchando por la reivindicación de Malvinas y por la memoria de sus compañeros muertos en combate. 

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