El show macabro que “la política” le agrega a la tragedia

Patricia Bullrich y Santiago Cafiero.

Patricia Bullrich y Santiago Cafiero.

Por Ernesto Tenembaum (*)

 

En el debate público argentino hay dos lugares comunes que se repiten pese a que los datos los desmienten de manera contundente. Uno de esos lugares comunes sostiene que la cantidad enorme de víctimas de Covid que se ha producido en la Argentina durante la ola actual se debe a la apertura parcial de las escuelas en distritos opositores. El otro lugar común postula que el programa de vacunación en la Argentina es un fracaso. Esta idea se materializa en frases que se escuchan todo el tiempo. La más disparatada de ellas es: “No hay vacunas”.

En el primer caso -el que atribuye la muerte a la apertura de las escuelas primarias- la acusación es difundida por el propio Alberto Fernández. Esta semana, el Presidente sostuvo: “Los que abren las escuelas están jugando con fuego, y van a terminar quemando a la gente”. No es la primera vez que lo dice, pero hasta ahora no había sido tan brutal. El argumento se apoya en el sentido común: si hay más movimiento, y las escuelas lo generan, hay más contagio y por lo tanto más muertes. Sin embargo, los datos desmienten que ese aporte en la cantidad de muertos sea significativo. Las curvas de contagios en la ciudad de Buenos Aires y en el conurbano desde que, a mediados de abril, las escuelas se cerraron de un lado de la general Paz y se mantuvieron abiertas del otro son prácticamente idénticas. El resultado es aún más favorable a la ciudad de Buenos Aires si se compara con toda la provincia.

En el segundo caso –el que atribuye la muerte de argentinos a los déficits en la provisión de vacuna- la acusación es difundida, entre otros, por Patricia Bullrich, la presidenta del principal partido de oposición. Bullrich sostuvo hace dos semanas que el Gobierno no adquirió la vacuna Pfizer porque pidió “retornos”. No pudo presentar una sola prueba de lo que decía, algo que debería generar un debate serio sobre sus procedimientos. Luego acusó al gobierno de “criminal” por no haber traído vacunas a tiempo. Al igual que ocurre con Fernández y las escuelas, los datos la desmienten. Al día de ayer, según la información de Our World in Data, una de las páginas más rigurosas en el seguimiento de los datos de la pandemia, la Argentina tiene un desempeño bastante razonable en la provisión de vacunas a su población. Ha sido superada por Uruguay y Chile, pero, a su vez, supera a México, Brasil, Colombia, Perú, Paraguay y Bolivia. ¿Cómo puede ser que alguien diga que “no hay vacunas”, cuando ya 10 millones de argentinos las han recibido?

Argentina es uno de los países con mayor cantidad de muertes en relación a su población. Al día de ayer, figuraba en el puesto número 18. Pero si se mira la velocidad de las últimas semanas, muy rápidamente figurará entre los 15 más afectados. Si no se detiene la tragedia –y los números de terapia intensiva no son muy alentadores al respecto-, solo este mes deberá sufrir 15 mil muertos más, y en pocas semanas habrá cruzado la frontera de los cien mil. Con todo el esfuerzo que se hizo, ese es el resultado: apenitas un poco peor en comparación a lo que sucedió en el Brasil bolsonarista.

Ese contexto de derrota merecería una reflexión profunda sobre las causas que nos llevaron hasta aquí. Tal vez no sea culpa de nadie porque, en realidad, lo que ha ocurrido tiene un enorme aspecto de tragedia natural. Aparece un virus, se contagia masivamente y la gente muere. Un gobierno puede actuar de peor o mejor manera frente a ese virus. La oposición puede ser más leal o menos leal. La gestión puede ser más o menos eficiente. El país puede ser más rico o menos rico. Todo eso, seguramente, hace una diferencia. Pero no está claro la magnitud de esa diferencia. El virus ha golpeado especialmente a América y a Europa. Fue enfrentado por gobiernos de derecha o de izquierda, por Estados ricos o pobres, por dictadura o democracias. Algunos de los Estados tomaron medidas restrictivas extremas y otros fueron más flexibles. El pensamiento infantil tiene respuestas para todo. Pero una mirada realista podrá concluir que esto fue un tsunami frente al cual los humanos, al menos a corto plazo, solo podían cambiar su destino marginalmente. Y ni siquiera hoy, con el tiempo construido, se pueden obtener conclusiones categóricas acerca de cuál hubiera sido el camino correcto.

Esa perspectiva –la de una tragedia natural incontenible- podría haber unificado al liderazgo argentino. Porque es mejor superar las tragedias en un espíritu de unión y comprensión recíproca. Al comienzo pareció que eso sucedería. Pero la cultura política argentina carece de esos recursos. Entonces, de a poco, se impuso lo de siempre, hasta el festival un tanto obsceno de estos días, donde figuras de primer nivel se turnan para repetir que los cadáveres son de los otros. “Van a tener que rendir cuentas”, dicen unos. “Los que van a tener que rendir cuentas son ustedes”, responden los otros. A todos ellos les cuesta percibir el espectáculo del que son protagonistas y la manera en que eso afecta al sistema democrático.

Fernández y Bullrich son personalidades muy destacadas de la sociedad. Como tales, son el resultado de una cultura política muy enraizada. Al reaccionar de esta manera, estimulan, alimentan, le dan una vuelta más a una historia que no termina nunca. Pero si no hablan ellos hay otros: Santiago Cafiero, Fernando Iglesias, y así cada día. Cada uno de los mencionados, al verse junto al otro, dirá: “No somos lo mismo”. Ese clima tóxico recibe además un alimento mediático muy nutritivo. “Por un país sin kirchneristas”, grita un periodista. “Tiene que agradecer que no les quemamos la Casa Rosada”, advierte otra. Nada de eso genera un debate sobre códigos profesionales. Otro convoca a un escrache contra la casa de dirigentes opositores. Nadie del Gobierno repudia esa barbarie. Y todo ese festival ocurre mientras medio millar de familias velan cada día a alguno de sus integrantes. La sobriedad que impone el duelo por un ser querido, esta vez, no forma parte del menú de recursos disponibles.

Algunas personas se dan cuenta de lo que ocurre. El miércoles por la mañana, la ministra de Salud de la nación, Carla Vizzotti, ofreció una conferencia de prensa para desmentir que el Gobierno hubiera rechazado por motivos caprichosos la recepción de vacunas elaboradas por el laboratorio Pfizer. El tono de Vizzotti era tan angustiado que un periodista le preguntó por su estado de ánimo: “Nunca la había visto al borde del llanto”. Vizzotti cuestionó a la oposición y a los medios de comunicación, pero tres veces dio a entender que el problema iba más allá. Al comienzo de la conferencia pidió que se terminara con “la grieta”. En el medio, reclamó que bajara la tensión de “todo el arco político”. Y sobre el final, explicó: “Queremos alertar a la población para que piense dos minutos ante cada noticia que se difunde. De todos lados, ¿eh? De todos lados”.

Otro de los dirigentes que parece pertenecer a otra cultura política es Fernán Quiroz, el ministro de Salud de la ciudad de Buenos Aires. Nunca pisa el palito. Cuando le preguntaron por la conferencia de prensa de Vizzoti, Quiroz sostuvo: “No me gusta opinar sobre lo que no conozco, pero tiendo a pensar como la ministra”. En cada conferencia de prensa, Quiroz informa sobre los buenos resultados que están produciendo todas las vacunas, incluida la Sputnik V, tan cuestionada por líderes de la oposición más estruendosos. “Me parece una muy buena noticia”, afirmó, sobre la inminente producción de vacuna Sputnik en el país. Tal vez no sea casualidad que Vizzoti y Quiroz nunca hayan ventilado sus diferencias, que las hubo, en público: había un bien mayor que preservar.

Pero el más categórico de todos fue el senador nacional Esteban Bullrich. En medio de una situación personal desgarradora, hace una semana, el otro Bullrich ofreció un ejemplo de lucidez política. “El milagro sería que todos entendamos que a la Argentina solo la podremos sacar entre todos, pidiéndonos ayuda entre nosotros -razonó Bullrich-. A nosotros, en nuestro Gobierno, para hacer autocrítica, nos costó pedir ayuda. Y lo mismo le pasa a Alberto ahora. No hay humildad. Una vez que llegás a ser Presidente, parece que ya está. Sí. Sos Presidente. Pero no vas a resolver las cosas solo. Yo no podría resolver esto solo. Me costaba mucho pedir ayuda. Ahora no solamente pido. Acepto la ayuda. No es Alberto. A nosotros nos pasó igual. Por eso es tan nociva la grieta. Es fácil para ganar una elección. Pero es imposible para gobernar”.

La batalla de la pandemia ha generado resultados muy dolorosos. Pero hay un futuro por delante. ¿Qué le propone la política a la gente para entonces? ¿Cuál es el sueño, la meta, la ilusión con la que imagina que podrá contener a una sociedad tan golpeada? ¿Lo que se ve en estos días?

Con una muy limitada capacidad para expresarse, inversamente proporcional a su capacidad de pensar, el otro Bullrich lo planteó de esta manera: “Hoy el problema más grave que tiene la Argentina es la incapacidad de su dirigencia política para pedir ayuda. Esa es la principal razón de que haya oscuridad en el futuro”.

 

 

(*) Esta columna de Opinión de Ernesto Tenembaum fue publicada originalmente del portal de Infobae.

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