Revelaciones de Pandora Papers, ofensivas de la derecha

Por Mario Wainfeld (*)

 

Argentina se alzó con la medalla de plata en el Mundial de Futsal. Y, según los Pandora Papers, llega al podio en la cantidad de personas con cuentas en paraísos fiscales. Medalla de bronce en el concierto de las naciones, una hazaña considerando la población y el PBI. ¿Cantamos Aleluya? Usted dirá que no. Son récords distintos, uno gratifica mientras el otro desnuda al poder económico. Qué aguafiestas son los lectores bien informados…

La minuciosa nota de Raúl Dellatorre publicada el sábado en Página/12 señala que el informe del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) revela el entramado societario que busca ocultar o desviar el destino de los fondos que se fugan de un país. “Este tipo de entramados –puntualiza Dellatorre- parece ser bastante común entre empresarios y personas argentinas con grandes fortunas”.

En estos días se dijo y escribió bastante que una cuenta en una guarida fiscal no constituye necesariamente delito. Vale, a condición de decir que casi siempre los fondos que llegan provienen de la llamada “fuga de divisas”, usualmente de evasión impositiva. La ilicitud es la regla que puede reconocer contadas excepciones.

El informe de un consorcio privado --que tendrá sponsors e intereses propios como puntualizó didácticamente Santiago O’Donnell -en otra nota publicada en el diario Página/12- debe combinarse con los recibidos por el Estado argentino de la OCDE, organización internacional dedicada a detectar y perseguir el lavado de dinero.

La Argentina firmó, en la etapa kirchnerista, un convenio con la OCDE que mandó información cuando al expresidente Mauricio Macri le quedaban dos años de mandato. Se registraron miles de cuentas off shore de argentinos. Adivine qué pasó, tiene medio minuto… adivinó: el material se cajoneó hasta que asumió el actual Gobierno y tomó cartas en el asunto. La AFIP está pesquisando, intimando, cobrando deudas cuando los infractores quedan contra las cuerdas.

Los mecanismos de evasión varían: desde el liso no pago, hasta la subfacturación de ingresos o la sobrefacturación de gastos. Tales maniobras las diseñan grandes estudios jurídicos o contables. La sofisticación convive con métodos ancestrales: ventas clandestinas. La mercadería se lleva por tierra a Brasil o Paraguay tras atravesar el NEA. A veces el contrabando se traslada en barcaza. Se cobra sin dejar rastro. Por eso Paraguay “exporta más soja” que la que produce.

El economista Fernando Porta, citado meses atrás en esta columna, enseña que el mercado agroexportador es muy opaco contra la narrativa de las grandes corporaciones “del campo”. Se conocen –sigue Porta-- los precios de las transacciones pero no su cantidad. Una parte apreciable del comercio de granos y aceites (desde luego jamás medida) se oculta tras una madeja de facturaciones truchas y ventas no registradas.

Las divisas sustraídas al Fisco pueden quedarse en el exterior, configurando fuga, delito consumado.

Por lo general los grandes inversores no dejan encanutada su plata, para estar tranquis o hacer un viajecito de vez en cuando. Muchos reciclan fondos mediante el lavado, el reingreso de la guita negra a mercados legales. Otra ingeniería (otro delito penal), amañada por los profesionales expertos. Una fracción interesante de la banca internacional coopera con el lavado: los dineros vuelven a los mercados legales, el mundo de las finanzas muerde su tajada.

Personas profanas suelen creer que solo el “crimen organizado” lava dinero. La lectura peca de cándida: empresas de linda fachada también se valen del mecanismo. Todo lo que se devela de Vicentin daría para escribir un libro u organizar seminarios. Vicentin no es única sino la parte saliente de un iceberg. Llegó la hora del revisionismo: no todos somos Vicentin. Los evasores y lavadores constituyen una minoría.

El gran empresariado autóctono se queja porque la presión impositiva y los costos laborales lo agobian y ponen en riesgo. Datos matan relato. Las cifras de OCDE, los Panamá y los Pandora Papers comprueban que la clase dominante amarroca un excedente sideral aún en términos comparativos internacionales.

Gente linda, insaciable, que va por más.

 

Despedir barato, la vieja obsesión

 

La Cruzada contra la indemnización por despido suma capítulos adicionales, semana tras semana. La exdiputada Elisa Carrió y el diario “La Nación” apuntalaron los proyectos de ley cambiemitas presentados en el Congreso.

“Lilita” se valió de una anécdota casera. Despedir a una empleada particular que había laburado un mes “en blanco” le habría costado un platal. Como Carrió está exenta de repreguntas nadie le pidió precisiones. Hubiera sido imposible. Las indemnizaciones, básicamente, se calculan multiplicando dos factores: el monto del salario y el tiempo de trabajo. No hay modo de llegar a un número exorbitante con las referencias aludidas por Carrió. Las indemnizaciones se agravan cuando median incumplimientos patronales que no existieron. La mentira es evidente. Fin del capítulo.

El diario de casi todos los Mitre publicó este sábado el enésimo editorial sobre las indemnizaciones por despido. Con involuntario sentido del humor presenta su reemplazo por un fondo de ahorro obrero como una novedad, una “feliz idea”. La idea es vieja como los trapos que defiende la Platea de Doctrina.

El menemismo devaluó unos cuantos derechos. La Alianza consumó la regresiva Reforma Laboral, más conocida como “Ley Banelco”.

El gobierno del presidente Mauricio Macri sostuvo la ofensiva. Su secretario de Empleo Miguel Ponte naturalizaba la creciente destrucción de empresas y la desprotección de los trabajadores: “es como comer y descomer”. El ahora presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA) Daniel Funes de Rioja bancaba las premisas de Ponte, con verbalización menos fétida: “hay que poder contratar y descontratar”.

La iniciativa de sustituir la indemnización por un ersatz (reemplazo, sustitución) contradice la garantía constitucional de protección contra el despido arbitrario. Detalle normativo ajeno a la sensibilidad de la derecha.

Una observación de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner agrega sustancia a las críticas. Los sueldos de los trabajadores argentinos calculados en dólares eran los más altos de la región en 2015. Macrismo mediante bajaron a pique. El valor real de las indemnizaciones, pues, descendió en consonancia. De todas maneras, enhorabuena, la protección nacional contra el despido supera a la de los países vecinos y hermanos pero va a la baja.

La flexibilización puede estimularse con cambios legales. Asimismo opera “de facto”, como consecuencia de la situación económica, de las correlaciones de fuerzas, de las condiciones del mercado de trabajo. Va remembranza de Carlos Marx, con perdón de la palabra. El ejército de reserva argentino es cuantioso. Como la gente necesita laburar acepta condiciones crueles, impensables en contextos más felices. La contingencia local empalma con declives globales: la uberización por ejemplo.

Una más y no jodemos más, de momento. La reactivación industrial de este año, la de la construcción en especial, se concretó conviviendo con la prohibición de despidos y la doble indemnización. Si se produce y vende, no hay compulsión para despedir y los costos relativos descienden igual.

Luego de malversar a Marx pasamos al dudoso poema atribuido a Bertolt Brecht. Vienen por los despidos, tras cartón llegarán ataques a otras conquistas laborales. La malla de protección social que dejó el kirchnerismo se queda corta, es forzoso ampliarla y renovarla con medidas amplias, de corte universal, no abolirla en cuotas.

Los popes capitalistas aluden al Primer Mundo, aunque ansían pagar salarios tercermundistas. Jamás imitan ejemplos de compromiso social empresario. El archivo recrea escenas memorables y olvidadas. Durante su segunda presidencia Cristina convocó a una reunión con corporaciones patronales y sindicalistas en Río Gallegos. No era muy afecta, pero en la ocasión conversó cara a cara. Funes de Rioja desplegó las crónicas quejas. CFK le marcó que las empresas nativas invierten sumas muy mínimas en capacitación del personal, lo exhortó a que las comparara con las vigentes en Alemania. Funes de Rioja no pudo dar una respuesta convincente, había quedado en orsai. Spoiler: en el próximo párrafo el abogado gerente que comanda una Unión Industrial (innovación gaucha, exótica) será citado de nuevo; está muy vivaracho en estos días. Contrato de lectura: no abandone esta nota; será la última alusión al protagonista.

 

Etiquetado frontal, el octógono no chilla

 

Se levantó por falta de quórum la sesión que podría haber sancionado la ley de Etiquetado Frontal. La casi totalidad de la bancada de Juntos por Cambio pegó el faltazo, lícito aunque cuestionable políticamente. Arguyeron que estaban de acuerdo con la norma pero que querían meter otras leyes o iniciativas embrionarias en debate. La exgobernadora María Eugenia Vidal agregó una explicación sensiblera y falaz: ¿cómo ocuparse del etiquetado cuando hay chicos con hambre? Su fuerza quería debatir la Boleta Única Electoral mientras promueve edificación salvaje en desmedro de espacios verdes para los porteños. No son acciones anti hambre, da la impresión.

El pressing del lobby empresario influyó sobre los cambiemitas. Funes de Rioja se enfadó: las etiquetas son antidemocráticas porque no informan, sino que buscan persuadir. Y agregó, dramático: los octógonos del etiquetado propuesto parecen calaveras. En fin.

Llovieron cuestionamientos e información para el lobista atemorizado. Reglas similares rigen en muchos países del planeta, constituyen defensas del consumidor. De nuevo: en la Argentina más faltan que sobran protecciones como esas.

 

Recuerdos del pasado

 

Cristina Fernández de Kirchner acostumbraba comentarles a los empresarios que se la llevaban con pala. Prosperaron, lucraron en general. Argenzuela no existe, es un mito de la derecha.

Al mismo tiempo, Néstor Kirchner y Cristina delimitaron el lugar del Estado, lo fortificaron. El fallecido presidente cambió la agenda tradicional de la Casa Rosada. Entraron las Madres y las Abuelas como jamás antes. Dejaron de ser contertulios y consejeros los grandes empresarios, los purpurados de la Iglesia católica entre otros.

Kirchner los enfrentó con nombre y apellido en situaciones especiales, memorables. “Señor Coto: yo lo conozco muy bien a usted y sé cómo trabaja sobre los bolsillos de los argentinos (…) no tengo ninguna duda de que ustedes se cartelizan y atentan permanentemente contra los bolsillos de los argentinos”. Promovió un boicot ciudadano contra Shell por subir unilateralmente los precios. “No les vamos a comprar ni una lata de aceite”.

Nadie olvida la invectiva: “¿qué te pasa Clarín? ¿estás nervioso?”

Cristina encabezó el conflicto contra el campo y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Más allá de aciertos o errores, victorias o tropiezos, el Gobierno tomó partido. Definió campos y pertenencias.

El presidente Alberto Fernández se inclinó hacia un estilo consensualista, convocando a Mesas de Diálogo, abriendo puertas. Con resultados insatisfactorios porque los interlocutores VIP respondieron con sus reflejos de siempre.

El Consejo Económico Social, una institución novedosa para visibilizar posiciones, un aporte al diálogo con agendas precisas, un escenario para representar posturas divergentes a la población, quedó en agua de borrajas.

El veredicto electoral motivó el reconocimiento presidencial: hay que cambiar. Seguramente, piensa este cronista, esa promesa abarca repensar cómo consolidar poder estatal.

Las convocatorias a actos masivos arrancaron esta semana en Nueva Chicago con las organizaciones sociales. Se prolongarán el 17 y 18 de octubre.

Es difícil saber cómo impactarán actos y marchas en las elecciones por venir. Por una parte, generan mística, galvanizan a la militancia, motivan a implicarse más.

Por otro, nadie sabe si consiguen adhesiones entre quienes no votaron al oficialismo en las PASO: ciudadanos no politizados, no convencidos, de otras banderías.

En promedio, para empezar, las virtudes comprobadas superan lejos a las dudas por desentrañar. Y la revuelta callejera viene para quedarse no solo hasta noviembre. Las muchedumbres inciden, protagonizan, son parte del poder democrático.

Miles de argentinos pondrán el cuerpo para graficar qué piensan sobre los evasores, sobre los que quieren arrasar con conquistas, sobre los que reinciden en programas socio-laborales remanidos.

Se reabren escenografías fundamentales de la política argentina. La pandemia vació las calles y las plazas, desalentó movilizaciones, debilitando (por motivos solidarios, por cuidado) la participación popular.  Su regreso es una buena nueva, una herramienta valiosa para reconstruir y relanzar al Gobierno.

 

(*) Esta columna de Opinión de Mario Wainfeld fue publicada originalmente en el diario Página/12.

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