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Los grandes horizontes de Francisco: una voz profética para el mundo

Por Padre Obispo “Maxi” Margni (*)

La Pascua de Francisco nos deja frente a una pregunta clave: ¿y ahora qué? Su paso entre nosotros no fue simplemente el ejercicio de un pontificado, sino el impulso profundo de dos grandes horizontes que hoy nos toca seguir madurando como Iglesia y como humanidad.

1) Revitalizar el Concilio Vaticano II: un nuevo impulso teológico-pastoral

El Concilio Vaticano II, que había quedado en parte paralizado o bloqueado por diversas situaciones históricas y eclesiales, recibió de Francisco un aire nuevo.

Él revitalizó su espíritu, lo hizo madurar, y lo tradujo en clave de "Iglesia en salida", asumiendo el tono y la sensibilidad latinoamericana.

Francisco trajo consigo toda la riqueza de la trayectoria de la teología latinoamericana, particularmente en dos grandes aportes:

- La centralidad de los pobres, las víctimas, los excluidos y descartados como sujetos preferenciales de la evangelización. La opción por los pobres dejó de ser sólo un llamado, para convertirse en un criterio de verdad en la vida eclesial y social.

- La renovada comprensión de la Iglesia como Pueblo de Dios, que resuena en el Concilio y es profundizada por la teología del pueblo y la cultura, particularmente en la tradición argentina. El Pueblo de Dios no es un concepto sociológico, sino una categoría teológica que nos invita a ver a los pueblos como sujetos activos de su propia evangelización, donde las culturas son lugares fecundos para la siembra del Evangelio.

Aquí Francisco nos deja una invitación clara: seguir madurando la Iglesia como Pueblo de Dios, reconociendo la dignidad de cada pueblo, su cultura, su identidad, y su protagonismo en el camino de fe. Evangelizar hoy es más que transmitir un mensaje: es hacer resonar la Palabra en los gestos, en el lenguaje sencillo, en los caminos concretos donde el pueblo se evangeliza a sí mismo.

2) Una voz clara y evangélica para la sociedad contemporánea

El segundo gran horizonte que Francisco nos deja es su voz profética para el mundo. Una voz que muchos no creyentes, personas de otras religiones, e incluso sectores alejados de la Iglesia, reconocieron como una voz humanitaria y profundamente evangélica.

Francisco puso en el centro de su mensaje temas cruciales:

- La justicia social como condición de la dignidad humana.

- La escucha del grito de los pobres y de la creación, planteando un nuevo humanismo ecológico.

- La fraternidad universal como respuesta a las guerras, los conflictos y el individualismo exacerbado.

- La denuncia de los nuevos colonialismos y de una cultura globalizada de descarte y consumo que atenta contra los pueblos y su soberanía.

- Su cercanía con los movimientos populares y su reconocimiento del protagonismo de los trabajadores, de los olvidados y de quienes luchan por la dignidad de la vida.

Su palabra, sencilla y contundente, resonó más allá de las fronteras eclesiales. En Francisco, el Evangelio recuperó su frescura profética y su capacidad de generar esperanza para los pobres y construir paz para todos.

¿Y ahora qué?

Ahora nos toca a nosotros custodiar este legado vivo, no como un recuerdo, sino como una tarea. Revitalizar continuamente el espíritu del Concilio, madurar la identidad de la Iglesia como Pueblo de Dios, y mantener abierta una voz clara, evangélica y humanitaria que anuncie el Reino en medio del mundo. La siembra de Francisco ya ha brotado. Ahora, el tiempo de la cosecha y de la nueva siembra es nuestro.

(*) El padre Marcelo Julián Margni, conocido como el “Padre Maxi”, es Obispo de Avellaneda-Lanús. Este artículo de Opinión fue publicado en el diario Página/12.

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