
A Camila Correa le cambió la vida. Con sus jóvenes 17 años, cursando el quinto año del Instituto San José, se ganó una beca para participar durante 10 días del campamento internacional en el Space and Rocket Center, de Alabama, EE.UU., desde donde regresó el domingo pasado. Si bien siempre le gustó la Astronomía, esta experiencia consolidó su vocación. Aunque, según dijo, irá “paso a paso”. “Fue valiosísimo desde el punto de vista cultural, porque aprendí de las culturas de todo el mundo”, explicó, para agregar que “la mejor parte” fue lo que aprendió en lo referente a su pasión, que es la Astronomía.
Camila Correa contó lo enriquecedor que resultó su viaje a Estados Unidos, precisamente al Space and Rocket Center de Alabama, donde estuvo durante 10 días participando del Campamento Espacial Internacional, que se realiza año a año auspiciado por la NASA. “Fue valiosísimo desde el punto de vista cultural, porque aprendí de las culturas de todo el mundo”, explicó, para agregar que “la mejor parte” fue lo que aprendió en lo referente a su pasión, que es la Astronomía.
Con un riguroso y esquematizado programa, durante las mañanas, los chicos recibían clases de Historia, Física e Ingeniería específica para el manejo de las máquinas, que se aplicaba en las clases prácticas, por la tarde. “Hacíamos misiones, que consistían en tener diferentes roles”, recordó Camila. “A mí, en varias ocasiones, me tocó ser pilota del transbordador, otros chicos hacían caminatas espaciales, y después había que aterrizar el transbordador, operando con máquinas reales, con miles de velocímetros, todo con filmaciones de los comandos en Tierra que nos muestran gráficos, como si fuera real, y tenemos comunicación como en Houston: tenemos un problema”, dijo Camila, parodiando la película Apolo IX.
En diálogo con El Diario aseguró que la experiencia reforzó tu vocación de estudiar Astronomía: “Desde hace tiempo tengo la vaga idea de estudiar Astronomía, porque siempre me gustó, e incluso por eso me presentaba a los concursos de la Conae (Comisión Nacional de Actividades Espaciales), pero a partir de esta experiencia, se ha convertido en mi pasión, y si Dios quiere, el año que viene me voy a ir a La Plata a estudiar allá la Licenciatura en Ciencias Astronómicas”.
“Haber sido elegida por la Conae para esta experiencia me influye muchísimo en mi currículum, por tener 17 años y haber sido seleccionada para representar al país; si a eso le sumo que me puedo destacar en la universidad, a lo mejor obtengo una beca para terminar mis estudios en Estados Unidos. Es una idea que tengo, pero uno nunca sabe lo que va a pasar más adelante. Voy a ir paso a paso”, expresó.
“En mi grupo estaban chicos de Singapur, de Austria, de Australia, de Bélgica, de Noruega, de Finlandia, de Costa Rica”, recordó Camila. Y contó: “A manera de presentación —al inicio del campamento— los representantes de cada país hacen una presentación de algo típico. Nosotros bailamos con Damián una chacarera, y Sergio mostró un mate”.
El compañero de baile de Camila es Damián Galante, otro alumno argentino becado —de Capital Federal— y quien cebó mates es el profesor Sergio Grimosi, que acompañó a los chicos, también oriundo de Capital Federal.
Todo tuvo su preparación, según contó Camila, es así que Damián fue a Gualeguay para practicar la chacarera, “porque él no tenía ni idea”. En cambio, ella sí, “porque aprendí en Folclore, en el Colegio. En realidad, la idea original era bailar un tango, “pero no pudimos, porque somos los dos muy patadura”, reveló entre risas la chica.
Según le relató Camila al sitio www.gualeguayer.com.ar, un día en el campamento se cumplía así: “Nos levantaban a las siete de la mañana. Te daban media hora para vestirte y bañarte, igual que antes de acostarte. De 7.30 a 8 desayunábamos y la media hora restante era para despejarse un poco. Desde las 8.30 en adelante empezábamos y no parábamos con las clases teóricas, por ejemplo charlas sobre la historia de los rusos contada por los norteamericanos... También teníamos clases de Física. Había un asistente-custodio que acompañaba a los chicos a todos lados. Todo el tiempo controlaba, incluso si teníamos que tomar algún remedio. A las cinco de la tarde cenábamos. También a la tarde teníamos los entrenamientos. Estaba el Space Shoot. Ahí te sientan y salís disparado para arriba. Es como si estuvieras en el aire. De caradura lo hice dos veces y me tomé un descanso... (risas). A las 11.30 teníamos que bañarnos y cambiarnos. A las 12 te apagaban la luz y basta. Por supuesto que nos quedábamos charlando y hablando no sé hasta qué hora”.
La joven también recordó que “una de las charlas más interesantes fue con un astronauta, Frank. Nos preguntó cuántos americanos había en el grupo (ellos les dicen así a los propios estadounidenses). Eran unos 20. Y cuántos sabían otro idioma que no fuera el inglés. Deben haber levantado la mano sólo cuatro. Fíjense —les dijo— que todas las personas que los rodean aprendieron su idioma para estar con ustedes y compartir su experiencia. Tienen que aprender cada segundo y cuando sean grandes se van a acordar de esto”.