Ya era hora de dormir en merecida paz

Edición: 
1016
Columna de opinión

Por Luis María Serroels
Especial para ANÁLISIS

Aquel 17 de diciembre de 1976 se consumó una más de las cruzadas genocidas que la dictadura más atroz de nuestra historia urdió. En uno de esos actos cobardes, y luego de cumplirse los cuatro procesos que enmarcan la figura del desaparecido (convertida en estúpida entelequia por el dictador Jorge Videla) según lo definiera Juan Gelman: secuestro, tortura, muerte y ocultamiento del cuerpo, cayó Eduardo Mencho Germano. “Los muertos mueren una sola vez, los desaparecidos mueren todos los días”, dijo el escritor uruguayo Mario Benedetti. ¡Cuánta verdad! Tras 38 años de espera, los restos de Eduardo Germano, miembro de la Cofradía de Los Menchos, llegaron a Paraná. Retornaron a Paraná. Expertos los identificaron no sin denodados esfuerzos.

Cuando su madre Carmen Salvay apeló a una persona de confianza para averiguar por su hijo, la respuesta final fue: “Rece por él, señora”. Pero ella era realista y sensata. Su porfiada lucha –en la que cabían todos los desaparecidos y todas las madres- enfilaba al menos a saber dónde estaba su vástago, aquel pibe a quien este columnista viera un verano juguetear con sus tres hermanos en la playa Los Pinos, de Federación.

Felipe, el padre, partió después con el corazón transido desde la tragedia. Guillermo –el que condujo el Registro de la Verdad- un militante incansable contra los atropellos de la mala política y activo defensor de los derechos humanos, se fue luego abatido por una cruel enfermedad. Y Carmen, la delicada señora de voz suave y hablar pausado, le siguió agregando más peso a su mochila, siempre asumiendo riesgos y consecuencias, para enfrentar la sinrazón de los amos de la vida y de la muerte. Jamás claudicando, porque su lucha fue el combustible de su existencia misma.

Quien escribe esta nota la visitó cuando, víctima de severos problemas neurológicos, su capacidad de razonamiento se hallaba muy limitada y se le tornaba difícil hilvanar un diálogo. El encuentro fue para decirle que los asesinos, esos que empezaban a desfilar pero con porte muchos menos marcial que en las fiestas patrias, ante los estrados judiciales, comenzaban a sentir el peso de las leyes de la Constitución donde ellos habían posado sus inmundas plantas perversa y salvajemente. Y esa Carmen, que nunca abandonó la lucha por rescatar la memoria y concientizar a las nuevas generaciones sobre la interminable noche del terror planificado, parte responsable de la recuperación de la Verdad y la Justicia, esbozó una leve sonrisa. Y como si un milagro le restituyera sus cabales, dijo a este periodista: “Una buena noticia, pero tardía”.  Había esperado demasiado tiempo; había ofrendado hasta sus últimas energías.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS del martes 23 de diciembre de 2014)

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