
Por Luis María Serroels (*)
Este trabajo está pretenciosamente direccionado –al menos lo intenta- a una traducción aproximada de cuanto viene sucediendo en todos los hogares de todos los países del mundo enfrentados al terror de esta pandemia que conmociona y hasta paraliza. Fue pesadilla mientras se circunscribía a la lejana y milenaria China (hoy potencia mundial indiscutible). Pero ese estado de preocupación pasó a convertirse en pánico en tanto el invisible intruso inició su raid contaminante al esparcirse por Europa (en especial España e Italia que lloran hoy sus miles de muertos sin solución de continuidad) y terminó cruzando el Atlántico pero no para conquistar América sino para sumir a sus habitantes en el dolor y la desesperación.
Fue el desembarco de una hiriente realidad que convulsiona a los miles de millones de habitantes de la tierra. Justiciero es reconocer los reflejos del gobierno argentino y la puesta en ejecución de un plan que movilizó a todas sus potencialidades disponibles.
Y sigue siendo una puesta en pie de toda la Nación, que ningún punto en común tiene con la aventura empapada de sucias ambiciones de un dictador desequilibrado que nos llevó a una guerra absurda (acaban de cumplirse 38 años). Aquello fue un acto de perturbación mental- etílica donde muchos murieron y otros sufrieron consecuencias físicas y síquicas irreparables.
La movilización de estos días contra el COVID-19 es otro tipo de lucha que se legitima, purifica y transparenta en tanto busca nada menos que salvar vidas humanas y desarrolla medidas preventivas que nadie debe desobedecer.
Las maniobras que deben ejecutar todas las familias en pos de que el tristemente célebre virus no ingrese a su seno, no son un medicamento convencional –ojalá existiese- de los que se exhiben ordenadamente en los anaqueles de las farmacias, sino que responden a recomendaciones machaconamente difundidas por todo los medios posibles para impedirle la entrada al agente contaminante quizás más temible –en especial por su invisibilidad- de al menos estas dos décadas del nuevo milenio.
El modo de ponerlo en marcha se traduce en acciones y en pasividades. La acción es no salir a la calle y lavarse enérgicamente las manos con jabón o alcohol en gel todas las veces posibles. Se trata de una suerte de exilio voluntario e imprescindible en pos de una causa altamente sagrada: nada menos que la preservación de la vida de todos y cada uno de los miembros del núcleo familiar.
Pero existe en paralelo un fenómeno de inacción vinculado con la abstinencia de algo que trasmite mucho sin necesidad de expresar una sola palabra: el beso y el abrazo. Nadie se abraza ni se besa enojado pero estos días se impone la abstención por amor colectivo. Un amor que protege.
Hoy cada abrazo y cada beso es un peligro potencial. Su proyección personal y social ha pasado a ser un riesgo. Pero como contrapartida, cada apretón de manos, cada abrazo y cada beso que no se intercambian, significan que también queda ausente el eventual contagio. Esa inteligente vía de prevención no significa en absoluto una profanación del amor, el cariño y el respeto, sino la exaltación del valor de la salud por sobre la enfermedad, de la vida por sobre la muerte.
¿Porqué –emulando pero como contratara a la palabra maldita y con otro propósito- no construimos una suerte de antipandemia pero con el virus del amor propio y también hacia el prójimo?. Nunca el planeta se sintió tan pequeño ni sus habitantes tan cercanos como hoy por obra de los milagrosos avances tecnológicos en materia de comunicación. Ese derrame de autodefensa sería un modo de enfrentar las vicisitudes y convertir el amor y la fe en esperanza concreta.
El mismo amor que ponen aquellos que en distintas labores hoy arriesgan sus propias vidas enfrentando a un enemigo oculto que permanece agazapado en cualquier lugar.
La responsabilidad y el apego por los cuidados y advertencias es lo que puede abrir el espacio (no suena grato postergar el abrazo y el beso pero darle carácter de agente preventivo tiene otro color). Esto es un costo emocional que se agrega a las estrategias que hoy por hoy resultan muy valiosas. Reiteramos, no se trata de una prohibición antojadiza, sino de ponerle freno a un enemigo que debe ser vencido. El amor y el afecto se conservan intactos y es su mejor exteriorización obedecer los consejos de los que saben. Los abrazos, los besos y los apretones de manos que hoy faltan significan prevención que tranquiliza.
Iniciándose la semana el Poder Judicial hizo pública una Resolución por la cual se crea un Fondo Solidario con un aporte del 50% del salario sobre asignación de la categoría de magistrados y funcionarios. El mismo se integrará con el aporte individual de quienes no manifiesten su voluntad en contrario (aclárase que el acto de caridad se limita al sueldo básico).
La medida se adoptó respondiendo al Decreto Nº 486/20 del Poder Ejecutivo provincial, aclarándose que “si bien el Superior Tribunal no tiene atribuciones para establecer un descuento en los términos dispuestos por el Poder Ejecutivo en el ámbito de su competencia, a lo que se agrega la intangibilidad constitucional de las remuneraciones de los jueces, la situación de emergencia sanitaria con motivo de la pandemia denominada COVID-19, y su impacto económico y social, hace necesario efectuar un aporte solidario”.
No deja de sorprender el argumento de la carencia de “atribuciones para establecer un descuento”, sin embargo se las arrogó en las Acordadas 40/02 y 05/03 cuando ilegítimamente el STJ decidió autorizarse la renuncia al aporte legal y obligatorio al Iosper aduciendo que sus prestaciones no eran satisfactorias. Esto permitió a magistrados y funcionarios solicitar voluntariamente el cese de sus aportes al instituto. El máximo tribunal entrerriano cometió una grave falta al asumir facultades legislativas modificando una ley (la 5.326/73) mediante dos normas de inferior rango.
La posterior derogación de ambas resoluciones se basó –según una vocal- en que habían cambiado las condiciones prestacionales del Iosper respecto de 11 años atrás. Fue un manchón para la justicia provincial y nadie fue imputado por ello. Se quejaron por el alto monto de sus aportes pero olvidaron que ello deviene del altísimo nivel de sus haberes.
La respuesta positiva ante la creación del Fondo Solidario en el Poder Judicial resignando parte de los haberes del mes de abril, parece que fue bastante limitada en un ámbito donde se perciben los más altos salarios de la grilla provincial.
Bien se sabe que hay acciones que resultan más sobresalientes cuando más esporádicas. En la Constitución de los Estados Unidos y otras naciones se consagra el “derecho a la búsqueda de la felicidad”. En Entre Ríos se podría proclamar el derecho a la indignación.
Como frutilla del postre, imposible soslayar el “blooper” en que incurrió Alberto Fernández durante la cuarta “inauguración” del Sanatorio Antártida del gremio Camioneros que maneja la familia Moyano según consignó la articulista de Clarín, Lucía Salinas, mencionando operaciones presuntamente fraudulentas donde estarían en danza centenares de millones de pesos y que fueran denunciadas en su oportunidad por la dirigente de Cambiemos, Graciela Ocaña.
Además no es ocioso recodar que Moyano, a mediados de 2019, logró que su gremio comparta con el gobierno una sociedad forzosa para gestionar la empresa OCA –el mayor correo privado de la Argentina- hasta su venta. Hoy OCA le adeuda a la AFIP cerca de 8.000 millones de pesos (más o menos lo que le debe el kirchnerista Cristóbal López al órgano recaudador). A este sacrificado gremialista Alberto Fernández lo calificó como un “dirigente ejemplar”. Como si fuera poco, tras pedirle apoyo a Donald Trump ante el FMI, reivindicó la potestad de Nicolás Maduro para resolver sus cuestiones internas.
¿Qué régimen puede restaurar la paz y la justicia si es el responsable de más de 7.000 asesinatos de opositores a cargo de escuadrones de la muerte? Lo certificó la ONU. Ahora se entiende porqué nuestro presidente –que parece ignorar lo que es una seria y coherente política diplomática- designó a un ingeniero agrónomo al frente de la Cancillería.
(*) Especial para ANALISIS