Por Ezequiel Ré
(Especial para ANÁLISIS)
El 4 de agosto de 2023 hablamos después de mucho tiempo y por última vez. Lo había visto unos meses antes en la cancha de Atlético Paraná (actuaba de local allí) viendo a su querido Patronato en un partido por la Primera Nacional. Y luego ese llamado. Primero un audio de 22 segundos: “Hola Ezequiel, buenas noches, cuando vos puedas vos me decís y te pego un llamadito rápido y sencillo, para contarte algo que tengo en la cabeza”. A los pocos minutos estábamos hablando vía celular. Y ahí una nueva muestra de ese sentimiento por el rojinegro. Le preocupaban ciertas situaciones y quería compartir algunas ideas futboleras. Ni él ni yo podíamos hacer mucho, e interpreté que tal vez alguna opinión en algún medio de comunicación, podía llegar a la dirigencia.
Me sentí reconfortado. Claudio tenía suficiente espalda como para llamar y hablar al club. Cómo no escucharlo. Sin embargo, ahí estaba, dándome unas ideas. No voy a dudar que me sorprendió ese diálogo amable que mantuvimos, porque en realidad, si bien siempre tuvimos una relación de respeto mutuo, no dudo que en algún momento habrá querido manifestar su posición contraria ante alguna crítica mediática sobre el Patrón.
Me unen varios buenos momentos y son los que guardaré en el recuerdo. En sus inicios como médico de Patronato compartíamos la pasión del fútbol independiente en la Quinta Quinodoz. Claudio era un destacado defensor.
Al tiempo, recaló al Rojinegro un técnico que empezó a cambiar la forma de trabajar en el club: Luis Murúa. Dentro del amateurismo mostraba cosas de profesionales. Un día (Argentino B 2006/07) me invitó a viajar con el plantel para un partido en Lincoln. La única vez que compartí un viaje y concentración con el equipo. Claudio era el médico, pero además en su destacado rol de chef, el que preparaba el almuerzo en el micro para llegar a la tarde al lugar de concentración en Junín. Pretendía que a los jugadores no les falte nada. Menos, una buena comida. Y no le faltaba.
A Claudio lo tuve como docente en mi aventura por querer ser técnico de fútbol. Despotricaba y con razón porque “algunos periodistas” se anticipaban en las transmisiones de fútbol en el diagnóstico de alguna supuesta lesión. “¿Cómo pueden decir que se desgarró si apenas está tirado en el suelo?”, decía.
¿Quién era Claudio como profesional? El traumatólogo que daba esperanza. Hace un par de días, como vaticinio, un ex jugador de fútbol contó justo una anécdota. Su estado de salud surgió en la charla y mencionó que hace unos años se había venido de Buenos Aires con la rodilla destrozada y le dijeron que no podía pisar más una cancha. “Yo te opero y vas a jugar”, le dijo Claudio. Y así fue.
A Claudio, intuyo, no le gustaba la soledad. Y tal vez tenía el alma triste. Amaba las peñas de amigos y no faltaban sus buenos exquisitos platos. Dicen que, en tiempos de pandemia, ante la no posibilidad de reuniones, armaba viandas y las llevaba a la guardia del Hospital San Martín. Un poco en solidaridad con los colegas, otro para compartir un rato entre pares.
Un tipo querido y respetado en el ambiente. Que vivió de cerca los momentos felices de Patronato. Con su botiquín como aliado, y como buen chef con el mejor condimento que podía tener: su pasión. Su profesionalismo y ese sentir por los colores del rojinegro merecerán mañana ante Chacarita Juniors un minuto de silencio.
A veces uno escribe por inercia, ante la muerte que sacude y busca las palabras justas en la despedida. En este caso, siento que se murió un pedacito de una etapa feliz de Patronato. En las que, envueltos en esa bohemia laboral, estábamos pegados “a la comarca rojinegra”.
Te despido con tristeza. Un gol en contra. Un partido perdido. La muerte es imperfecta.