
Tras participar de distintos concursos de canto, como en el Teatro Marconi y Radio El Mundo, Violeta Rivas obtuvo su nombre artístico cuando es contratada por la compañía RCA. Firmó su contrato y empezó a ganarse la vida como artista. Pero la fama la alcanzó en la década del ´60, siendo integrante de la llamada Nueva Ola, una serie de figuras jóvenes (contratados por RCA) que derivaron en el programa televisivo El Club del Clan, de Canal 13. A partir de ahí, todo cambió para ella; consignó el sitio Infobae.
Chico Novarro, Palito Ortega, Johnny Tedesco, Nicky Jones y Raúl Lavié, entre otros, formaban parte del ciclo. “Algunos cantaban bien, y otros…”, recordó Violeta hace unos años, en un reportaje con Clarín. Popular con el tema “¡Qué suerte!”, la cantante no encontraba en Sudamérica una voz femenina que la cautivara, a excepción de Lolita Torres y aun cuando destacaba a Fabiana Cantilo. ¿Su preferida? Norteamericana: Barbra Streisand.
Rivas, que supo incursionar en todos los géneros, habiendo editado 35 discos a lo largo de su carrera (el último en 2004, “20 secretos de amor”, logró que su voz trascendiera las fronteras: fue aclamada en Perú y en Venezuela como en muchos otros países.
En 1964 comienza su relación con el cantante de tangos Néstor Fabián. “Cuando lo conocí a mi marido yo tenía mi propio dúplex, casaquinta y auto; él no tenía nada. Le dije: 'Vas a darme tanta plata todos los meses y así vas aprender lo que quiere decir la palabra ahorrar'. Él me decía: 'Vos te abusás porque sos nuevaolera y yo, tanguero…”.
Tres años después dieron el sí en la Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, en Santa Fe, para cumplir con una promesa de Fabián: se la había hecho al sacerdote del lugar pidiendo por Violeta, que en ese entonces enfrentaba problemas en su voz. Y cumplió. La ceremonia fue multitudinaria y con una gran cobertura de la prensa.
Juntos tuvieron una hija, Analía. Y con las décadas solidificaron un amor que se mantuvo -ya desde sus comienzos- al margen de cualquier escándalo.
Rivas sonreía cuando contaba que debió soportar que, en los 80, bromearan con aquel “¡Salta, Violeta!”. Porque ella sonreía siempre, con su característico buen humor. Pero eso sí, advertía que Violencia Rivas, el personaje irascible de Diego Capusotto, tenía mucho de ella: “No me hagan enojar…”, decía, pícara, quien también incursionó con éxito en el cine (hizo seis filmes en cinco años), publicó Infobae.
Porque la suya, a no dudarlo, fue una vida de película. Y a pesar de que el final no puede provocar más que tristeza, desde hoy mismo será recordada con una sonrisa…
Y una ovación de pie.