Tanto en la Asociación de Familiares y Amigos de Desaparecidos de Entre Ríos (AFADER) y en la Asociación para la Recuperación Histórica Argentina (Arhista), Alicia Perica Dasso de Bachetti tiene un trabajo sin pausa que no dejará “hasta que le den las tabas”, según sus propias palabras. También ha colaborado con otros organismos tales como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y lo hace permanentemente con las investigaciones del Equipo de Antropología Forense. La ex militante de la Juventud Peronista señaló lo auspicioso del proceso iniciado en 2003 con la apertura de causas por violaciones a los derechos humanos aunque igualmente remarcó la falta de decisiones tanto en el ámbito político como judicial.
La histórica militante brindó su testimonio aDiarioUno. A continuación reproducimos fragmentos del diálogo que mantuvo.
—¿Dónde naciste?
—En Diamante, en 1953.
—¿A qué se dedicaban tus padres?
—Mi viejo era abogado y político, desarrollista. Fue intendente en 1958, durante el gobierno de Uranga y Frondizi. Mi mamá era ama de casa. Tengo dos hermanas.
—Entonces, la política fue parte del ámbito familiar...
—Totalmente, prácticamente desde que nací. Yo no tenía 5 años y mi papá ya estaba de campaña política. Mi abuelo también fue intendente en los años 20.
—¿Por cuál partido?
—Por la Unión Cívica Radical y mi papá por la Unión Cívica Radical Intransigente. Mi viejo nunca fue antiperonista y estuvo contra el golpe de 1955, aunque en la época de estudiante tuvo posiciones contrarias al peronismo.
—¿Cómo asumías la militancia de tu papá?
—Desde siempre escuché a mi viejo que la única manera de cambiar la política era ganando elecciones. Eso era lo que se hablaba en la mesa y mi mamá acompañaba. Cuando fuimos creciendo con mis hermanas, las charlas se convirtieron en discusiones, aunque se centraban sobre qué había que hacer para que se vayan los militares.
—¿Dónde estudiaste?
—Terminé el secundario en Diamante. Lo hice en el Colegio Santa María (hace una señal de que la expulsaron) y lo terminé en el Colegio Nacional.
—¿Cómo comenzó tu militancia?
—Desde el cristianismo, en el colegio de las monjas. Ahí tuve la primera idea de la injusticia. Fueron las primeras rebeldías contra lo que estaba instituido.
—¿Qué otras referencias eran importantes?
—Diamante siempre fue un pueblo luchador con sindicados conformados con mucha presencia peronista.
—Como el de los portuarios...
—Exactamente. En esa época estaba la Junta Nacional de Granos.
—¿Y en cuanto al cristianismo?
—La influencia de Puebla y Medellín, y la conformación de los curas del Tercer Mundo. La ruptura fue fácil porque todo fue cuestionamiento. Pero no seguí militando en el cristianismo.
—¿Cuándo te fuiste de Diamante?
—A los 17 años y nunca volví. Me fui a estudiar Medicina en 1971 a Buenos Aires –donde tuve militancia ya identificada como peronista– pero mi madre se enfermó y volví en 1973. En aquellos años todavía no estaba integrada la JUP (Juventud Universitaria Peronista) pero sí las agrupaciones que luego la formarían.
—¿Cuál era la atracción hacia el peronismo?
—Estaba convencida que iba a cambiar el país y milité en la JP. Desde el peronismo y en todos los ámbitos se había instalado el “Luche y vuelve”. Era la primera campaña en la que participé y significaba el retorno a la democracia. Además, dentro de las organizaciones estudiantiles teníamos nuestras reivindicaciones. Éramos muy jóvenes y no teníamos una idea clara de lo que significaba el gobierno, porque no habíamos vivido épocas democráticas.
—¿Volviste a Diamante?
—Primero a Diamante y luego me vengo a Paraná, donde entré a la Municipalidad, con la intendencia de Juan Carlos Esparza. Aquí lo conocí a Aldo (Bachetti). Conformé la primera Dirección de Acción Social y trabajé con las vecinales.
—¿Con Aldo fue una “flechazo” ideológico?
—(risas) Sí. En esa época mirabas –cómo dice Benedetti– el “codo a codo”; no entraba en la cabeza –como no me entra hoy– tener diferencias de proyectos cuando te enamorás. Encontrar el amor en esos momentos estaba dentro de ese círculo.
—¿Comienzan a militar juntos?
—Cada uno ya tenía su militancia. Aldo era dirigente de la JP Paraná.
—¿Cuál era el cuadro de situación política?
—Vine a Paraná cuando ya estaban instituidos los candidatos. En la primera etapa del municipio, recuerdo lo que significaba don Juan Carlos Esparza, un intendente popular, querido, que venía del sindicalismo de la resistencia, que quería cambiar la situación de los más desposeídos y no meterse en lo que se estaba planteando en el gobierno de la Provincia. El Gallego tenía en claro que su intendencia iba a ser para los pobres.
—¿Se tenía la convicción de que en la construcción política no había límites?
—Hay una frase que siempre recordamos cuando nos encontramos con aquellos compañeros: “Si el sol se ponía adelante, lo pateábamos”. Creíamos que el mundo se podía cambiar. La conformación de la JP de las Regionales venía influenciada por lo que había pasado y estaba pasando en Latinoamérica, por la resistencia peronista y por la decisión de la juventud en montones de agrupaciones en cuanto a pelear con armas. Había que cambiar la historia y las condiciones del pueblo.
—¿Qué implicaba esta decisión ideológica en lo cotidiano?
—Estar pensando en eso 24 horas y trabajar lo que fuera necesario.
—¿Qué sucede cuando se convencen de que Perón no era parte de ese camino?
—Tengo grabado lo de Ezeiza. Ahí saltaron las contradicciones, aunque ya las sabíamos y analizábamos. Fue el momento en que el peronismo quedó dividido y lo tengo grabado a fuego. Ahí se suscita bien abierto lo que era la derecha y la izquierda del peronismo.
—¿Qué no olvidarás de Ezeiza?
—El caminar de la vuelta. Quedé desprendida de la gente de Paraná y caminé kilómetros hasta el lugar que habíamos puesto como encuentro, pensando en lo que sucedió, aunque sin saber la magnitud. Volvías y no sabías a quién tenías al lado, si era de izquierda o si te iba a pegar un tiro. Fue la primera derrota y sabíamos que venían tiempos muy difíciles, aunque no tanto como los que sucedieron.
—¿De ahí en más?
—Seguimos con los planteos de diferencia con Perón. Nos fuimos abriendo del Partido Justicialista aunque seguimos trabajando junto al gallego Esparza. Fue una decisión y compromiso por ambas partes.
—¿Y cuanto al posicionamiento con el gobierno provincial?
—Tuvimos muchas contradicciones con don Enrique Cresto y nuestros compañeros dejaron de trabajar en su gobierno.
—¿Fue una sensación de derrota?
—De frustración.
—¿Cuándo percibiste la debacle total?
—A principios de 1975 cuando es secuestrado Pichón Sánchez –presidente de la comisión vecinal de La Pasarela– que era un compañero que trabajaba muy ligado a la Municipalidad. Comenzamos a sentir en los talones la represión y la muerte, y la forma en que iba a suceder lo que venía. Aunque sin tener noción sobre la magnitud de lo que sería con el golpe de Estado.
—¿Fuiste amiga de Sánchez?
—Compañera y amiga. El primer barrio que conocí al llegar a Paraná por mi militancia fue La Pasarela. Allí lo conocí a Ramón y a su familia. Mi militancia desde la JP fue en ese barrio.
—¿Qué recordás de lo previo al secuestro?
—En esos días iba a encontrarse con Aldo.
—¿Qué representaba para que hicieran foco en él?
—Un montón de cosas: una comisión vecinal, un trabajo de barrio, un compromiso total con su lugar y hacia el peronismo. Era un compañero que trabajaba todo el tiempo que tenía libre en función de los demás. Fue por eso.
—¿Qué otros hechos se desencadenan a partir de allí?
—A Aldo lo detienen al mes de la muerte de Pichón. Durante 1975 cambia totalmente la situación y son detenidos montones de compañeros en Concordia, Gualeguaychú, Diamante... Pero el único muerto era él y su cadáver aparece en el río.
—¿Previo a qué lo detienen a Aldo?
—La JP había sacado una solicitada –firmada por él– preguntando qué había pasado con Pichón Sánchez. Esa noche lo detienen a él y a otros compañeros.
—¿Y vos?
—A partir de ahí conocí todas las cárceles a las cuales lo llevaron, hasta el 24 de marzo de 1976, que me llevan a mí. Además, en 1975, lo detuvieron a mi cuñado, en Rosario, y a un montón de amigos y compañeros.
—¿Cómo era la situación interna de las organizaciones?
—Había planteos de lo que pasaba con el país, sobretodo después del Rodrigazo. Comenzaron las caídas y corridas, y el pase a la clandestinidad. Fue un desparramo. Para mí, fue atender con familiares a los presos, lograr que las causas siguieran y que salgan del país ya que los detenidos podían optar por irse.
—¿Cuándo había desaparecido la convicción de que podía patearse el sol?
—Después de la muerte de Perón. De ahí en más supimos que la cuestión iba a ser muy larga, desde otro lugar; hasta que el enemigo dijo basta.
—¿Siempre supiste dónde estuvo detenido Aldo?
—En 1975 sí, porque era en Paraná y en Gualeguaychú. Cuando me detienen, perdí contacto porque los militares impusieron la incomunicación total. Pasó un año.
—¿Cómo fue tu itinerario?
—Estuve detenida en Paraná, luego en Devoto y de vuelta a Paraná.
—¿Cuántos años pasaste en Devoto?
—Desde febrero de 1977 hasta agosto de 1981, cuando nos trajeron a Paraná y salimos en marzo de 1982.
—¿Qué edad tenía tu hijo (Nicolás) cuando te detienen?
—Un año y medio.
—¿Con quién vivió?
—Con los abuelos paternos.
—¿Podías verlo?
—En Paraná lo vi dos o tres veces, porque había autorizaciones especiales para que entraran los chicos que no hablaban. Y en Devoto lo veía a través de un vidrio con micrófono. Luego, con la venida de organismos internacionales, nos permitieron las visitas de contacto y lo veía cada 45 días.
—¿Alguna vez pensaste que no saldrías viva?
—No, porque se dieron circunstancias políticas. La cárcel de Devoto y las mujeres en particular estaban en plena Capital Federal, y las mostraban a quien quisiera verlas. Lo que no quiere decir que estábamos en buenas condiciones, pero éramos las presas políticas. Entre esa gente hubo gente que vino de los centros clandestinos y estuvo desaparecida. El blanqueo significaba cierta tranquilidad aunque no fuera una garantía. Hasta diciembre de 1977 conviví con (María) Teresita Di Martino, una compañera de Zárate, quien salió en libertad –con todos los papeles firmados– y en Coordinación Federal, desapareció.
—¿Tenías noticias de tu esposo?
—A través de los familiares que nos visitaban. Lo habían llevado a Resistencia.
—¿Sabían exactamente lo que sucedía?
—Pasamos sin diarios durante mucho tiempo, pero teníamos noticias a través de nuestros familiares y de un micrófono, con códigos establecidos. Hasta mediados de 1977 llegaban detenidos y de ahí hasta 1979 no llegó ninguno más. Iban a los centros clandestinos.
—¿Sabían lo que ocurría en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)?
—Lo supimos a finales de 1978. En 1979 me acuerdo que cuando vinieron los reyes de España, lograron salvar a una española que estaba detenida en un centro clandestino, llegó a la cárcel y se atrevió a contar. Teníamos conocimiento pero no sabíamos que hacía dos años que funcionaban.
Aquellas miradas de lejos y las condenas que esperan
Dasso señala como el inicio de su compromiso con la investigación de lo hechos de la década del 70 y la colaboración con los procesos judiciales, el inició del debate en torno al Punto Final y señala que actualmente –no obstante las decisiones tomadas desde 2003– “a la Justicia le cuesta condenar”.
—¿Qué actitud tenía la gente hacia vos cuando saliste de prisión?
—Estuve una semana en Entre Ríos, porque Aldo con Nicolás estaban viviendo en Laguna Paiva. Recuerdo el mirarte desde lejos de la gente y que no se arrimaban demasiado. Y eso que yo tenía una camino que ya había hecho Aldo. De Laguna Paiva fueron varios soldados a Malvinas, entonces no se hablaba de lo mío. Una señora vino y me dijo: “Me dijeron que sabés tejer”. Y le hice dos pasa montañas para los hijos que se iban a Malvinas.
—¿Cómo fue la reconstrucción de la familia?
—No sólo era reconstrucción, sino que tenía que adoptar un hijo de 8 años. No fue nada fácil, aunque Aldo había salido un año y medio antes. Al año comencé a trabajar con mis cuñados, luego pedí la reincorporación a la Municipalidad de Paraná y en 1987 volví.
—¿Cuándo decidiste trabajar con los organismos de derechos humanos?
—Al comenzar a charlarse en el Congreso la necesidad del Punto Final para las causas, con cuestionamientos a las víctimas del Terrorismo de Estado. En 1987 tomé la determinación de que había que darlo vuelta, sobre lo que tenía que ser mi vida y hacer en la política. Ni hablar con los indultos de 1989. No tengo la verdad, pero busco la verdad de lo sucedido.
—¿Cómo evaluás tu función en un organismo municipal específico?
—Muchos organismos del Estado, en todos los gobiernos, recién en 2003 se dieron cuenta de lo que había que hacer. O sea, tomar una determinación sobre lo que había pasado. Pero los avatares de la política te marcan quiénes realmente están interesados y quiénes están interesados sólo en cumplir con el Presidente de la Nación.
—¿Te has sorprendido por algo, no obstante haber sido protagonista de los hechos?
—Hasta hoy me sigo sorprendiendo porque seguimos conviviendo con aquella época dolorosa. Me sorprende encontrar defensores de los militares que pidan pruebas a las víctimas; si tenés una foto del momento en que alguien murió o que no digan dónde están los desaparecidos. Hoy está la posibilidad de que todo esté sobre la mesa, aunque no es totalmente así, porque somos las víctimas quienes tenemos que ir a los juzgados y buscar las pruebas.
—¿Podrías evaluar la situación de la Causa Paraná?
—Prefiero no hacerlo.
—Hay una impresión en torno a los procesos: mucha difusión y pocas resoluciones. ¿Es así? ¿Es propio de los tiempos judiciales?
—Hay puntos en común y diferentes. Hay hechos totalmente probados y no hay decisiones políticas del gobierno y de la Justicia. Debiera haber 50 juicios con condenas y no dos. Cuesta asumir que hay que condenar.
“Cuando vi lo de Malvinas, quería volver a la cárcel”
La ex militante de la JP fue detenida el 24 de marzo de 1976 y liberada cuando (Alfredo) Astiz tomaba las islas Georgias, circunstancia que considera como “no casual”.
—¿Cómo fue el mecanismo que permitió tu libertad?
—En marzo de 1981 la Corte Suprema deja sin efecto el Consejo de Guerra y establece que la causa pase al fuero Federal. Todo ese año fue de declaraciones en Paraná y en marzo del 82 –cuando Astiz estaba tomando las Giorgias– nos dan la libertad. Nada era casual.
—¿Qué sentiste ante la euforia que se vivía?
—Ganas de querer volver adentro (risas). Salimos un domingo y vimos que la gente hacía caravanas por Malvinas y vivaba a la Argentina. En Diamante, como habían liberado a un grupo de diamantinos, pensábamos que era por nosotros. Tengo la imagen de estar sentada en el tapialito de la casa de mis padres, viendo pasar la gente cuando la guerra todavía no estaba declarada. Parecía una película de Buñuel.
—¿Tus padres habían muerto?
—La entrada a casa fue terrible porque habían muerto los dos.
—¿Pudiste asistir a los velatorios?
—A ninguno de los dos. En el caso de mamá, durante 15 días se pidió que pudiera ir a verla al Hospital Francés, donde estaba internada. La autorización llegó después que murió, el 15 de octubre de 1979 –mientras estaba la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. En enero de 1981 muere mi papá de un ataque al corazón, pero me enteré a la semana. El día que me enteré, recibí una carta de él.
—¿Estuvo detenido?
—Fue detenido conmigo. El 24 de marzo me fueron a buscar a la casa de mis padres y cuando él quiere oficiar de abogado, le dicen que también estaba en la lista. Fue a parar a los cuarteles con nosotros. Pero lo liberaron en octubre o noviembre del mismo año.
—¿Andarías el mismo camino que hiciste?
—Es difícil la pregunta. En cuanto a mi decisión de vida y compromiso, elegiría exactamente lo mismo. Tal vez las circunstancias serían distintas. A mí me tocó esa etapa y la repetiría. Por supuesto que corregiría montones de errores, que no sólo fueron míos.
—¿Cómo se elabora o salda el resentimiento y el odio?
—Cuando te entregás a una militancia de la manera que lo hicimos, el odio y el resentimiento no los tenés muy en cuenta, porque estábamos convencidos que se podía cambiar. Siempre fue, es y seguirá siendo una lucha de poderes. El hombre pelea por estar en mejores condiciones. Tuve y tengo enojos, que son privados.
—¿Con vos?
—Y con los demás también. Como la cuestión de no poder vivir la muerte de mis viejos. Pero entendí que fueron las circunstancias que me tocaron vivir. Yo no lo haría. Quiero que los genocidas estén en cárceles comunes, pero no haría eso.