Grupo de talleristas mujeres conformado por: Carolina Schaab, Fabiana Maiocco, Cristina Rimoldi, Vanesa Zhender, Tamara Zarb y Lisandra Dittler.
Especial para ANÁLISIS
Entrevista a Erika Brown*
Por Belén Giménez
Gaia se aletarga en la tranquilidad y calidez de la sala, arrollada sobre sus patas blancas que se pierden en las franjas gruesas doradas del resto de su cuerpo. Está sobre una silla frente a la puerta, cierra sus ojos como si viajara con la melodía.
Todo el espacio es una confluencia de elementos que logran la armonía del lugar: la elevación del techo -propio de las casas antiguas de la ciudad- da la sensación de amplitud inagotable junto a la iluminación blanca en la parte superior y en las paredes, atenuada por el anaranjado que despide la Piedra de Sal del Himalaya ubicada debajo; arriba, a la izquierda, en una especie de balcón interno, cuelgan guitarras; abajo, en una pared, se exhiben fotos de muestras de canto; un cajón peruano se mezcla en la fila de sillas que forman un círculo cortado por instrumentos que reposan en el otro extremo de la sala.
Gaia recibe, imperturbable, las caricias de las personas que llegan y la saludan. En esta oportunidad, todas son mujeres. Todas eligieron el arte del canto como vehículo de expresión.
Erika me recibe sonriente y con movimientos suaves. No hay dudas: ha logrado impregnar el lugar de su esencia, su casa es ella misma multiplicada.
Las mujeres van formando el círculo habituadas al desarrollo de las clases. Erika da indicaciones e inicia con los ejercicios de relajación y calentamiento.
¿Hace cuánto que enseñas canto?
Empecé en 2017, antes no me animaba aunque siempre había querido. Ese año, Matías Main me convoca para dar clases de canto en su taller “Sonido Creativo”. Conozco a Matías hace mucho tiempo y he compartido con él diferentes actividades musicales como grupos, incluso, mi primer proyecto de grupo fue con él. Matías es una persona que no solo siempre me ha tenido en cuenta, sino que me ha guiado e incentivado, es un maestro para mí. En aquel momento, arranqué con cuatro alumnos; en 2018, eran doce y así fue subiendo el número. Les daba clases de manera individual o de a dos, por cuestiones de espacio. Ese fue el quiebre inicial, ahí descubrí que enseñar canto es lo que más me gusta hacer. Después empecé a dar clases en mi casa. Me gustan las clases grupales más que individuales, creo que tiene que ver con los espacios donde más he aprendido, soy una convencida de que el compartir con otros, es generador de resultados únicos.
Simón Rossi es otro compañero con quien he compartido y comparto actividades musicales y fue con quien tuve mi primera experiencia de taller grupal.
¿Qué aprenden los talleristas en tus clases?
El taller de canto abarca técnicas y ejercicios de relajación, calentamiento y aquellos necesarios para cuidar la voz; ejercicios de colocación que permiten, justamente, colocar la voz y estimular los resonadores; ejercicios de respiración, en los cuales me centro mucho porque son la clave para cantar. Después, la mayor parte de la clase se centra en canciones.
¿Podés contar cómo es el desarrollo de una clase o del taller en general?
La dinámica es así: trabajamos con ejercicios la primera parte de la clase y después, trabajamos con canciones y tratamos de volcar los inconvenientes que van surgiendo en los primeros ejercicios, en la canción, trabajarlos ahí.
¿Canciones que elegís vos?
A lo largo del desarrollo del cursado, yo propongo algunas y los estudiantes eligen otras, siempre trato de buscar canciones que se adapten a cada una de las personas que vienen al taller porque no es fácil cantar algo que no es del propio agrado. Entonces, siempre realizamos un camino de búsqueda donde los estudiantes comienzan con lo que eligen, luego van incorporando canciones nuevas. Muchas veces, prueban algo distinto y se sienten cómodos o, por el contrario, lo que les gusta, al cantarlo, les desagrada.
Ligado a eso, hay dos actividades que realizo al comienzo del cursado. Por un lado, les doy algunas clases individuales, lo cual me permite conocerlos a ellos, su voz, y, posteriormente, armar los grupos. Esto lo aprendí en mi primera experiencia de grupo con Simón. Por el otro, los estudiantes deben elegir, de todas aquellas canciones que les gusten, solo tres. Esto es muy importante porque, dentro del vasto repertorio existente, no es fácil realizar una selección tan acotada. Esta actividad les hace pensar y repensar muchas cosas y es una herramienta valiosa para mí en cuanto a que me brinda información respecto a el tipo de música, de cantante, de letras; esas canciones me cuentan sobre las personas.
Además, de esta manera también conozco nuevas canciones a la vez que me impulsa a una constante búsqueda, estudio, pensar una adaptación -sobre todo cuando son canciones difíciles de interpretar-; son prácticas que me permiten actualizarme continuamente. Esa es una de las partes más valiosas de taller: el aprendizaje.
Con la guitarra a la altura del abdomen, Erika se incorpora de su silla y acompaña marcando el compás con los pies. Da indicaciones a las mujeres que continúan con las manos e incorporan el sonido de la pisada imitando a su guía, mientras las voces siguen siendo el espacio donde todo se sostiene y confluye.
¿Qué lugar ocupan los instrumentos en el desarrollo del taller?
Generalmente yo acompaño con la guitarra o con algún elemento de percusión. No me gusta usar pistas por los tiempos sobre todo, aunque, si es necesario, las incorporo. Pero, a diferencia de estas, tocar le permite al estudiante sentirse más acompañado y no “corrido” por el tiempo.
Por su parte, hay casos en que los talleristas también tocan. Si bien trabajo con grupos, tengo algunos alumnos particulares que vienen a trabajar cuestiones específicas. Por ejemplo, tengo una alumna que tiene una banda y, además de hacer percusión, hace coros. Entonces, su necesidad era tomar clases de canto para su banda y ella se acompaña con la guitarra. O el caso de un grupo de alumnas que, en una Muestra, se animaron a tocar la Caja Chayera en una canción. Cuando eso pasa, no solo lo permito sino que promuevo o animo a que lo hagan. Me parece que tocar un instrumento es un ejercicio que está íntimamente ligado al canto y es profundizar el aprendizaje.
¿Qué desafíos te ha representado dedicarte a enseñar canto?
Cada persona que entra al taller para mí es un desafío. Pero hay cosas que me marcaron un montón, como por ejemplo, enseñarle a niños, mi primera alumna tenía 8 años. Fue una experiencia hermosa pero muy compleja, con una responsabilidad enorme. Lo mismo me pasó con los estudiantes adolescentes. Soy consciente de lo que significa educar, trabajar con niños o adolescentes, cómo influye lo que les decimos o las marcas que dejamos en ellos, se debe ser muy cuidadoso. Entonces, al no tener formación pedagógica, y antes de cometer un error, prefiero hacerme a un costado. Pero fue una experiencia muy rica que me demandó mucho estudio porque, además de lo que acabo de explicar, ellos escuchan música que yo ni siquiera conozco.
También tuve la experiencia de enseñarle a un adulto mayor, de 84 años, donde el aprendizaje fue más por el lado de las técnicas, por ejemplo, teniendo en cuenta sus cuerdas vocales, los tiempos que también son otros, el proceso en general lo es.
Estas experiencias también me ayudaron con la cuestión organizativa: desde el año pasado decidí dar clases a partir de los 14 años y, por ahora, no doy a adultos mayores, pero estoy elaborando un proyecto para esas personas del que no quiero adelantar porque debo cerrar ciertas cuestiones antes.
También me parece un desafío poder darme cuenta de cuándo mi trabajo ha llegado a su fin. Se genera un vínculo muy lindo con quienes vienen al taller y, aunque es difícil, cuando veo que esas personas están listas para otro proceso, se los manifiesto. Todos los meses hago un balance del progreso de cada uno y de las herramientas con las que cuento. Es un desafío pero es muy importante saber cuándo puedo guiar y acompañar el proceso y cuándo debo dar un paso al costado.
Después de algunos desajustes, el ritmo que marcan con los pies y con las manos, es aunado por el trabajo del grupo de mujeres integrado por Carolina Schaab, Fabiana Maiocco, Cristina Rimoldi, Vanesa Zhender, Tamara Zarb y Lisandra Dittler. Erika toma nuevamente su guitarra, se acerca una por una y, con su propio canto, les indica la nueva tarea a realizar, ahora con sus voces.
Dijiste que empezaste en 2017 ¿Cómo fue el desarrollo en la pandemia?
Jamás imaginé que sería posible enseñar canto de manera virtual. El trabajo se triplicó porque debía aprender a usar programas de edición, grabarme, filmarme para enviarles material, explicar, todo lo cual me llevaba mucho tiempo extra. Pero eso me permite hoy, por ejemplo, poder recuperar de alguna forma las clases individuales cuando se ausentan por algún motivo y es imposible recuperarlas de manera presencial por los horarios.
Creo que la experiencia, cuando uno aprende a mirarla con objetividad, analíticamente, es una herramienta de aprendizaje valiosísima.
¿De qué se tratan las Muestras Anuales?
Varían según el grupo y el desarrollo anual. Antes, cuando eran 15 personas, cada uno interpretaba una canción elegida y el resto acompañaba. Ahora son 45 y se torna imposible por el tiempo, entonces trabajamos de manera grupal donde cada persona tiene un solo pero no están obligados. Hay personas que tienen vergüenza y no me gusta trabajar presionando, sí trabajamos para ir superando esos estados porque también es parte del desarrollo y crecimiento dentro del taller.
Cuando charlamos antes del encuentro, me comentabas que el espacio no es un taller común, por llamarlo de alguna forma ¿qué significa para los talleristas?
De todos los talleres me he llevado grandes aprendizajes. Pero con el de mujeres pasa algo maravilloso, tiene una característica única. Este grupo, más allá de los intereses particulares, está unido por el canto como expresión.
Creo que la necesidad de espacios donde una se puede expresar, se puede materializar a través del canto que es una herramienta, el arte permite eso. Entonces la expresión es uno de los ejes fundamentales, aunque confieso que nunca imaginé que iba a poder lograr eso. Veo necesidad de poder expresarse, poder compartir y creo que no hay muchos espacios que trabajen la voz de esa forma porque, por lo general, se lo hace desde el aspecto técnico, desde la profesionalidad. La realidad es que yo tomo el canto de otra forma, la música para mi fue compartir con amigos, el poder expresarnos; entonces proyecto desde ese lugar para trabajar lo técnico, la expresión, y todo lo que abarca el canto.
Los talleres y las personas que participan son los que me alimentan todos los días, me forman y me enseñan. Las clases son grupales, no solo porque es el modo que yo aprendí y el que más satisfacción me produce, sino porque creo en ello, creo en el cantar y compartir con otros.
Sobre la tallerista
*Erika Brown es artista oriunda de la ciudad de Paraná. En una entrevista brindada en la Casita Live, en un encuentro íntimo con los artistas Simón Rossi y Andrés Maín, Erika contó que creció en un ambiente familiar en el que siempre se escuchó música y se motivó el estudio de instrumentos.
Desde una formación autodidacta, ha recorrido distintos caminos que la han llevado a afianzarse en la música popular, sumado a la continua interacción musical con amigos y familiares desde muy chica, que han impulsado su objetivo de compartir y transmitir nuestra cultura y su historia.
A los 6 años empezó a cantar en la Parroquia del barrio, donde conoció a quienes serían sus primeros amigos con los que hasta hoy comparte la música. Recién, con más de 20 años, volvió a cantar en un grupo llamdo Yresama (que en guaraní significa “Murmullo de las aguas”) compuesto por tres mujeres. A partir de esa experiencia, formó parte de varios grupos y formaciones: “La Minga”, un cuarteto de folclore fusión con el que participó en Cosquín, “La Misión”; un grupo vocal de folclore donde conoció a otros de sus amigos que la acompañan hasta hoy; “Tocayo”, un ensamble femenino de percusión y voces dirigido por Carina Netto; “Rompeviola, un ensamble de músicos que se forma a partir de la convocatoria del compositor y arreglador paranaense Gari Di Pietro, a quien Erika denomina como amigo y maestro principal; “Litoral Tango”, un ensamble de percusión y voces, dirigido por el músico Pablo Suarez, donde participó como directora vocal, entre otros. Además integró bandas y proyectos donde cantaba como voz solista, pero siempre terminó buscando el cantar con otros, el canto grupal.
Talleres
Los talleres grupales tienen actualmente cupos disponibles los días martes, miércoles y jueves, de 18 a 20 hs., y están abiertos a todos los que se quieran sumar, mayores de 14 años. Quienes se encuentren interesados/as se pueden comunicar por los diferentes medios de contacto:
Celular: 343-4610848
Instagram: @lanegraeri
Facebook: Erika Brown