Isabel Allende: “Esta vuelta de la derecha; es atroz pero no es eterna"

Isabel Allende, la escritora chilena, presenta "Mi nombre es Emilia del Valle".

La escritora chilena publica “Mi nombre es Emilia del Valle”, vuelve sobre los orígenes y se abre: “¿Por qué es tan poderosa mi infancia, si no fue feliz?”.

“Me crie con la idea de que mi padre biológico era un chileno muy rico y yo tenía derecho a una herencia que el destino me había birlado, pero que Dios, en su infinita misericordia, pondría a mi alcance en su debido momento”. Esto lo escribe Isabel Allende pero, ojo, no lo dice Isabel Allende. Porque lo dice Emilia del Valle, la protagonista de Mi nombre es Emilia del Valle, la última novela de la autora chilena, que está saliendo por estos días. Pero, aunque ahora Allende diga que no se dio cuenta, Emilia tiene bastante que ver con ella y con su historia.

Allende lleva casi 40 años viviendo en los Estados Unidos, casi siempre en California. Y esta novela conecta sus dos territorios: Chile, donde tiene el corazón, la lengua y el acento, pero en cuyo territorio prácticamente no vivió. Y California, claro.

Emilia del Valle es la hija de una novicia, Molly Walsh, que iba para monja pero un día da el mal paso, seducida y abandonada por un ese joven chileno y fino. Una noche, Emilia está segura de que no fue más que un encuentro, bueno para nadie. Una vez y “a él le quedó un mal sabor de boca por haber engañado a aquella novia de Cristo”, cuenta la narradora. Fue suficiente: ella empezó a crecer en el cuerpo de Molly. Chau planes de vida. Pero también hola planes de vida: Molly a esa altura ya trabaja en una escuela cuyo director, Francisco Claro, es un mestizo sabio y cariñoso. Ese -Pancho- va a terminar siendo el verdadero padre de Emilia, que se llamará Emilia del Valle Claro.

“He vivido 82 años y veo que este péndulo va de la izquierda a la derecha y más o menos se detiene en el centro ciertas veces y se cometen los mismos errores. Pero algo aprende la humanidad”

Isabel Allende sabe de eso. Su padre, Tomás, era un diplomático que un día se hizo humo y dejó a la madre en Perú y con tres chicos. La madre de Isabel encontró a su Francisco Claro: se llamaba Ramón Huidobro Domínguez y, ha dicho ella, “fue mi padre”. Pero no, ahora Allende dirá que no pensó en eso, que no pensó en ella misma. Aunque ¿saben qué hizo de su vida Isabel? Antes que escritora fue periodista. ¿Qué hace Emilia? Sí, es periodista. Y así, como periodista, vuelve a Chile. Periodista de guerra en momentos -1891- en que había pocas periodistas y menos en situaciones bélicas.

Así llegará a Chile en medio de una guerra civil. Por un lado, un presidente, José Manuel Balmaceda, que propone reformas como -le explica el compañero que viajará con ella- “leyes de defensa de los trabajadores, educación gratuita y obligatoria, libertades civiles”. Pero lo hará, si hace falta, con autoritarismo y sin el congreso. Por otro lado, los congresistas, que defienden a los poderes económicos. Y medio país detrás de cada uno.

De esto hablaremos ahora, que Isabel Allende está sentada en su escritorio, frente a su pantalla, en su casa de California, y responde amable y paciente.

-¿Cómo llegaste a esta historia del siglo XIX? ¿Y cómo resuena en el presente ese cruce de progresismo y autoritarismo?

-Me había interesado siempre esa guerra civil en Chile, que fue brutal, sangrienta. Mira, en cuatro meses murieron más chilenos que en la guerra contra el Perú y Bolivia, que duró cuatro años y tanto, y se mataron de manera espantosa también. Y sí, hay algunos ecos con lo que pasó después, con el golpe militar en 1973. En ambos casos la derecha se opuso a un gobierno progresista e intervinieron las Fuerzas Armadas. En el caso de la Guerra Civil se dividieron y por eso fue una guerra civil. En el 73 no se dividieron y fue una guerra contra el pueblo.

Me interesaba la figura del presidente Balmaceda comparándola con la figura de Salvador Allende, pero también esa época de fines del siglo 19 en que hubo tantas transformaciones, tantos inventos, tantas cosas que cambiaron la naturaleza de la sociedad en muchos aspectos. Y quería contarla desde una perspectiva de afuera. No quería tomar partido en ninguno de los dos bandos de la Guerra Civil. Entonces pensé que una buena manera era contarlo desde el punto de vista de los americanos, porque ellos intervinieron en esa guerra civil tanto como los británicos por los intereses de las minas en el norte. Entonces dije “Ah, bueno, pero quiero que sea una mujer”. Pero las mujeres no eran periodistas ni mucho menos corresponsales de guerra. ¿Y por qué la mandarían? Bueno, tal vez porque habla español. . Tiene raíces en Chile. Y así una cosa fue agarrando otra y otra y se fue hilando.

 

-Señalás el gobierno de Balmaceda como progresista, pero también como un gobierno que reprime.

-Muy represivo. Pero era la época en que los gobiernos eran represivos, el pueblo verdaderamente tenía muy poco que decir, era carne de cañón y el poder se repartía entre unas pocas familias. Todos eran ciertas familias que eran los que tenían tierra, los que tenían más poder, los que tenían generaciones en la política. Y Balmaceda tenía algunas ideas progresistas que le molestaron mucho a la derecha, pero todo el mundo, era más o menos de derecha.

 

-¿Qué molestó de Balmaceda?

-Que invirtió el dinero de las de las minas en educación, en carreteras, en levantar a toda una clase social. Y la derecha se sintió agredida. Creían que se podía vivir de los intereses de ese dinero y no había para qué estar invirtiendo en infraestructura. Cuando terminó la Guerra del Pacífico y le quitaron al Perú un montón de tierras donde estaban las minas más valiosas, le cayó a Chile como un baño de dinero. Balmaceda dijo: “No va a durar para siempre, hay que invertirlo”. Y la derecha no quería.

 

-Sin embargo, la gente no salió en masa a defenderlo...

-Es que la gente no tenía voz ni voto en aquella época. Las elecciones eran completamente manejadas por los terratenientes. Los únicos que realmente estaban organizados eran los mineros, que se rebelaban.

 

-¿Ves ahí alguna línea que te lleve hacia lo que está pasando ahora, en distintas partes del mundo?

-Mira, yo veo como una ley del péndulo. He vivido 82 años y veo que este péndulo va de la izquierda a la derecha y más o menos se detiene en el centro ciertas veces y se cometen los mismos errores. Pero algo aprende la humanidad. Entonces no estoy en estado de pánico con esta vuelta a la derecha, al fascismo, al neonazismo y a lo que está pasando en Estados Unidos con Trump. Yo creo que es atroz, pero no es eterno. Todo es temporal y todo pasa. Siempre hay una reacción y en Estados Unidos ya está comenzando.

 

-Estaba pensando en tu vínculo con Emilia. Ella es una estadounidense que tiene alguna raíz chilena y cuando llega a Chile esa raíz “le tira”. Vos sos una chilena que vivió casi siempre en el extranjero. ¿Cómo te sentís vos con esa pertenencia, con esas raíces?

-Oye, fíjate que, después de tantos años fuera, cuando me preguntan qué soy... Yo soy ciudadana americana por el pasaporte, pero yo digo soy chilena. Porque soy chilena. Fíjate que nací en el Perú, viví unos pocos años en Chile, en la casa de mi abuelo, y después empezó el eterno peregrinaje con mi padrastro, que también era diplomático. Después el exilio, después la inmigración. ¿Por qué esas raíces tan poderosas de la infancia, de ese lugar sagrado de la infancia, de la memoria? Y eso que tampoco es una memoria agradable porque no tuve una infancia buena ni feliz, tuve una infancia de temores, de inseguridad. ¿Por qué tengo esas raíces tan poderosas? No sé, pero cuando voy a Chile, sobre todo al sur de Chile, sé que es allí adonde pertenezco. El paisaje, la gente, el acento, el humor. No te puedo decir qué es.

 

-Emilia siente que tiene que “volver”. ¿Vos?

-En este momento claro que me iría a vivir a Chile, pero tiene que ser con mi hijo y mi nuera y mi marido y mis dos perros. Entonces, ¿cómo arrastro todo este carromato de gente para allá? Bueno, puede ser que llegue ese momento, pero después de tantos años afuera viene lo que Benedetti llamaba el “desexilio”, es decir, que el retorno es más difícil que quedarse en otra parte porque tienes tu familia, que ya son una o dos generaciones en otra parte. Son mis hijos y mis nietos.

 

-¿Por qué te tira especialmente el sur de Chile?

-¿El sur de Chile? ¿Tú has estado en el sur de Chile alguna vez? Bueno, los volcanes, los bosques, los ríos, los lagos, los cielos limpios. Es totalmente diferente a Santiago. Y a mí no me gusta el desierto. Entonces el norte no me gusta por eso. Hay ciertos lugares en el sur donde se siente el Chile de antes, ese que yo echo de menos. Te fijas, menos consumista, menos arribista, más rural.

 

-En la novela aparece una conexión con toda la cultura indígena que he visto en otro de tus libros...

-Bueno, si ella va al sur... había una cultura indígena, que en aquella época era mucho más fuerte que lo que es ahora. A pesar de que existe ese 10 por ciento de la población chilena que es mapuche, esa población está mucho más integrada que lo que estaba antes, cuando no había ni caminos ni escuelas, no había nada.

 

-Permitime volver a la guerra civil. Pensaba que en esas guerras queda clarísimo que lo que se pelean son intereses...

-Absolutamente. Pero si tu piensas, en la mayor parte de las guerras, la gente va a pelear sin saber por qué. Mandan a un montón de muchachos de 18 años a Afganistán o a Irak a pelear y no saben por qué. Saben que tienen que pelear porque están en el ejército, Pero no hay ninguna razón personal para eso. Y si se lo preguntan, están fritos. Y en el caso de una guerra civil como esa, también dependía de dónde estabas. Porque salieron a reclutar gente en el sur para obligarlos a ir a la conscripción. Y en el norte se unieron a los congresistas. Pero muchos de los que peleaban no habían tenido un arma en las manos jamás. No habían usado zapatos nunca. Entonces, se les rompían los pies porque no estaban acostumbrados a usar calzado.

 

-Vos describís mucho la crueldad, la violencia, la tortura. O sea, es un libro que no, no se ahorra esas cosas.

-Es que no puedes escribir sobre la guerra y ahorrarte eso. Porque eso es la guerra. La guerra es una masacre, no puedes dejar de contarlo.

 

-Pero como no es que va un caballero y dispara y otro muere. Sino son cinco personas sobre una persona tirada en el piso. Pateándola..

-Claro, exactamente eso es lo que hay que contar. Porque la historia oficial es la historia que ya han sanitizado. O sea, está limpia y siempre está escrita por el vencedor. Hubo campañas en la Guerra del Pacífico, en que los generales chilenos no se dieron el trabajo de estudiar el terreno y se llevaron a a miles de personas a morirse de sed en el desierto. ¿Cómo es posible? Entonces eso hay que contarlo, cómo fue que hubo tantos muertos, cómo murieron y por qué, quiénes los velaron y quiénes lloraron por ellos. La historia siempre es la de la voz que no se oye, la voz silenciada, la mujer, los niños, los pobres, las víctimas. Esa es la historia que hay que contar.

 

-¿Para qué, Isabel? ¿Para qué hay que contarlo?

-Para contarle la vida como es, para perpetuar la historia como es y no como te la cuentan. Yo creo que ese es el valor de una novela histórica, desafiar la versión oficial de lo que pasó.

 

-En este libro hacés mucho hincapié nuevamente en esas redes “secundarias” que arman las mujeres. Emilia consigue información porque habla con la señora que atiende al padre, que él no sabe ni cómo se llama.

-Dime tú, Patricia, como periodista, si no es así la vida. Cuando cuando andamos detrás de una noticia ¿qué sacas con leer la versión oficial, con entrevistar al congresal? Te tienes que meter con la gente. Tienes que andar por la calle.

 

-Entonces construiste esa mujer que se puede mover y llegar a muchos lugares. Y mostrás las trabas que enfrenta, las veces que le dicen que no va a poder llegar, que no tiene que ir. ¿Eso sigue pasando?

-Yo creo que a una mujer todavía le cuesta dos o tres veces más que a cualquier hombre obtener la mitad del respeto y reconocimiento en casi todos los ámbitos. Aquí en Estados Unidos, por ejemplo, en el Silicon Valley, que es donde está toda la tecnología, que es toda gente joven, hay barreras para las mujeres. La mayor parte de de esa gente son hombres jóvenes y les dejan muy poco espacio a las mujeres.

 

-¿El mundo tecnológico volvió a levantarse no como un lugar básicamente masculino?

-Si, absolutamente masculino. Y ahora en Estados Unidos hay un una verdadera guerra contra la mujer, diría yo. Le han ido cortando derechos a la mujer, más y más. Y todo lo que Trump representa es muy anti-mujer. Bueno, este fenómeno no solamente es norteamericano.

 

-¿A qué te referís?

-En muchas partes hay todo un culto anti-mujer, que la Internet está canalizando hacia los niños. Entonces tú tienes niños en la primaria que ya se meten al internet, se meten en estos grupos y los padres pueden darse cuenta de qué está pasando esto porque les cambia la manera de hablar. Por ejemplo, en Estados Unidos el niño deja de decir “mujeres” o “niñas” y dice “females”, hembras. Entonces, si el niño empieza a hablar de las females, ya el padre y la madre pueden saber en lo que está metido. Te metes en el teléfono, te pones a investigar y hay todo un culto antifemenino. Es muy peligroso.

 

-¿Cómo llegamos hasta acá tan rápido? Hasta ayer hablábamos de los avances en los derechos de las mujeres...

-Es una reacción contra los avances de la mujer. Hay una generación, de hombres jóvenes que se sienten desplazados. Las mujeres sacan mejores notas en la escuela, en la universidad se gradúan de todas las profesiones que antes eran puramente masculinas y compiten en el mercado con ello. Y además, no están dispuestos a aceptar que les falten el respeto. Y se ganan la vida y no los necesitan tanto. Entonces perdieron su su lugar del alfa del macho alfa en la sociedad.

 

-Entonces, perdieron un lugar y todavía no encontraron a otro y todavía no encontraron otro.

-Sí, van a tener que encontrarlo. Porque las mujeres, por mucho que las aplasten, van a seguir saliendo adelante.

 

Ochenta y dos años, enamorada

-¿Ya estás pensando en otro libro?

-Estoy tratando de escribir una memoria. Tengo una que termina en 2007, que es La suma de los días. Pero ahora pienso en una memoria muy particular, porque estoy en una edad muy particular también. Ocurrió el final de un matrimonio que duró 28 años, con Willy. Luego vino un tiempo de soledad y de reflexión y luego vino otro amor, con Roger, a una edad en que no pasan esas cosas, estar enamorada a los 80 años Es como ridículo.

 

-¿Estás enamorada?

-Si. Es lo mismo que enamorarse de joven, pero con una sensación de urgencia. No tienes tiempo que perder. Día a día vas perdiendo algo en la vejez. Se te van muriendo los amigos, las mascotas. Se va separando la gente. Los nietos se van lejos. Empiezas a perder facultades también. Entonces tienes una conciencia muy clara del tiempo. Y, por lo tanto, no lo puedes perder. En peleas chicas, en tonterías, en celos. Si vas a vivir un amor, vívelo a fondo, porque no va a ser largo, va a ser muy corto.

 

-¿Y eso hace mejor este amor?

-Lo hace intenso y lo cuidamos más. Pero es triste. También es un poco triste el pensar que no sabemos cuál de los dos se va a ir primero y que al otro le toque quedarse solo y enterrarlo.

 

-¿Qué te da más miedo?

-Yo quisiera morirme antes, pero no sería justo, porque a Roger ya se le murió la esposa. Fíjate que Roger despertó en la mañana y su esposa estaba muerta. Se murió en la noche, cuando él estaba dormido. Nunca se ha recuperado de eso. Entonces, no quisiera que le volviera a pasar. Pobre hombre.

 

 

Fuente: Infobae, Patricia Kolesnicov.

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