El gobernador y ella. Kicillof y Cristina, irreductibles en su Titanic.
Por Roberto García (*)
Dijo ella: “Si se tiene que romper, que se rompa. Quizás luego empiece otra historia”.
Dijo él: “Si se tiene que romper, que se rompa. Quizás luego empiece otra historia”.
Responden esas dos reflexiones a Cristina Fernández de Kirchner y a Axel Kicillof, tal vez la única coincidencia que por ahora los reúne en el peronismo bonaerense: el resto son disputas entre ambos por el poder del poder, la evidencia de una posible ruptura. Justo en la guarida o santuario que más los cobija. Unos dicen que el gobernador se ha puesto más tozudo que ella ante cualquier entendimiento y, a su vez, la viuda de Néstor no retrocede un paso a favor de esa eventualidad. Hasta el hijo Máximo se apartó en apariencia de la contienda luego de haberla provocado: “Yo voy a hacer lo que diga mamá, no intervengo más”, repite. Por su parte, el solícito Sergio Massa, que pensaba unir a las partes, ya aflojó parcialmente en el intento: se dedica a cuidar su tropa en el distrito, en dilucidar si aspira o no a ser diputado nacional y en alertar a las provincias de que el mileísmo va a confrontar con los gobernadores más amigos como hizo con el PRO del fugitivo Mauricio Macri (a quien nadie le cree que tenía previsto viajar a Europa la misma noche de la derrota en Capital acompañado por el empresario Alejandro McFarlane). Massa lee a Milei como Maquiavelo: primero borrar lo cercano, más tarde ir por el premio mayor.
Hoy, la madre protectora y el indócil vástago político litigan en la provincia por un episodio clave e inminente: Kicillof está a favor de una ley que garantice la reelección de legisladores e intendentes; en cambio, Cristina plantea dos etapas para esa aprobación en el congreso bonaerense. Primero sancionar la perennidad de los legisladores, más tarde –y sin fecha– otorgarles la misma cobertura a los intendentes. Para ella, es demasiado violento que la sociedad se alegre con una doble medida de esas características que sacraliza ciertos criterios poco democráticos del peronismo. Mientras el gobernador, al mejor estilo Milei, estima que esa alternativa gradual debe superarse de un saque, sin anestesia, en lugar del estilo medroso de Macri. El doble de Kicillof, Carlos Bianco, ya salió a las pistas para reforzar esa decisión: otorgarles la reelección a los intendentes –dice– constituye el mayor acto democrático e institucional porque se apoya en la decisión del pueblo. Como es obvio, el gobernador cautiva a los intendentes para que lo respalden en la gestión, lo encumbren ahora y en los dos años que restan, y Cristina desea contenerlos, porque ya se han rebelado contra su liderazgo y la existencia misma de La Cámpora en el territorio. La elección provincial en septiembre, descolgada de la nacional en octubre, advertirá sobre esta contingencia interna, hoy posiblemente “rota” por balaceras que persiguen el poder de la lapicera para nombrar gente y acomodarse. Ese es el nudo del pleito.
“El peronismo unido jamás será vencido”, otra apropiación conceptual del club del general indica que tanto ella como él deberían confluir en un acuerdo bonaerense para evitar que Kicillof no se diluya en sus propósitos para 2027 mientras Cristina no se retire a cuarteles de invierno antes de lo previsto. Sin embargo, luego de las elecciones del domingo en la Capital Federal –consideradas como un gran éxito del mileísmo– se esboza una duda: una cuestión es perder con el “peronismo unido” y otra con el partido dividido en pedazos. Si bien hoy las encuestas les reconocen a los intendentes una mayoría triunfal en septiembre, no ocurre lo mismo con el desenlace de los comicios de octubre. Sería una debacle para el eslogan robado y la vigencia de ambos dirigentes un castigo en las urnas: quedaría un peronismo rengo que saldría a buscar un autor nuevo para impedir luego la reelección de un irrefrenable Milei. Aunque de eso se habla, supone un cálculo demasiado futurista.
En todo caso, más que fingir demencia o desconexión con la sociedad, tanto Kicillof como Cristina ni siquiera se preparan para los acontecimientos que afectarán al sindicalismo, al tronco principal en el que Perón depositó su partido, y que en contadas semanas se conmoverá con medidas del Gobierno. Hasta salió de la sombra eterna Armando Oriente Cavalieri, líder de Comercio, hablando en un reportaje. Insólito. Pero ve el ciclón antes que otros, se prepara para el refugio nuclear. También Héctor Daer parece estar al día: confesó que abandonará la CGT este año, luego de las próximas elecciones en su gremio (Sanidad), tras sufrir una lluvia helada en la Casa Rosada como único invitado: le deben haber notificado lo que Federico Sturzenegger imagina lanzar, desde la reforma laboral hasta decretos, sin olvidar desregulaciones que no requieren trámites complejos.
Difícil en el mundo gremial encontrar consenso para pelear en las calles, con presencias o ausencias, menguada la disposición popular para ese ejercicio de otra época. En consecuencia, la CGT apelará a otra vía, la Justicia, para reclamar por paritarias libres igual que la suba de precios y servicios. Porque las paritarias se deberán conformar, se estima, con un aumento cero o del uno por ciento, ya que la inflación –sostiene el Gobierno– rondará ese número. Se viene más quita económica en las obras sociales, el volteo de la ultractividad, la intrusión de límites a los descuentos en la nómina salarial y la transferencia de convenios por empresas al resto del país, sin atravesar por la Nación. Es, obvio, una búsqueda por bajar el costo laboral, también la influencia de los sindicatos. El Estado, incluso, no participará en el control de las elecciones sindicales. Afuera. Cada título de estas novedades implica un conflicto, antes un incendio, hoy en apariencia apenas una refriega jurídica. Notable la decadencia de los gremios, sus dirigentes y el peronismo que los cobijó, si curiosamente los más inclinados a la protesta son los que más ganan. Léase aceiteros o bancarios, con aumentos quizás poco suficientes, pero que son la envidia del resto de los trabajadores agremiados. Ni por este nuevo y excitante capítulo troncal se reúnen Cristina y Kicillof. Solo atienden su propio espejo. En verdad, tanto ella como él siempre despreciaron al sindicalismo organizado: era la derecha. Ahora parece que ni eso les va a quedar.
(*): publicado hoy en Perfil.