La soledad de Cristina Kirchner es su mayor debilidad

Por Jorge Grispo (*)

“El castillo” es considerado por muchos la obra cumbre de Franz Kafka, donde muestra la continua frustración de la voluntad humana, algo que los argentinos conocemos muy bien. Cada capítulo es un callejón sin salida, surreal y absurdo, al igual que sucede con nuestra arrasada Nación. El protagonista, Sr. K (así lo llamó Kafka), se arrastra en una realidad tan absurda como opresiva, rodeado de personajes miserables y mezquinos, que tan pronto dicen como desdicen, en un intento por llegar a las autoridades del Castillo, que se hacen cada vez más inalcanzables. Resulta magistral la forma en que Kafka ridiculiza tanto a la burocracia, como a las autoridades, volviendo un laberinto interminable a la primera y en pusilánimes a las segundas. Cualquier similitud con la realidad nuestra de cada día no es pura semejanza, sino un reflejo fiel de lo que somos hoy como sociedad.

Cristina Kirchner habita en soledad su propio Castillo, tan surreal como inalcanzable por decisión propia. Vive en un Castillo que va desde la esquina de Juncal y Uruguay hasta El Calafate, que le permite una vida de privilegios, con jubilaciones millonarias, y una fortuna personal impropia de una persona que ha dedicado la mayor parte de su vida adulta a la función pública. Supo usufructuar el sentir de una parte del pueblo que la sigue con llamativo fanatismo, construido sobre las promesas incumplidas de un futuro mejor que nunca llegó. Desde su primer día como Presidenta de la Nación solo hemos retrocedido. De los últimos 14 años, nos gobernó durante diez, y lo peor está por venir. Cristina lo sabe y está intentando encontrar la forma de “alejarse” del desastre que se aproxima.

En el día a día Cristina sólo se ocupa de sus propios problemas, principalmente las causas judiciales y la perpetuación de su espacio de poder –la inmunidad legislativa le resulta imprescindible- mientras la realidad argentina, al igual que la obra de Kafka, nos somete a diario a un formato de vida que se degrada progresivamente. Al mismo ritmo que crece la pobreza, la inflación no para, y el narcotráfico luce hoy incontrolable. Argentina es una gran arena movediza que poco a poco se va tragando a miles de argentinos, devorados por las fauces de la pobreza, la indigencia y la droga. Muchos no quieren ver en lo que nos hemos convertido, pero es hora de que abramos los ojos, la caída va a ser imparable y el golpe estrepitoso. Como en la metamorfosis de Kafka nos convertimos en el país que nunca soñamos ser. La soledad de Cristina y el empecinamiento en sus propios problemas no le permiten ver que el futuro incluye tanto el presente como el pasado. Argentina tiene un presente distópico donde la dueña del Castillo se debate entre someter a su delegado y destruirlo o dejar que éste la termine destruyendo a ella. La relación ya no tiene vuelta atrás.

Desde su Castillo la dueña del poder (ahora con 5,2 millones menos de votos), intenta sostener un proyecto que al menos le permita esquivar las causas judiciales que todavía le generan preocupación, como en la que declaró esta semana el Presidente de la Nación. El muro del Castillo de Cristina se edifica sobre sus largos silencios, las calculadas apariciones públicas, sus redes sociales, y, cuando hace falta, al igual que en la obra de Kafka, aparecen los personeros de ocasión para hacer el trabajo sucio, ese que una dama no está dispuesta a realizar, pero sí a ordenar. Solo pone su firma en las cartas que entiende necesarias para marcarle el rumbo al Presidente cuando éste deja de atender el teléfono o contestar los mensajes de textos que no se caracterizan por la amabilidad de su lenguaje. Se desprecian mutuamente, pero, al menos por ahora, no lo van a reconocer.

Resultó llamativo que el Presidente se expusiera públicamente en una declaración testimonial que aparentó ser una cosa pero fue exactamente lo contrario. Alberto, pese a que podía cumplir el “trámite” declarando por escrito, dada su calidad de primer mandatario, prefirió montar un espectáculo público. La pregunta es: ¿por qué exponerse a un show mediático con la lamentable imagen de un mandatario declarando en una causa donde se investiga por actos de corrupción a su vicepresidenta y se va a desdecir de todo lo que hasta hace poco tiempo criticó?

Torpeza o un intento de exhibir las debilidades de Cristina. Me inclino por la segunda opción. El testimonio de Alberto en sí mismo fue jurídicamente intrascendente. Los jueces no son tontos que tomen al pie de la letra a una persona que dice y se desdice sin pudor alguno. Alberto montó su “propio show”, para poder seguir expresando en público, que jamás va a romper con la dueña del Castillo. Solo ganó tiempo en su estrategia para 2023, donde sabe que no será el “elegido”. La declaración de Alberto fue contra Cristina. Tuvo como objetivo velado horadarla, exponerla, que se hable del tema más de lo necesario. Le devolvió algo de su propia medicina. Cristina esta vez lo miró por TV en silencio y desde la soledad de su Castillo, planificando sus próximos pasos, cartas y tuits. O bien se anime con una entrevista exclusiva para romper su previsible rutina.

Pero también nos llamó la atención que a los pocos días Alberto, mientras se incendian casi 1 millón de hectáreas en la provincia de Corrientes, en una tragedia sin antecedentes, se preste para una “foto” donde juega al arquerito en las playas de Mar de Ajó, en una actividad propia de un candidato en tiempos de elecciones. Alberto es Alberto y se maneja con comodidad entre sus permanentes contradicciones, como si no le importara hacer el ridículo o sentarse frente a tres jueces a decirles exactamente lo contrario a lo que antes había dicho en público en cuanto micrófono le pusieron delante de su boca. Alberto juega su propio juego, hace un rato de payaso para el pueblo y un rato de verdugo para su “ex” jefa política. Es la cara y seca de la misma moneda. El mismo que negó la fiesta de Olivos, luego le echó la culpa a su pareja y finalmente terminó asumiendo que era un error que no se volvería a repetir. Ese es nuestro presidente. El que eligió Cristina en la soledad de su Castillo, su peor error de cálculo del que ya hace tiempo se arrepintió en privado.

Las miserias de Cristina se sustentan sobre la convicción de que la historia la absolverá de toda culpa y cargo, más allá de los resultados que obtenga en la justicia de los “humanos”. Lo cierto es que la historia ya la juzgó, junto con todos los que gobernaron el país: son culpables por destruir una nación que podría haber sido una potencia mundial, pero que a consecuencia de la impericia generalizada hoy es un fracaso. Cristina prefirió viajar a Honduras para juntarse con el Club de los Auténticos Decadentes, gobernantes sin peso internacional alguno, y como “telonera” en un show ajeno, embestir contra su propio gobierno y el acuerdo con el FMI. La soledad de Cristina ya ha comenzado a nublar su capacidad de discernimiento distorsionando su juicio, ese mismo que la llevó a sentar en el sillón de Rivadavia a Alberto, un error que la pone nuevamente frente a los mismos dilemas que tuvo antes de tomar esa decisión. Cristina está hoy en peor posición que en mayo de 2019 cuando anunció la fórmula presidencial con la que sorprendió a todos.

El cristinismo ha sido una corriente de avanzada. Avanzada hacia el precipicio. Con la muerte de Néstor se extinguió el “kirchnerismo”. Hoy sólo queda el “cristinismo” que es una versión diferente. Sus intereses son otros. La cooptación de las cajas del Estado es la base sobre la cual se construyen las defensas del “Castillo de Cristina” al mismo tiempo que intentan sostener un relato que le dé credibilidad ante un sector de la población que aún responde casi ciegamente a los designios de Cristina Kirchner que no llega ni de cerca a la visión política de su extinto esposo, mientras los movimientos de izquierda le van ganando la calle y los votos.

Los primeros 26 meses del gobierno de Alberto fueron un desastre llegando al 113% de inflación. No es casualidad o producto de la mala suerte, sino la consecuencia directa de la pésima gestión del peor gobierno constitucional de la historia argentina. Cristina lo sabe y busca la manera sigilosa para despegarse de los efectos de la tormenta que se aproxima. En palabras del propio Kafka: “A partir de cierto punto no hay retorno. Es el punto que hay que alcanzar”. Como sociedad, y, por sobre todo como votantes, hemos llegado a ese punto de no retorno, porque de seguir por el rumbo que vamos podría ser que alguna vez logremos destruir una nación que se niega a ser aniquilada por tanta impericia.

(*) Abogado, especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones – Publicado en Infobae

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