Por Luis María Serroels (*)

Días pasados el Presidente de la Nación lanzó una frase que por un lado podría resultar aceptable: “Hay empresarios que ganan demasiado y hacen padecer a la gente”. La angurria financiera siempre se cuestiona más allá de que pueda ser legítimamente obtenida. Pero el kirchnerismo, por su parte, también ha dejado marcas muy nítidas de su potencial financiero.

La familia K (y cierto funcionariado adiestrado y sometido) se tiñó del delito más degradante: se trató de agotar cajas del Estado, con un mecanismo bien aceitado y manipulado por un tal Lázaro Báez, quien se haya con prisión domiciliaria.

La “patota” austral tarde se dio cuenta de que alguien se había munido de una libretita destinada a asentar la identidad de los obsequiosos sirvientes. Está, además, la lista de quienes surtieron a un matrimonio que, en fila, llenaron valijas con destino al lejano sur.

Nadie puede comprender que la máquina de delinquir haya venido orondamente haciendo y deshaciendo, dándole la espalda a los códigos y riéndose de los jueces de la Corte. Ya no más. La figura altanera que le sirvió para atropellar a la ley y a quien sea, tendrá que responder ante fiscales y magistrados. Los dineros transferidos a sus familiares lejos de ser un rasgo de generosidad tuvieron más bien una maniobra que, ante los jueces, deberán dar cuenta.

Las leyes se han sancionado para ser aplicadas. Incluso y con más fuerza, con quienes desempeñan cargos políticos. Nadie ignora que en el círculo más estrecho de la Presidencia se advierten disimulados rostros de satisfacción. Y desde luego que también en el seno de ambas Cámaras legislativas. A propósito, viene bien insertar esta frase de Paulo Coelho: “Cuando un político dice que acabará con la pobreza, se refiere a la suya”.

El primer mandatario de la Nación admite que existe malestar social generado por la inflación. Y remata diciendo que “el principal deterioro que se genera del salario lo da el impacto de este fenómeno” (palabras de gran estadista).

El gobierno no puede articular un plan capaz de recuperar al país en tanto el kirchnerismo no logra un programa serio y que se despejen los errores y desvíen las malas políticas. Es imposible conciliar al cristinismo con el fernandismo en tanto no pocos empiezan a advertir el aroma a presidio.

Todo el mundo sabe cómo se hilvanó el acuerdo de marzo de 2019, pero no pocos  vaticinaron que se trataría de un juego que más tarde que temprano se diluiría antes de la mitad del período gubernamental. No se entiende a un gobierno partido en dos. Existe el llamado gobierno real surgido y sustentado en la Ley Suprema.

Una Presidenta alterna que se desentiende de la crisis económica y se la atribuye al Presidente de la Nación, no contribuye a mejorar la situación. Las encuestas del oficialismo desorientan y el kirchnerismo no sabe cómo salvarse del naufragio. ¿Por qué ciertos gobernantes oficialistas son renuentes a tomar parte ante una situación de quiebre que se exhibe casi definitiva?

El Presidente ni lerdo ni perezoso, le abrió la puerta a los movimientos sociales. No se debe desdeñar que quien tiene cuentas con la justicia no es Alberto sino Cristina. El eje que CFK cree dirigir, no es precisamente el que supone.

Un veterano de la política ya había vaticinado que Cristina y Alberto no tardarían en fracturarse. Pero existe un problema grave que ya comienza a mostrarse. Se trata de que si la justicia condena a Cristina Fernández, ésta deberá abandonar la vicepresidencia y la titularidad del Senado nacional.

Nadie ignora que en el silencio de las cuatro paredes del despacho presidencial,  surgen gestos de marcada tranquilidad ante la decisión de los altos magistrados. No se puede anticipar nada, pero la férrea negativa de la imputada a enfrentar la justicia, exhibe marcada preocupación.

(*) Especial para ANALISIS