Por Fermín Garay (*)
Aquí nacen los genios como Pelé, Maradona y Messi y de cientos de brillantes jugadores. Y, por otro lado, en la opulenta Europa otras masas como las nuestras pero enriquecidas necesitan olvidar aún y cuando fuere por pocas horas el “tedio vital” de los romanos o, si se prefiere el “spleen” de los ingleses.
Los estadios, las pistas de carreras, los verdes y apacibles campos de golf, las canchas de tenis relucientes de una aristocracia de la sangre o del dinero esperan ávidamente divertirse, librarse de la trágica condición humana y fundirse en la aprobación o en el rechazo de las hazañas de los reyes del deporte.
Así como un criador experto examina la manada para encontrar las diferencias sutiles que diferencian una animal vulgar del gran campeón, los modernos “managers”, las cohortes de cientos de “representantes” o “apoderados” pasean su vista por este mundo globalizado buscando incansables el apenas adolescente que promete portar el bastón de mariscal.
Detrás de ellos, impulsándolos, están los grandes clubes europeos cuyos propietarios esperan resultados ávidos de triunfos y de las riquezas que estos triunfos determinan. Así encuentran los pibes de oro dentro de miles que solo relumbran y son en verdad hechos sin nobles materiales. Los compran, los entrenan, les enseñan los más escondidos secretos del deporte y, finalmente los lanzan al ruedo ensordecido por los gritos de la muchedumbre.
Pero he aquí que estos jóvenes campeones no son ciudadanos abstractos sino que poseen la más de las veces una vibrante nacionalidad. Y salvo el caso infrecuente de (Emanuel) Ginóbili sus contratos han previsto que, cada cuatro años, puedan jugar en representación de sus respectivas nacionalidades y despojarse de las vestiduras del club extranjero al que pertenecen.
He aquí todo el meollo de la cuestión. Los talentosos jóvenes educados en Europa se encuentran disputando un torneo de naciones y no de clubes. Lo mejor de Europa, así, se vuelve contra Europa. Y la derrotan.
No crean amigos que los propietarios de clubes sufren por ello, porque parte de esa derrota nacional es una victoria económica en tanto revalorizan su plantel. Una lágrima de cocodrilo ha sido vertida. Sí. Pero sus arcas están llenas.
El orgullo racial, la xenofobia, les impide, por ahora cambiar estas circunstancias. Esta es la segunda fuerza convergente…y el futuro tendrá su propio e impredecible idioma.
(*) Fermín Garay fue ministro de Gobierno durante la última gestión de Sergio Montiel (UCR).