D. T. F.
(especial pare ANALISIS)
Quienes conocen al periodismo desde adentro en Entre Ríos dan fe de que está sepultándose, que el poder (corrupto, según puede demostrarse) ofrece la pala para que el periodismo se cave su propia fosa y el periodismo la toma; que la comunidad se conforma por ahora con difusores de ese poder concentrador de riquezas y sobornador, difusores que usan máscaras de periodistas y bastardean el oficio. La situación, grave en extremo, no genera reacciones en la sociedad que convive con la libertad amordazada; al contrario, hay dirigentes que buscan sacar provecho de la debacle, y los pocos que alertan del flagelo no encuentran eco por ahora. La raíz está siempre más honda.
Tal como está concebido y aceptado en general, el periodismo que se impone es un placebo, parece remedio pero le falta. Algún “crítico” cuestionó una nota nuestra que decía esto, y que ponía en tela de juicio la labor del periodismo en la región. Allí afirmábamos (y lo seguimos sosteniendo) que el periodismo “está minado y de remate en Entre Ríos”.
Aquella columna apuntaba toda la artillería a la estructura perversa en que nos desenvolvemos. Sin desconocer el estado del oficio en el mundo, ni el origen del histórico del periodismo en columnas y panfletos guerreros y clasificados portuarios, entendimos que podíamos hacer de “cronistas” y contar lo que veíamos en el aquí y ahora: síntomas de descomposición a los cuatro vientos.
Pues bien, el “crítico” prefirió personalizar. Buscábamos el orden de las ideas, y nos metió en un brete poco propicio para el debate. Para otra oportunidad quedarán pues nuestras advertencias sobre el abismo que se ve entre los medios de comunicación y la escuela, y los asuntos hondos de la región.
Nos acusó de encarar el periodismo “más cerca de las derivaciones que de la noticia en sí misma” y ello nos ubicaría en su opinión “más cerca de la teorización que de la realidad”. Luego dijo: “No me interesa su resultado como pieza periodística pero sí a la hora de respetar tu derecho a expresarte”.
Adjudicamos la soberbia de tal apreciación a la velocidad con que trabajamos sin tiempo para pensar. La ligereza de la opinión del “crítico” nos relevó de pruebas: los periodistas no tenemos tiempo de leer, de reflexionar, pero opinamos. ¡Calíbrense las consecuencias!
Y también nos dio la razón cuando afirmó que no nos lee, ¿por qué azar habría de seleccionarnos a nosotros entre la aluvión de porquerías que brindamos los periodistas a diario (y que antes denunció Umberto Eco, entre otros)?
Podríamos discutir sobre la “realidad” y la “teorización”, pero creemos entender la acusación: nos echa en cara cierto periodismo de escritorio. Y no renegamos, pueden hacerse grandes aportes de interpretación desde la reflexión y la consulta con libros, por ejemplo, pero no es ése nuestro lugar habitual. El “crítico”, con su opinión exactamente opuesta a la verdad, cree que en este oficio el que no entrevista a los poderosos está encerrado. Como si el microclima del poder diera chapa.
Nosotros no pensamos así, defendemos otro sentido en teoría y práctica, y esto nos parece una cuestión medular. Decididamente no estamos ni queremos estar en los lugares que son “noticia” para la agenda del poder. El poder marca la agenda, y nosotros resistimos con todas nuestras fuerzas (con resultado dispar). No sólo porque es el poder, sino porque en Entre Ríos el poder es corrupto a la enésima, y es tan corrupto que el que no lo señala lo esconde, no hay medias tintas.
Una entrevista a tal o cual gobernador no vale más que nuestra entrevista al puestero Ramón Balbuena, de 77 años, mientras cabalgaba en un campo de Feliciano, donde nos contó cómo fue expulsada toda su familia por la desocupación. No vale más que nuestra entrevista a Alberto González, de 75 años, en Puerto Ruiz, un obrero que se siente desocupado en una ciudad casi fantasma, que en mejores tiempos diera la vida a Juanele Ortiz. Son trabajos recientes, no desde un escritorio es obvio y tampoco junto al poder, pero vale mencionarlos sólo como una de las tantas opciones frente a aquellos del discurso monocorde cuya agenda se agota en veinte poderosos.
Para nosotros los rincones más alejados, de más difícil acceso, tienen el color del cielo, y la casa gris es gris. Lejos del poder se siente el placer del servicio y de la resistencia, y se puede denunciar esa estructura del poder corrupto fagocitándose hora tras hora (como el buitre las entrañas de Prometeo) lo poco que queda de periodismo en Entre Ríos.
Entrevistar a un poderoso gremialista-político de Paraná no vale más que conversar con el historiador René Boretto Ovalle en la plaza de Fray Bentos sobre el primer asentamiento estable de Entre Ríos (situado hoy en Uruguay); con el guardafauna honorario Raúl Spais en Paraná, con los hermanitos Garracochea que van a la escuela primaria en Rincón de Nogoyá, o con el anciano Tránsito Ojeda, ciego, callado y sabedor, y su sacrificada esposa, María Fermina Monzón, dos abuelos que apilan pobrezas y soledad en medio del monte, junto al arroyo Pozo Ju. Con todos ellos estuvimos hace muy poco. Quisiéramos volver mañana.
Un funcionario provincial no vale más que nuestros entrevistados Ariel Olivera, peón de campo en el Octavo Distrito (Albardón) de Gualeguay; Segunda Taborda, una abuela de 91 años junto al arroyo Las Achiras en San Víctor, a cuyo rancho sólo se accede caminando entre algarrobales; o Mercedes Ramírez de El Brillante, Rosa Morero de Arroyo Cle; Rubén Tomasi de Parera y Larroque, Irma Grígoli y Roberto Riolfo de la otrora floreciente Irazusta, hoy expulsora de hijos; o la hermosa Reneé Hurovich de Basavilbaso, una de las últimas gauchas judías entrerrianas, encanto de persona, en las abortadas colonias.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)