
Los libros “Yuchán florecido” que fueron rescatados por su autor y advierte, pedagógicamente, la necesidad de saciar el hambre de tiza y pizarrón.
Con el título “Escuela”, el dirigente gremial docente y escritor Claudio Puntel —Premio Fray Mocho— relató en sus redes sociales una experiencia que parece personal, pero en rigor ilumina las sombras más hondas de la sociedad. Una mochila robada, un puñado de su libro “Yuchán florecido” y un hallazgo en la basura terminaron revelando mucho más que un hecho policial: expusieron "el otro hambre", ese que no se sacia con pan sino con tiza y pizarrón.
“No sé cómo relatar esto…”, escribió Puntel. Y, sin embargo, como buen escritor y como buen docente, lo relató: alguien abrió su auto y se llevó una mochila con 25 ejemplares de su libro “Yuchán florecido”. Como esos papeles no servían para llenar un estómago vacío, el ladrón los abandonó en un contenedor de residuos. Un amigo lo alertó: “Apúrate, porque viene el recolector”. Puntel corrió, pero llegó tarde. Los trabajadores municipales, solidarios, intentaron rescatar los ejemplares de la caja compactadora del camión. No pudieron. Los libros habían sido triturados como si la cultura misma quedara hecha trizas en la madrugada.
Pero, lo más doloroso no fue la pérdida del papel impreso. Fue el diálogo con el operario del camión que, con honestidad, reconoció: “Los tiré. No sé leer y no me di cuenta qué eran”. Puntel apunta que ese trabajador tenía apenas 30 años, pero nunca tuvo una maestra cerca. Treinta años de un país que se enorgullece de su escuela pública, pero que deja huecos donde anida el analfabetismo como una llaga silenciosa. “Se nos escapó la liebre, a nosotros”, reconoció Puntel, asumiendo que no basta con culpar a los gobiernos que ajustan, sino que también la sociedad tiene deudas con la educación de su gente.
En esa confesión -a manera de reflexión- se abre la herida y también la esperanza. Porque esta historia compartida por Puntel desnuda la urgencia de volver a abrir las puertas que se cerraron, de poblar aulas vacías, de comprender que cada escuela clausurada es una cárcel que se agranda. Como dijo un viejo profesor de la Escuela Laureano Maradona -también citado por Puntel-: “Cuantas menos escuelas abiertas tengamos, más chicas van a resultar las cárceles”. La motosierra de la política amenaza con recortar grados, escuelas, pero los docentes -insiste él-, luchan por multiplicarlos.
“Me patea en el medio del pecho que un trabajador joven se haya perdido la posibilidad de saber leer”, escribió. Y, sin embargo, aun en el lamento, se enciende la llama de la esperanza: todavía hay gurises que pueden entrar a la escuela, todavía hay páginas por escribir y aulas por abrir. El desafío es que la bronca no se transforme en resignación, sino en motor para pelear por una educación que abrace, incluya y alimente.
“Nosotros luchamos por más escuelas, con más gurises adentro, sanos y bien alimentados. No me joden tanto los 20 y pico de libros perdidos. Me patea en el medio del pecho que un trabajador joven se haya perdido la posibilidad de saber leer. Y me da bronca ser tan imbécil: muchas de las páginas de ´Yuchán´ las escribí pensando en compañeros como él”, resalta Puntel; porque la mochila perdida -en realidad- fue una lección de vida: cuando un libro se pierde, se pierde un futuro. Pero, cuando un niño entra a la escuela, el futuro se hace cada vez más presente.