De ANÁLISIS
En el programa de televisión “Memoria Frágil” (Canal 9, Litoral) que se emite todos los sábados a partir de las 20:30 y también se puede acceder por el canal de YouTube (www.youtube.com/@memoriafragiltv16), se abordó una historia fecunda en experiencias y cargada de futuro como es la tarea docente.
En este caso, se compartió la historia de la Escuela Normal Rural “Juan Bautista Alberdi” que en la actualidad depende de la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (Uader). Pero, fue creada en 1904 durante el mandato del gobernador Enrique Carbó. En esa gestión estaba como director General de Escuelas, el Profesor Manuel Antequeda; a quien se le debe la iniciativa y la perspectiva que marcó y sigue influenciando de manera positiva en las nuevas generaciones.
Se trata de una Escuela para maestros rurales con anexos de carácter agropecuario e industrial. Es considerada la primera en su tipo en América Latina.
En la actualidad, los alumnos no provienen casi exclusivamente de familias rurales o campesinas, sino que sus orígenes son también urbanas y suburbanos.
Para comprender este legado y esta siembra de futuro, ofrecen sus testimonios la directora de la institución, licenciada Andrea Ferreyra Folonier; la asesora Pedagógica, magíster Nancy Tomasini; el jefe de Enseñanza y Producción, ingeniero agrónomo, Carlos Krumrick; y –claro está- los maestros rurales ya jubilados Luis Alberto Pérez (Promoción 1956), Mario Oscar Unrein (Promoción 1974 y que fue la primera como profesores rurales), Omar Pérez (Promoción 1980) y Miguel Ángel Faes (Promoción 1979).
La siembra de raíces
En el corazón de Entre Ríos, rodeada por la inmensidad de la llanura, se encuentra la Escuela Normal Rural Juan Bautista Alberdi.
No es solo un edificio y es mucho más que un predio de 270 hectáreas pegado a la localidad de Oro Verde.
Es un símbolo de la educación pública, rural y gratuita, que desde 1904 ha moldeado generaciones con valores, conocimientos y un profundo arraigo a la tierra.
El maestro rural jubilado Luis Alberto Pérez aporta su testimonio: “Uno añora la época que estuvo acá, que realmente fue nuestro hogar. Nosotros éramos todos internos en aquella época. Y bueno, convivíamos acá, salíamos únicamente en las épocas de vacaciones. En las vacaciones de julio, Semana Santa cuando había varios días, íbamos a nuestra casa. Yo soy de Pueblo Brugo, que está a 120 kilómetros al Norte. Y bueno, esa es mi realidad, ¿no?”. Y agrega: “En nuestra juventud de esa época, la cosa era totalmente distinta ahora. En los pueblos cercanos no había escuela secundaria. Es decir, el que podía estudiar secundario era prácticamente un privilegiado, porque tenía que irse lejos a estudiar. Mi padre fue alumno de esta Escuela Alberdi en 1917-1918. Y él conocía acá. Entonces él hizo lo posible para que yo pudiera venir acá. Y eso de la vocación de que yo aspiraba a ser maestro Alberdino, eso no, porque eso nació cuando uno estaba acá, que empezaron los profesores a formarnos, a darnos la idea. Y después con la formación de acá, de la escuela, ¿no es cierto? Que, si lo comparamos con un edificio, la escuela nos dio toda la parte, vamos a poner, de abajo del edificio. Y nosotros después, con nuestro impulso, y nuestro trabajo, y nuestro estudio, y nuestra preocupación por ir adelante, hicimos el edificio para llegar a lo que fuimos, ¿no es cierto?”.
El actual jefe de Enseñanza y Producción, ingeniero agrónomo Carlos Krumrick fue ex alumno de la institución. “Estudié en la Escuela Alberdi en todo el secundario… en el internado a través de mi padre que es maestro rural nos inculcó a mi familia que teníamos que estudiar. Podíamos elegir en ese momento o trabajar en el campo o estudiar. Él tenía esa impronta del estudio. Así que, a todos, a mí y a mis hermanos, vinimos acá a la Escuela Alberdi. Transcurrimos todo el secundario como bachiller Pedagógico Rural. Y después nos pasamos enfrente a las Facultades de Agronomía junto con un grupo de compañeros y de ahí regreso como ingeniero agrónomo”.
Y agrega en ese tránsito de alumno a profesor: “En ese momento cuando terminamos el secundario acá, la Escuela Alberdi también nos da la posibilidad de poder quedarnos en algunas casas con una figura que en ese momento se llamaba ´de becario´, porque nosotros no teníamos la posibilidad de alquilar una pensión para poder estudiar. Entonces, también ahí hay un vínculo importante porque en ese momento que fue justo en el ´99 también en esa época que fue una crisis a nivel nacional nos sirvió mucho poder también continuar los estudios en ese sentido. Así que me recibo de ingeniero agrónomo y simultáneamente también ingreso a la docencia como profesor de Máquinas Agrícolas porque también venía con una historia trabajando acá en la escuela en el mundo de las máquinas por lo que traía del campo ya por mis orígenes de una colonia rural de Raíces de Villaguay. Después que me recibo, empiezo a hacer varios trabajos con lo que tenía que ver con mi profesión de ingeniero agrónomo. Trabajé en otras escuelas agropecuarias también en el Norte de la provincia, en Los Conquistadores. Y por esas vueltas de la vida y por esos arraigos vuelvo otra vez a formar parte de un cargo y trabajé también en la Jefatura de Industria y actualmente estoy trabajando en la Jefatura de Enseñanza y Producción”.
A su turno, la directora de la Escuela Normal Rural “Juan Bautista Alberdi”, profesora Andrea Ferreyra Folonier, se suma con el siguiente aporte vinculado a la innovación respetando el legado histórico: “Voy a referirme un poquito a la significatividad de formar parte de equipos directivos en esta institución. Esta institución, que el 17 de julio de 2024 ha cumplido, hemos cumplido 120 años de vida institucional, con el legado de educación y trabajo fuertemente arraigados desde la primera impronta, desde la creación, por allí en 1904. A través de la historia, muchos directivos, en principio eran meramente varones, dada la formación como estaba planteado. Digo, desde ese momento hubo una fuerte tradición que fue compartida, fue transmitida y muchos de ellos vivieron, crecieron, pasaron muchos años en esta institución, lo cual le daba como un sello netamente al verdino. En un caso como el mío, particularmente, hubo que aprender y tener un mínimo de empatía para hacer una gran operación de lectura, de escucha, de compaginar toda esa historia en el sentido de que culturalmente el gran valor agregado que tiene una institución como esta. Uno de los libros que está aquí en nuestra biblioteca de Díaz, inicia diciendo: ´Es de buenos hijos recordar´. Yo tomo esta frase, no desde la nostalgia, sino de recordar para resignificar, para poder entender cuáles son las líneas y los legados que hoy, no obstante, que obviamente no es lo mismo, pero continúa fuertemente presente y es el gran atractivo de muchas familias que inscriben a sus hijos. Aquí tenemos una gran matrícula, casi 400 estudiantes, en una escolaridad de doble jornada. Yo creo que ese legado, esa tradición, familias que muchos por herencia también nos inscriben, es lo que sigue perdurando y se transmite. Hay un espíritu alberdino que tiene que ver con la fraternidad, que tiene que ver con la identidad, con el sentido de pertenencia, con las ganas y el deseo de compartir con el otro. Aquí se produce en esta época de desarrollo tecnológico informático tan grande, a diferencia de otras épocas, los estudiantes asistían a la escuela para ponerse en contacto con el conocimiento, ¿no? Adquirir información”.
Mario Oscar Unrein también es docente rural ya jubilado y vecino de Oro Verde de toda la vida agrega: “Venir a estudiar a la Escuela Alberdi era como la única opción que había para quienes ya vivíamos en los medios rurales, porque, a decir verdad, la lo que pagábamos como pensión era una cifra muy módica, estaba al alcance de muchos. En mi caso somos diez hermanos y mi padre era peón de campo. Pagar una pensión en una ciudad era imposible, y acá sí lo podía hacer y gracias a eso, pudimos construir lo que lo que hicimos”. Y recuerda a la Escuela Alberdi como un lugar de confianza por el diálogo que la institución mantenía con las familias: “Nosotros acá vivíamos la mayor parte de nuestros días. En mi caso, que mi familia vivía en Oro Verde, tenía la oportunidad de volver todos los fines de semana a casa. Pero, los que vivían un poco más lejos que, por ahí, a esos lugares, en esos tiempos, solo había un medio de transporte por día, ya sea un colectivo o un tren. Los alumnos se iban únicamente cuando había algún fin de semana largo, Semana Santa, vacaciones de julio, y había otros como los de Misiones, unos de Bolivia que había acá al Norte santafesino, que únicamente se iban en las vacaciones de verano. La escuela con la familia tenía un vínculo muy cercano, ya que era la comunicación directa con la misma e inclusive la familia se acercaba mucho a la escuela a interiorizarse por la marcha de sus hijos, ¿no?”.
El legado de Manuel Pacífico Antequeda
Fue el 17 de julio de 1904 cuando el profesor Manuel Pacífico Antequeda, inspirado por los ideales de progreso y equidad, dio vida a este proyecto educativo en el antiguo casco de una estancia que perteneciera al gobernador Febre.
Desde ese día, la escuela trazó su camino como la primera en América Latina en formar docentes rurales con una visión integradora, unir la pedagogía y las prácticas agropecuarias.
De aquí egresaron los grandes maestros rurales que llevaron la educación a ámbitos rurales en toda la provincia e incluso en gran parte del país.
El maestro rural Omar Darío Pérez, con fértil experiencia patagónica, destaca lo siguiente: “Ingresé a la escuela en el año 1975 y salí en 1980. Yo nunca trabajé en Entre Ríos. Después de hacer el servicio militar directamente me fui a Chubut. En ese tiempo Chubut hacía una década había empezado con la política de los internados, escuelas donde no había escuelas con personal único, sino que Chubut había construido en la provincia algo así como doce internados, donde agrupaba chicos, 150 a 160, de seis a catorce años, y buscaban mucha gente que tuviera experiencia de internados. Yo recuerdo que en el diario Clarín salían publicaciones que Chubut ofrecía cargos docentes con casa y comida, para quién quisiera irse. Más allá de que éramos obras, había un espíritu de aventura, muchos de mi promoción, que éramos algo así como 22, creo que 18 hicimos la carrera en el Sur y varios más, ya nos conectábamos uno a otro y mandábamos a pedir docentes para los internados. La gran ventaja que teníamos nosotros es que no nos tenían que contar qué era el internado. Y ustedes imagínense criaturas de seis o siete años que veían a su familia cada dos meses, cada tres meses. Lo que pasaría por su cabecita, a nosotros no nos tenían que contar, ya lo sabíamos, lo habíamos vivido. Y allí éramos docentes, padres, consejeros, en la comunidad éramos consultores en muchos temas. Si bien es cierto, hay que decirlo, nos costó mucho aprender, porque nosotros sabíamos de agricultura, de recursos en La Pampa Húmeda o en Entre Ríos, pero no sabíamos nada de oveja en Patagonia. O sea, fuera un ida y vuelta con la gente del lugar. Y algo que sí nos dio la escuela mucho fue esa capacidad de comunicarnos con el lugareño. Tal vez no teníamos muchos recursos en teorías pedagógicas, pero sí esa didáctica innata. No me preguntes cómo, porque no lo sé, pero frente a las aulas siempre buscábamos un recurso para transmitir los conocimientos. Eso nos ayudó un montón”.
Miguel Ángel Faes, es promoción 1977 de Bachiller y 1979 de Profesor Rural de Nivel Primario. Su peregrinar docente fue varias escuelas de la provincia. Estuvo en el Departamento Uruguay, después hizo una suplencia en Federal, hasta que recaló en el Departamento Paraná, donde cubrió suplencias de personal único, luego director de cuarta categoría, y hasta ir ascendiendo en la carrera docente y culminó en el Consejo de Educación. “Soy oriundo de María Grande. La Escuela Alberdi no la conocía, eran por una cuestión de comentarios del ´boca a boca´. A mis viejos les llegó que había una escuela que recibía a los de gente rural. Sabiamente nos inscribieron acá, digo, sabiamente porque en aquel tiempo no existía otra alternativa para nosotros, los hijos de la ruralidad. Y fue la mejor elección, y se lo agradezco de por vida la que hicieron haciéndome alberdino”.
Y se remonta a los tiempos de ingresos a la Escuela Alberdi: “Cuando ingresé a la Escuela Alberdi, el primer choque emotivo fue el internado. Reconocer el internado donde íbamos a tener que vivir durante un montón de tiempo, donde prácticamente iba a ser nuestro hogar, donde íbamos a ser los amigos que hasta hoy persisten, donde íbamos a convivir, donde nos íbamos a formar como seres humanos, fue fundamental. Y después la inmensidad de todo esto: las aulas, el comedor, las secciones donde trabajábamos hora y media por día, donde nos formamos; la ruralidad; el Departamento de Aplicación donde hicimos después nuestras prácticas como para la docencia, fue un impacto muy fuerte, muy fuerte. Si bien los primeros días, los primeros meses fueron de mucho extrañar, de mucho extrañar. Yo era la primera vez que salía de mi casa y después se transformó en algo maravilloso”.
La asesora Pedagógica, Nancy Tomasini, observa lo siguiente: “Esta es una escuela que tiene mucha historia, que tiene muchas dimensiones. Pensar en la propuesta pedagógica no es solo pensar en lineamientos que bajan o en una estructura curricular, sino más bien tiene que ver con generar una trama, generar lazos, vincular a diferentes actores. No solamente tiene que ver con determinados conocimientos académicos, sino que tienen saberes que habitan los espacios y que uno, desde las propuestas educativas, desde los diferentes espacios curriculares, tienen que encontrar caminos para que eso fluya en este espacio y no quede encerrado o encapsulado”.
Y agrega un aspecto valioso al explicar el vínculo de la educación con el mundo de la producción y el trabajo: “Voy a hablar sobre el vínculo entre el trabajo y las escuelas, o entre las dimensiones socio productivas y la educación. Las escuelas rurales y Alberdi especialmente, que es donde estoy, trabajan sobre diferentes dimensiones, que incluyen diferentes lógicas: la lógica educativa, pedagógica y las lógicas socio productivas que involucren al mundo del trabajo. Estas lógicas enlazan diferentes conocimientos, diferentes saberes y diferentes formas de mirar el entorno. Desde el 2008 comenzamos a trabajar en la escuela sobre un plan, una propuesta educativa que es agropecuaria, es agrotécnica, entonces ese vínculo es como que se metió más en el en la propuesta educativa. ¿En qué sentido se traduce? Bueno, en el sentido de tener la escuela, digamos, trabaja con diferentes sectores didácticos productivos. La propuesta pedagógica dialoga con esos sistemas productivos que incluso en esta escuela incorporan la comercialización. Entonces, pensando desde ahí, las aulas no solamente tienen lugar en el casco de inicio, sino que las aulas también es industria, es la chacra, es la granja, es el monte frutal, eso también forma parte de las aulas. Y lo que ahí sucede, en términos productivos, en términos didácticos productivos, forma parte del contexto de aprendizaje de nuestros estudiantes. Hay transformaciones en el ámbito rural que se han producido en estos últimos años, y en el territorio de Oro Verde. Digamos, cuando Alberdi dio sus inicios, sus primeros pasos educativos, este espacio urbano estaba alejado, y la idea de lo rural era muy distinta a la idea que hay hoy, digamos. En este momento, nuestros sistemas productivos están en el medio de un espacio periurbano. Entonces, lo rural comienza a tener o se piensa en medio de otras definiciones. Y los sistemas productivos que se desarrollan en la escuela también. Y las propuestas educativas, lo que planteamos en términos de conocimientos académicos para los chicos, también. Y cuando pensamos en el egresado también. Es decir, ¿cuál es el egresado o qué características tiene el egresado, el técnico y la técnica agropecuaria? Pensando en que el espacio rural es periurbano, y las demandas a los saberes de ese técnico son diferentes”.
La Escuela Alberdi: un aula a cielo abierto
En la Escuela Alberdi, el aula no termina en las paredes. La enseñanza se expande hacia la granja, el tambo, la chacra y los viveros, tan solo para nominar algunos de sus espacios pedagógicos.
Todo es un laboratorio vivo donde los estudiantes no solo adquieren conocimientos, sino también experimentan la cultura del trabajo y el respeto por la naturaleza.
No es solo enseñar a producir, sino hacerlo con técnicas que profundicen el diálogo entre el saber humano y la naturaleza, sin dañar la madre tierra.
Mario Unrein retoma el sentido de prepararse para el medio rural: “La ruralidad o la escuela nos preparó para la ruralidad, enseñándonos a conocer a la gente de campo. Aquí hacíamos una vida de campo por más que tuviésemos ahí en un internado. Pero, sabíamos de todos los trabajos rurales, practicamos en las distintas secciones. Entonces, cuando tuvimos que ir a trabajar, nosotros podíamos mezclarnos, entreverarnos en cualquier charla con productores o con campesinos, porque teníamos conocimiento, no es que guitarreábamos solamente”.
Luis Alberto Pérez recuerda su primera experiencia como docente: “Mi primer destino fue Brugo. Una escuela, un pueblito chiquito. Ustedes saben que las escuelas rurales son las que están en el medio rural, o en pueblos de menos de 2.000 habitantes. A mí me nombraron en la Escuela de Brugos, que tenía en ese tiempo 1.200 habitantes. Y ahí estuve 9 años como maestro, en la escuela de 12 docentes. Rural, también tuve que ser rural, porque la ruralidad generalmente se establece porque hay que enseñar en multigrado, o pluri-grado, o todos los grados. Un solo maestro va todos los grados juntos. Una tarea bastante brava, ¿no es cierto? Bastante difícil. Bueno, yo estuve ahí 9 años de maestro, y después estuve de director interino hasta que rendí y ascendí a director titular de la escuela. Y bueno, ahí estuve, otros... De maestro tuve 9 años y once años de director ahí. Y después, bueno, concursé y me fui de supervisor a La Paz. Y de La Paz después concursé y vine a Paraná como supervisor técnico a Paraná. Y bueno, ahí me quedé en el Consejo allá, y me jubilé ahí en el año 1991”.
Omar Darío Pérez se suma a ese sentimiento docente y destaca el rol de la autoridad social del maestro: “Allí los maestros, los maestros, perdón, como te decía, éramos un poco todo. Éramos consejeros, jueces de Paz, a veces solucionar conflictos familiares. En un internado eras hasta médico. Te cuento una anécdota que me pasó estando en mi segundo destino en Colan Conhué, ahí estuve nueve años, 150 kilómetros de camino de ripio para llegar a la ciudad de Esquel. En un internado, como en cualquier hogar, a veces te vienen estas enfermedades típicas de los niños. Teníamos una epidemia de papera. Era gobernador de Chubut, doctor Atilio Oscar Viglione. Pasa por el internado y ve, teníamos 40 y pico de chicos con paperas. Él era médico. Automáticamente mandó a su secretario que se fuera y se quedó a atender los chicos. El secretario jamás avisó a gobernación que el gobernador se había quedado, pasaron dos días y eran Radiograma Policiales en aquel tiempo por toda la provincia porque no sabía dónde estaba el gobernador. Y el gobernador se había quedado en el internado atendiendo a los chicos. Como autoridad social, el maestro era todo en estos pueblos. Y esto implicaba una gran responsabilidad. Primero, gente que a lo mejor no tenía instrucción, pero tenía un apego muy fuerte a su palabra. Si el maestro daba la palabra, no podía volverse para atrás. Y lo que el maestro decía era ley, era autoridad, lo cual implicaba asumir esta responsabilidad frente a la comunidad, gestionar frente a la comunidad y formarse profesionalmente para no defraudarlos”.
Educar para producir y para la vida
Gran parte de las hectáreas de la Escuela Alberdi están dedicadas a la producción. Desde cultivos forrajeros hasta frutas y lácteos, cada rincón tiene un propósito educativo y productivo. Las manos de los estudiantes no solo siembran semillas, cultivan el futuro.
El tiempo ha dejado su huella aquí. En la biblioteca Arberdiantina reposan más de 11.000 ejemplares y el museo escolar atesora recuerdos de más de 120 años de memoria compartida. Cada rincón narra una historia, un legado que sigue vivo, y es transmitido a cada nueva generación.
Miguel Ángel Faes habla del desarraigo y de luchar contra el éxodo de los jóvenes y las familias: “Nosotros, en la escuela -un poco, como decía al comienzo- sufrimos lo que fue el desarraigo de nuestra casa, de nuestro espacio, de nuestro entorno rural. Pero, con el tiempo fuimos formándonos y fuimos en una palabra haciéndonos rurales, un poco profesionales de la ruralidad. Con todo lo que fuimos mamando acá, con todo lo que fuimos aprendiendo, y que nos llenó de sentido como para llegar a las escuelas y un poco lograr que la gente, nuestros alumnos se formaran y en lo posible se quedaran en su espacio. Si bien tenían que salir a estudiar, pero formar eso, que les diera el arraigo suficiente como para en algún momento querer volver”.
Omar Darío Pérez se suma de nuevo con un recuerdo valioso: “Yo me jubilé en el 2017, en Patagonia, después de haber trabajado 33 años. Además de ser docente, soy abogado. Llegó el momento en que mis hijas tenían que estudiar. Y la única salida de nosotros era Buenos Aires, La Plata o Córdoba. Y mis hijas se reciben. Quedamos, mi señora y yo, en la Patagonia. Y la realidad era que hace 15-20 años atrás, hacer 2.300, 2.400 kilómetros, era una aventura hermosa. Estos últimos años, era una tortura. Mis padres estaban ya muy viejitos. Mi mamá había tenido una ACV y estaba en sillas de ruedas. Y ya no tenía más sentido estar solos allá, o por lo menos sin la familia de sangre, porque tenía la familia Alberdina. Durante 30 y picos de años, eran mis hermanos. Y decidimos volver. Yo tenía unos terrenos acá en Oro Verde. Seguimos construyendo la casa y venimos. Entonces pedimos la jubilación y nos venimos acá. Por eso estamos hoy acá en Oro Verde. Pero volvemos cada 5-6 meses. Yo tengo casa incluso en Patagonia. Es un ir y venir”.
La directora Andrea Ferreyra Folonier aporta el valioso legado que tiene la escuela con el Centro Alberdino, también único y original en su naturaleza en América Latina: “Otro legado sumamente importante que contiene esta escuela, porque no se lo pueden separar, es la creación en 1945 del Centro Alberdino, que es el único centro que reúne a los egresados maestros alberdinos desde un inicio y que continúa su labor de manera incansable desde este lugar, desde este centro y en articulación permanente con la escuela. De hecho, muchos saberes que vamos teniendo y compartiendo escolarmente se debe a la presencia y las voces de los representantes de este centro, ni hablar en este año en particular con los ciento veinte años que hemos cumplido. Digo esto porque hoy hacía mención a las continuidades, no obstante, los tiempos tan diferentes, y hay un gran acercamiento del centro hacia nuestras promociones, quienes van egresando. Ellos se acercan tanto a la escuela como a nuestros estudiantes al centro para seguir formando este legado, la identidad que se puedan seguir asociando, consultando, escuchando y realmente en estas juventudes que por ahí están está tildada de no les interesa nada, uno observa con alegría que esta conciencia se va desarrollando, cómo se produce a lo largo de estos siete años, tiene múltiples respuestas, pero se va desarrollando y realmente el egresado Alberdino hoy, al margen del maestro rural, el técnico o técnica en Producción Agropecuaria, tiene una impronta que de pertenencia muy arraigada, vuelven a aparecer por la escuela, se insertan en lo que son las semanas de celebraciones de la juventud, es la semana de estudiantina, aparecen distintas celebraciones, se acercan, narran cómo les está yendo. Por ende, la presencia de un Centro Alberdino, único en la especie en nuestro país que reúne a egresados de todo el país quienes se han desenvuelto y trabajado en distintas latitudes, realmente es como un sello. Un sello que posibilita la reunión permanente y el mantener y transmitir un legado cultural”.
Un modelo vigente
Desde sus inicios, la Escuela Alberdi también ha sido un hogar. Sus residencias estudiantiles albergan a jóvenes que llegan desde distintas localidades, buscando no solo formación académica, sino un sentido de pertenencia y comunidad.
En 2012, la Escuela vio egresar a sus primeros técnicos en Producción Agropecuaria, fruto de un plan de estudios renovado que integra las necesidades del presente con la sabiduría del pasado.
Es un ejemplo de cómo la escuela Alberdi ha sabido adaptarse sin perder su esencia.
Carlos Krumrick pone en valor la enseñanza en producción potenciando lo integral: “En la Jefatura de Enseñanza de Producción está directamente vinculado a todo lo que es el área agropecuaria. Desde ese lugar se coordina lo que es toda la parte productiva y todo lo que es la parte pedagógica; o sea, todos los sectores de la escuela están pensados para la enseñanza y la producción. Tienen dos funciones. Desde ese lugar se trabaja con todos los actores de la escuela en esos dos sentidos: por un lado, producir y mantener los sectores productivos; pero a la vez ser espacios de enseñanza. Cuando uno piensa en la Escuela del Verde es una escuela que tiene 300 hectáreas tiene 13 producciones primarias y tiene producciones industriales. Entonces es una escuela muy compleja con muchos actores: Entonces ese es el rol que tenemos como Jefatura de Enseñanza de Producción y coordinando con todos los actores del área agropecuaria que es el más grande el área más grande que tiene la escuela. Cuando nosotros nos pensamos como formadores de técnicos agropecuarios trabajando a nivel medio; nosotros no estamos solamente pensando en ser máquinas de producción, o sea, estamos formando personas, estamos formando humanidad, estamos formando estudiantes, adolescentes que van a enfrentar la vida y también les damos esa impronta y ese pensamiento crítico para abordar las problemáticas sobre todo las problemáticas que van surgiendo en lo inmediato y visualizando las futuras generaciones. Y en base a eso nosotros tenemos algunos ejes y alineamientos de trabajo que por ahí pueden salir de lo que uno puede imaginarse como estrictamente productivo cuando uno piensa una empresa. Nosotros pensamos mucho -más allá de los resultados productivos- pensamos mucho en cuidado del medio ambiente bienestar animal la relación o el vínculo del trabajo o del trabajador con la producción y esas personas que hoy están formando las estamos pensando en el mundo laboral de acá a 10, 20, 50 años para adelante; por ahí nosotros tratamos de poner énfasis en esas cuestiones”.
Y en ese marco, la asesora Pedagógica Nancy Tomasini resalta lo siguiente para poner en valor el diálogo como herramienta formadora, donde el saber académico y saber ancestral se enriquecen mutuamente: “Pensando en estas posibilidades de diálogo que forman parte del devenir escolar, voy a hablar de los saberes: del saber académico y de los otros saberes. Los saberes que tienen que ver con los saberes sociales productivos del mundo del trabajo, que tienen que ver con los saberes ancestrales, aquello que nos traen la historia, la cultura, el diálogo con otros ámbitos de la vida. Si bien la formación de la escuela secundaria tiene una estructura y una sistematicidad, la forma en que ponemos en desarrollo esa propuesta, eso que está en los lineamientos, transforma el contenido, o sea, la forma en que nosotros enseñamos transforma el contenido. Desde la escuela apuntamos a encontrar otras formas que habiliten estos diálogos. Los proyectos, productivos o las experiencias agroeducativas tienen algo de esto. No solamente los que tienen que ver con el área agropecuaria, sino los que tienen que ver con el arte, los que tienen que ver con el plurilingüismo, los que tienen que ver con la ESI, los que tienen que ver con la historia, con la filosofía. ¿Y qué características tienen éstos que habilitan el diálogo? El diálogo con el estudiante, por ejemplo, los proyectos que tienen que ver más con la filosofía habilitan el diálogo entre el saber académico, lo escolar y las experiencias de vida de los estudiantes, en función de que éstos resignifiquen desde la filosofía y desde las preguntas filosóficas lo que les acontecen, los que les duelen, lo que experimentan, lo que les preocupa. Entonces, aparecen en la currícula escolar preguntas que son de los estudiantes, que son de los y las adolescentes. En términos de lo agropecuario, ahí aparecen diferentes propuestas, diferentes saberes. Y lo que tienen los saberes es que en ese diálogo aparecen también tensiones, aparecen preguntas, aparecen dudas”.
Miguel Ángel Faes refleja un rol actual que vincula al pasado con la contención para el presente: “En este momento me toca la suerte de presidir la Asociación Mutual Centro Alberdino, ese es el nombre, pero nosotros lo reconocemos todo como el Centro Alberdino. Es una entidad que el año que viene va a cumplir 80 años, no todas las escuelas tienen, diría que no hay ninguna, tiene un centro de egresados que se mantenga tanto en el tiempo y que sea un semillero que sea, digamos, la segunda casa de los egresados de la Escuela Alberdi. Yo siempre lo digo, para mí la Escuela Alberdi fue mi segunda casa. Nosotros pretendemos que el Centro Alberdino sea la segunda casa de los egresados, y por eso el centro está abierto a todo aquel egresado que anda dando vueltas por la ciudad o por cualquier parte del país… se integre al centro, se haga socio y así no sea socio, cada vez que ande por acá, los días martes, los días viernes siempre hay reuniones de camaradería y el que anda dando vuelta por acá se sume. Nosotros, fundamentalmente, nuestro objetivo es mantener ese carisma, esa identidad, ese espíritu alberdino que mamamos acá y que trasciende a pesar de los años. Vos te podés juntar en el Centro Alberdino egresados de hace 20 años atrás, egresados de 20 años para adelante, y los temas van a ser comunes, porque somos hermanos alberdinos, porque somos esa familia que no pocos entienden”.
Carlos Krumrick se suma con el siguiente aporte porque además de enseñar a producir, se enseña a amar la Tierra a través de las buenas prácticas: “En este momento, en la actualidad nosotros estamos como invadidos o digamos, atravesando un momento por mucha... por la tecnología, por las redes sociales, por las comunicaciones, por el mundo virtual. Y nosotros desde el área agropecuaria a veces nos detenemos un minuto… bienvenida la tecnología; pero, a veces tomamos la reflexión y tratamos de volver un poco a conectarnos más con el origen, con la tierra, con la producción. Desde los espacios productivos nosotros tenemos aulas abiertas; nosotros consideramos cada espacio de producción un aula con una intencionalidad pedagógica pero conectada con la naturaleza. Entonces, cada vez que transmitimos nuestra enseñanza tratamos de concentrarnos en eso. Porque trabajamos con adolescentes también vemos muchas problemáticas que están asociadas a cuestiones que tienen que ver con pandemia, con encierro con desconexiones que tienen que ver con el mundo real. Entonces, desde los sectores también tenemos por lo menos nos proponemos tener esa impronta de conectar la naturaleza como son los procesos respetar los procesos naturales y poder llegar a producir y sostenernos con los alimentos de la manera más amigable y saludable posible”.
Una escuela vigente y sembradora de futuro
Hoy la Escuela Normal Rural Juan Bautista Alberdi es más que un testimonio del pasado.
Es una poderosa herramienta para construir el futuro. Una institución que, a través de sus estudiantes y sus docentes, sigue sembrando valores, conocimientos y esperanzas.
La Escuela Alberdi no es solo un lugar, es una idea. El conocimiento no tiene fronteras y el aprendizaje, como las raíces, se profundiza con el tiempo. Por eso es un faro, un legado que no deja de iluminar y crecer.
No es casual que un maestro rural jubilado como Luis Alberto Pérez refleje su permanente vínculo con la Escuela Alberdi: “En mis visitas a la Escuela Alberdi, siempre visito también el Museo. Porque ahí, como Museo, hay cosas de la Escuela Alberdi. Además, en el museo, hay material bibliográfico que uno puede mirar y, bueno, puede ver, en cierto modo, pasajes de la Escuela Alberdi en su fotografía, en sus escritos. Y bueno, es atractivo, porque es una forma de ver la trayectoria de la escuela a lo largo de los años, que quedaron ahí. Y bueno, también por ahí contemplaba las máquinas que hubo en los distintos lugares de la escuela. Y bueno, también ahí está el archivo de los registros de los alumnos que uno puede ver ahí. Y puedo volver ahí y ver quiénes eran mis alumnos, quiénes eran mis compañeros como alumnos. Puedo ir ahí y abrir algún libro y ver mi trayectoria como alumno en la Escuela Alberdi, donde está mi nombre, las notas, y ver si uno era más o menos regular o cómo fue, la cosa que nos recibimos acá”.
Miguel Ángel Faes retoma la importancia del Centro Alberdino: “Fundamentalmente, en esas en esas reuniones juntadas se comparten tantas cosas y sobre todo cosas de nuestra formación, de nuestro compartida acá en la Escuela Alberdi. Nos acordamos de los preceptores y el mismo que tuvo el mismo preceptor un tiempo atrás, y algunos lo recuerdan con demasiado cariño y otros no tanto, porque eso puede pasar y nos debe pasar a todos, pero siempre está eso de la anécdota de lo que vivimos, de lo que nos pasó, de cómo llevamos adelante nuestra carrera docente y sobre todo por ahí cómo nos tocó enfrentar adversidades para que gracias a Dios la escuela nos había preparado, y para la que no nos preparó y le pusimos el pecho y salimos adelante, gracias a Dios, ¿no?”.
Omar Darío Pérez agrega lo siguiente: “El maestro en el ámbito rural, tiene, yo diría, 2 o 3 fundamentales funciones. La primera es ayudar a que el territorio no quede despoblado. La segunda es formar, pero formar para que el chico se quede. Dar herramientas para que esa nueva semilla que va a habitar ese territorio tenga con qué desempeñarse. Lamentablemente, el maestro muchas veces no maneja la política y esto va pegado muchísimo a las situaciones económicas de cada región. En Patagonia se vio que a nivel internacional el precio de la lana bajó y los campos, las grandes estancias empezaron a despoblarse. Segundo, a veces la sobreexplotación ganadera generó muchas zonas de desertificación y los maestros en el ámbito rural, allí teníamos una tarea titánica con el INTA de traer, de buscar, de traer especialistas para que empezaran a formar recursos para que no se produjera desertificación. En la provincia de Santa Cruz y Chubut otrora había estancias que tenían 7 mil, 8 mil ovejas y podían mantener 300-400. Y allí, codo a codo con el INTA trabajamos muchísimo para tratar de enseñar al productor rural, a los alumnos, a cómo hacer un manejo adecuado del suelo para que esto no se produzca. Lamentablemente, las políticas económicas de nuestro país no daban valor a la lana. Muchas veces se tenía toda la intención, pero no se tenían los recursos. Y esto fue un gran trabajo y por eso las escuelas rurales no deben cerrarse. Aunque no hubiera alumnos, el maestro tiene que quedar. Porque no es solo la función, por lo menos en Patagonia, instruir alumnos, sino también ayudar a los pequeños productores”.
Miguel Ángel Faes agrega ponderando la relación con la Escuela Alberdi: “Una cosa que quiero aprovechar la oportunidad y no dejar pasar, es la de destacar la excelente relación que tenemos con la Escuela Alberdi. Desde el Centro Alberdino estamos muy, pero muy contentos con eso que estoy diciendo de la relación. La Escuela siempre está predispuesta para las actividades que el Centro desea encarar, y fundamentalmente, y te voy a mencionar, voy a mencionar una: la Fiesta de las Promociones. Nosotros acá en la Escuela Alberdi, gracias a la predisposición de la escuela, por ejemplo, convocamos todos los años, a las promociones que cumplen 25, 30, 35, 40, o sea, de cinco en cinco hasta que sabemos que hay egresados para entregarles un pequeño diploma, un reconocimiento por su aniversario, pero además para juntarlos. Y vos ves ahí los abrazos, los llantos, gente que hace 40 años que no se veía, que se encuentra, y entonces eso no podemos dejar de valorarlo como un gran aporte de la Escuela Alberdi, siempre dispuesta y gracias a sus autoridades a darnos una mano en lo que hace falta”.
El programa Memoria Frágil: la Escuela Alberdi donde las raíces se hacen futuro