Un año sin Ricardo Iorio: la vida pasional, la obra eterna y la muerte dolorosa

“Tal vez sea la última vez que nos veamos porque la gente se muere”. La frase de Ricardo Iorio en su recital del 14 de octubre de 2023 retumban todavía, con esa amargura propia de los malos augurios. Diez años después, su corazón dejó de latir. Tenía 61 años y su muerte inesperada y cruel, en su casa de una zona rural de Coronel Suárez, conmocionó a la escena pesada, mientras sus canciones, postales de su tiempo, bandas de sonido de miles de vidas, se resignificaban una vez más. Su obra plasmada en V8, Hermética y Almafuerte moldeó a un género en el que todo estaba por hacerse y con su personalidad trascendió las fronteras de su tribu. A esa altura, Iorio se había convertido en un emblema del metal nacional, representando no solo la música, sino también una forma de resistencia y actitud. Sus canciones, potentes, viscerales y urgentes lo elevaron a la estatura de mito. Y hoy se escuchan más fuertes que nunca.

El camino de Iorio comenzó el 25 de junio de 1962 en Caseros, una zona suburbana y fabril que moldeó su obra. Criado en un ambiente de disciplina estricta, la música pronto se convirtió en su refugio y, más tarde, en su forma de expresión. Durante su juventud, trabajó en la verdulería de su padre, donde ganó el apodo de “papero” por su labor diaria. Este trasfondo obrero y suburbano se reflejaría en muchas de sus canciones, que capturaban las luchas y aspiraciones de la clase trabajadora. A pesar de las dificultades, Iorio encontró en el metal una salida y una escuela de vida, gestando una carrera profundamente arraigada en las experiencias del pueblo, desde los márgenes del conurbano y los sótanos de la dictadura hasta los escenarios más importantes del país.

V8 y la irrupción de un movimiento

La primera gran aparición de V8 fue en el legendario Festival BARock de 1982, un evento que marcó el inicio de la visibilidad del heavy metal en Argentina. La banda, integrada por Ricardo Iorio, Beto Zamarbide, Osvaldo Civile y Gustavo Rowek, lanzó un golpe directo al escenario con una energía cruda y canciones que encarnaban la rebelión. Su álbum debut, Luchando por el metal, contenía temas como “Destrucción”, “Parcas sangrientas” y “Muy cansado estoy”, que rápidamente se convirtieron en himnos de la incipiente escena metalera. Estos temas daban voz a una juventud marginada, con sus chaquetas de cuero y tachas, que encontraba en la música una forma de canalizar su frustración, publicó TeleShow.

Iorio, con su actitud desafiante, ya mostraba su rechazo a la corrección política. Durante el festival, al cerrar su presentación, lanzó la provocativa frase “Parcas sangrientas y los hippies que se mueran”, consolidando su posición como una figura irreverente y contestataria. V8, bajo el padrinazgo de Pappo, se convirtió en la piedra angular del heavy metal argentino, dando forma a un movimiento que iba a expandirse más allá de los márgenes del under.

Hermética: el salto a la masividad

Tras la disolución de V8, Iorio no perdió tiempo en fundar Hermética, en 1988, junto a Claudio O’Connor, Antonio Tano Romano y Fabián Spataro (luego reemplazado por Tony Scotto y más tarde, Pato Strunz). Hermética fue la banda que llevó a Iorio a la popularidad masiva, convirtiéndolo en un referente indiscutible del metal argentino. Con letras que exploraban la realidad obrera y suburbana, canciones como “Por las calles de Liniers”, “Gil trabajador” y “Del camionero” capturaban la esencia del trabajador argentino, resonando profundamente con un público que veía en sus canciones un reflejo de sus propias luchas cotidianas.

Hermética recorrió el país, se ganó una legión de seguidores incondicionales y dejando su huella en sitios como Cemento y Obras Sanitarias, y un concierto histórico en la cárcel de Olmos. Otro hito en el grupo fue compartir cartel con leyendas internacionales de la música pesada como Kiss y Black Sabbath, en el festival Monster of Rock celebrado en River. Su obra quedó plasmada en tres álbumes: Hermética, Víctimas del vaciamiento y Ácido argentino, y en pieles y remeras que marcaron a una generación.

Sin embargo, en el apogeo de su popularidad, las tensiones internas llevaron a la ruptura de la banda. Mientras O’Connor, Romano y Strunz formaban Malón, Iorio tomó un nuevo rumbo. La música pesada iba a sufrir otro sacudón, y allí estaba el bajista para timonearlo

Almafuerte o la rúbrica de la canción pesada

En 1995, Iorio fundó Almafuerte, acompañado por Claudio Tano Marciello en la guitarra y Claudio Cardaci en la batería. En este grupo, encontró el espacio para explorar una fusión más melódica, sin perder la esencia pesada que siempre lo caracterizó. Con discos como Almafuerte, A fondo blanco y Toro y pampa, la banda trascendió los límites del género, ganándose el reconocimiento tanto dentro como fuera del heavy metal.

En “Triunfo” dejó su versión de la sangrienta ruptura de Hermética; en “Sé vos” se permitió un consejo en modo Martín Fierro; en “A vos amigo” pintó de manera universal a la amistad en base a su historia con Marcelo Tommy su compadre en la previa de V8. Con un rasgo bien marcado de argentinidad, Almafuerte consolidó a Ricardo Iorio como un compositor que, más allá de la distorsión, supo capturar las realidades de la gente de a pie, sumando la escenografía campera a su iconografía.

Pero en 2017, tras más de dos décadas de éxitos, Iorio anunció la disolución de Almafuerte para enfocarse en su carrera solista. Por entonces, su figura había expandido de las fronteras de las tachas y el cuero negro, volviéndose un personaje mediático. Y paradójicamente, en un ermitaño de tierra cada vez más adentro.

Un heavy en la jungla mediática

Bien entrado el año 2000, Ricardo Iorio empezó a frecuentar canales diferentes. Su presencia en los medios masivos de comunicación fue tan polémica como lo había sido en los escenarios, donde sus opiniones provocaron debates y, en algunos casos, rechazo. En 2012, una aparición en el programa de su amigo Beto Casella, lo colocó en el centro del radar público, permitiendo que muchas personas ajenas al heavy metal conocieran a Iorio.

Sus declaraciones sobre temas políticos y sociales fueron contundentes y, a menudo, controversiales, lo que lo alejó de parte del público, pero también le ganó el respeto de quienes valoraban su autenticidad, sin importar si coincidían o no con sus posturas. Pero fundamentalmente lo ubicó en un escenario de combate diferente. La gente de la tele empezó a preguntarse quién era ese hombre irresistible, para quien la indiferencia no era una posibilidad. Había que amarlo u odiarlo, y mientras tanto sus recortes se volvían virales y sus gestos se hacían memes, el guerrero reconfiguró su camino.

Pero en 2017, tras más de dos décadas de éxitos, Iorio anunció la disolución de Almafuerte para enfocarse en su carrera solista. Por entonces, su figura había expandido de las fronteras de las tachas y el cuero negro, volviéndose un personaje mediático. Y paradójicamente, en un ermitaño de tierra cada vez más adentro.

Un heavy en la jungla mediática
Bien entrado el año 2000, Ricardo Iorio empezó a frecuentar canales diferentes. Su presencia en los medios masivos de comunicación fue tan polémica como lo había sido en los escenarios, donde sus opiniones provocaron debates y, en algunos casos, rechazo. En 2012, una aparición en el programa de su amigo Beto Casella, lo colocó en el centro del radar público, permitiendo que muchas personas ajenas al heavy metal conocieran a Iorio.

Sus declaraciones sobre temas políticos y sociales fueron contundentes y, a menudo, controversiales, lo que lo alejó de parte del público, pero también le ganó el respeto de quienes valoraban su autenticidad, sin importar si coincidían o no con sus posturas. Pero fundamentalmente lo ubicó en un escenario de combate diferente. La gente de la tele empezó a preguntarse quién era ese hombre irresistible, para quien la indiferencia no era una posibilidad. Había que amarlo u odiarlo, y mientras tanto sus recortes se volvían virales y sus gestos se hacían memes, el guerrero reconfiguró su camino.

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