
Polarización mentirosa y ausencia de opciones.
Por Carmen Ubeda (*)
A primera vista
En sentido estricto, el concepto de polarización debería aplicarse ante un fenómeno donde se destaca, sin lugar a equívocos, la diferencia. También ésta conduce al reconocimiento de una categoría. Condición difusa y desdibujada en este presente histórico, más específicamente, en Argentina. La diferencia es la causa necesaria y suficiente para la existencia de los partidos políticos. Hace más de una década que sociólogos, politólogos, analistas vienen aludiendo a lo que llaman la extinción de los partidos. Existe una anarquía semántica que convierte un sinnúmero de contradicciones, “dichas al voleo”, en certezas. Ibsen y Kafka hoy tendrían que dedicarse a los cuentos infantiles. El declive o la inexistencia de los partidos políticos quizás se acerquen a lo real más o menos objetivo (ya que todo hoy es una construcción de la realidad).
Beatriz Sarlo afirma categóricamente la inexistencia de los partidos políticos como una consecuencia de las neoideologías posmodernas “alegres e insustanciales”, asegurando, al mismo tiempo, que “los países que funcionan son los que tienen partidos políticos claramente diferenciados”. Esta última consideración puede ser obviada: si se atiende al pensamiento lógico, entonces, al no haber partidos políticos diferenciados claramente en sus ideologías, advertir una polarización es por lo menos equívoco. Sin embargo, esta denominación se ha convertido en el eje articulador de los debates televisivos y todas las interpretaciones del momento electoral.
Desde ya, este hecho responde a una razón: la urgencia propagandística, una necesidad que desconoce el escrúpulo o, cuanto menos, la precisión. Lo que se presume como antagónico es una ficción atribuida a la opinión pública en algunos supuestos estados de derecho. Esta primera parte llevaría a un tajante cierre: no hay polarización (ninguno de los factores que se perciben conducen a ella). Asimismo, como en tantos casos, lo más simple a primera vista encierra variadas complejidades que se tratarán de desagregar.
Diásporas esperadas e inesperadas
Si el objetivo fuera hacer una historia meticulosa de encuentros- desencuentros, permanencias- abandonos, lealtades-traiciones, afinidades-incompatibilidades…, quien escribe debería optar por un ensayo más que por un artículo. Está claro que la opción es un artículo, es decir, etimológicamente una parte, por lo que se enunciarán algunos hitos de los últimos movimientos políticos, muchas veces incomprensibles a tal punto que algunos de ellos contradicen aquello que el creador del peronismo afirmaba: “Cuando los gatos maúllan no se están peleando, se están reproduciendo”.
En el último año, parece que muchos gatos afines maúllan porque se están peleando y, contrariamente a esperar una reproducción, prima facie no se multiplican, se reducen… sólo prima facie. Una grosera cronología nos sitúa en la conformación y en los abandonos del Frente Renovador: Sergio Massa “el exterminador de la Cristina eterna” no pudo consolidar y retener los mejores cuadros que integraban su nueva fuerza. Un antecedente bastante remoto, pero no menos sustancial, lleva al inicio en la consolidación de la línea Massa- Galmarini. Poco a poco y luego del triunfo de su creador en 2013, se fueron arrimando hasta integrarse los cuadros más destacados del peronismo no K: Alberto Fernández, Felipe Solá, Roberto Lavagna, Graciela Camaño, entre otros caudillos del conurbano bonaerense. En aquel momento y desde afuera, Juan Schiaretti, Juan Urtubey y hasta el mismo Miguel Pichetto miraban a esta línea que se iba compactando cada vez con más simpatía.
Massa soñaba con la ancha avenida del medio hasta que el sueño se estrelló con la incontrastable realidad de los votos obtenidos en distintas instancias electorales: de cerca de 20 a cerca de 15, de cerca de 15 a cerca de 10… Resultados que dieron lugar a la creencia de que se estaba cristalizando en los dirigentes y en la “gente” el fenómeno de la polarización repetido, no hasta el cansancio sino hasta el fastidio, por los medios convencionales y las redes, ligado férreamente con el otro: el de la grieta. Ambos vocablos son absolutamente aplicables a este momento histórico, pero no indican la carga semántica que se les atribuye. (Más adelante se dará el espacio merecido a esta diferencia).
El cuaderno de bitácora que fue relatando las alternativas del peronismo K y no K es profuso y enmarañado. Como se dijo, acá se tratará de señalar los indicadores más destacados. Es así como el Frente Renovador comenzó a describir un itinerario no siempre esperado. Primero fueron cayendo algunos peones, luego algunos caballos, más tarde algunas torres y finalmente la reina y el rey. El argumento dicho o no dicho siempre era idéntico: CFK tenía los votos. Aun así y no resignados a la búsqueda de un centro que borrara del escenario los dos extremos –M. vs. K.- fue despuntando por sucesivos encuentros la posible unión de los tres Juanes (Schiaretti, Urtubey y Manzur) como la alternativa de los gobernadores, posteriormente y con la suma de Miguel Pichetto y Sergio Massa, la que se llamó Alternativa Federal.
Mientras, el “consagrado” numen, Eduardo Duhalde, operaba con premura para la creación de un centro comandado por Roberto Lavagna por el cual estos movimientos y sus niveles de adhesión son los que más responden a un prolijo pensamiento lógico y a una clara memoria histórica. Lavagna verdaderamente representaba la equidistancia de uno y otro extremo y ya había sido el gestor de la decorosa salida de 2001. Lavagna, el economista solvente y maduro, que sólo con los dichos de “Hay que ponerle plata en el bolsillo a la gente…” y “Si este chat de 250 empresarios insiste en su postura, esto termina en esclavitud…” debía ejercer una constante seducción siguiendo una lógica racional. No fue así, otra vez, para los dirigentes y para la “gente”.
En el primer caso, porque ninguno quería desperdiciar los votos de Cristina, y en el segundo, ligeramente podría decirse que la cultura industrial volvía a un alto pico en cuanto a la colonización de las conciencias. Si en el aire circula las 24 horas de los siete días de la semana la palabra fuego, aunque no lo haya, el temor de la “gente” se expandirá más que el fuego mismo. El rumor y la repetición son condiciones inobjetables en el algoritmo propagandístico: la unanimidad y el contagio. Contra ellos es inútil arremeter, desde Maquiavelo, sin exagerar. La responsabilidad atribuida al mismo Lavagna en cuanto al descendente porcentaje de adhesión es falaz. El economista se negaba a las PASO, como ya se dijo tantas veces en este espacio, porque no sentía la firmeza de sus compañeros. No se equivocaba: la prédica de Schiaretti “Lo que importa es Córdoba, los de afuera son de palo”, la decisión de Miguel Pichetto por integrar la fórmula con Macri y el postrer abandono de Massa hacia las finas K, le dieron la razón.
Otra vez y sólo a primera vista, los “muchachos” están contradiciendo al General: se están separando, no se están reproduciendo.
Como el tango
“El peronismo en algún momento te atraviesa”, aseguró con su lenguaje entre lírico y dramático Jorge Telerman. La similitud con el tango es asombrosa: “El tango te espera”, se dice con frecuencia. En algún momento de la vida, contagia y se convierte en mentor. En el presente, los hechos hacen honor a la lírica o a la ficción. Hoy el peronismo atraviesa todas las fuerzas y las precandidaturas.
Aparentemente, no se reproduce porque no se expande ni se profundiza entre sus propias filas (casi lo contrario) sino que absorbe a partidos menores o se entromete en los armados del adversario. Los dos peronismos de siempre que confrontaron dentro de sus fronteras con distintas etiquetas hoy eligen saltarlas. Es como el vino tinto en un mantel blanco, un teñido imposible de detener. Hace pocos días, Samuel Gelblung afirmaba que Mauricio Macri es peronista, que siempre lo fue y que representaba fue su anhelo más profundo.
Luego, llegó al extremo de lo superlativo cuando dijo: “Macri es peronista, Cristina, no y nunca lo fue”. Es evidente que estos enunciados son propios de uno de los más ingeniosos provocadores de este país, pero hay que aceptar que contienen una parte de verdad. Algunos datos de la memoria histórica ya se han mencionado en estos espacios, pero hay otros que refrendan con creces la opinión del periodista. Hacia el ‘85 del siglo pasado, la campaña de la Renovación justicialista tuvo como sponsor principal a Sevel, más aún, la intendencia de Carlos Groso, hoy asesor “íntimo” de Mauricio Macri. No hay malicia sino certeza en recordar que uno de los primeros contratos de Franco Macri con el Estado argentino fue durante la primera presidencia de Perón. Las relaciones entre los Macri y el peronismo superan esos setenta años de “decadencia” que los recién llegados al PRO detectan en nuestro país haciendo coincidir su comienzo con el del peronismo. Mauricio Macri en todas sus gestiones tuvo asesores peronistas, recibió propuestas peronistas, integró funcionarios peronistas. Por lo tanto, este presente al lado de Miguel Pichetto asombra sólo a los ignorantes.
En tanto, más de la mitad de las líneas dentro y fuera del PJ y los pequeños partidos filoperonistas hoy adhieren a la candidatura Fernández- Fernández. Algo menos de un cuarto está siendo seducido por el expresidente del bloque afín en el Senado para acompañar a Macri. La tercera fuerza en declive es mayoritariamente peronista. Con este panorama, cualquier opinión es inútil: se impone lo real. Sólo resta un escaso 9% de partidos en uno y otro extremo de la identificación política: José Luis Espert, Nicolás Del Caño y los del insignificante 1%.
La objeción que podría hacerse a la pintura de este espectro se relacionaría con actitudes “tempistas”, pragmáticas y oportunistas. Deben ser aceptadas porque son igualmente legítimas. La pregunta es ¿cuál hubiera sido el destino de esas fuerzas sin el peronismo? Que Pichetto se ligara a Mauricio Macri por el carácter inorgánico que Beatriz Sarlo atribuye al PJ, que el mismo hipercrítico de la gestión anterior hoy encabece la oposición, que muchos denostadores de ambos frentes participen exactamente en el denostado, es porque todo se asemeja y obtiene una síntesis simbólica y utilitaria sólo en y con el peronismo.
Encuentros, desencuentros y reencuentros
Sin embargo, en cualquiera de los frentes más aglutinadores se producen una serie ininterrumpida de roces, contradicciones, dichos y entredichos que los medios convencionales y de los otros se ocupan en engordar, distorsionar, disminuir u obviar. Cristina, Alberto y Sergio no aparecen como los tres mosqueteros: “todos para uno y uno para todos”. Ella ha vuelto a ser la misma y barre el territorio nacional presentando su libro y aprovechando la oportunidad para exhibir aquel idéntico gesto indignado o el movimiento maníaco de su baile: como añadido parece que envía mensajes crípticos a sus compañeros de aventura.
Según Román Lejtman, su férrea defensa a Kicillof, más la postura frente a Venezuela, la decisión innegociable de considerar a los privados de libertad como presos políticos y otra cuestiones como la interrupción del embarazo, no figuran en el discurso de los otros dos. Por el contrario, los hombres insisten en su negativa al indulto y en oponerse al autoritarismo de Venezuela. En ella, el eje de su aguerrida oratoria es la crítica despiadada contra el “modelo presente”, como si existiera. Posiblemente haya variaciones coreográficas y alguna que otra opinión con ligeras diferencias, pero no hay modelos… Hay dos países desde siempre como lo advirtiera Eduardo Mallea, pero no hay dos modelos y menos dos proyectos.
Por otra parte, Alberto (aunque se esmere en negarlo) se muestra desbordado y no pierde la oportunidad de decir que sólo con los votos de Cristina no alcanzaba, pero enojado compara las cifras de los intereses de las LELIQ con la posibilidad de un aumento y el reintegro de todos los medicamentos a los jubilados (la lupa mediática tomó una comparación como una categórica afirmación y se multiplico que A. Fernández dejaría de pagar los interese de esas letras del tesoro). Él redobla la apuesta y canta Retruco ciego, asegurando que entre las Leliq y los jubilados, siempre va a elegir a los “abuelos”. Massa repite generalizaciones optimistas y acentúa como prioridad su dedicación a las Pymes, el crédito blando y el trabajo. Hasta aquí, no parecen discursos que revelen roces sino complementación, no obstante, dejan escapar cierta tensión y confirman las versiones de lo que también Lejtman llama “el laboratorio Fernández- Massa”. Uno de los máximos asesores económicos de este “laboratorio”, Guillermo Nielsen, llegó a descalificar a Axel Kicillof ante lo cual algunos operadores salieron al cruce con el débil argumento de que éste último era candidato a gobernador no a ministro de Economía.
Aún con el reencuentro inesperado y sorprendente entre Cristina y Alberto, más la llegada inusitada de Massa, un minuto de reflexión entre los más lúcidos hubiera anticipado estas diferencias, roces o tensiones internas. De todos modos, parece que se hubieran dividido los frentes y ella se encargara de reforzar el mensaje a su núcleo duro, Alberto ante la masa crítica codiciada por todos, los caudillos del conurbano silenciosamente molestos con La Cámpora, el sindicalismo y el mundo científico (frente al que ya le encontraron un desliz). Con los gobernadores, el acuerdo está cerrado y continúa hasta más ver el mismo número de provincias que suscriben al Frente de Todos.
De cualquier manera, se percibe una interna no sostenida con diálogos y reencuentros que ocultan una parte. Nunca fue distinto en el peronismo, pero había un líder que usaba la balanza dándole el peso exacto a cada uno, según el mandato de la realidad. Aunque todos se esmeren en afirmar que CFK es la líder, igualmente saben que no es el paraguas de todos, a lo sumo es la “pastora” de su propia secta.
Cambio de domicilio
La descripción anterior no agota, como todos saben, el panorama complejo de lo que hoy llaman el pamperonismo. Miguel Ángel Pichetto, ágil en viajes y mudanzas, parece habitar simultáneamente Balcarce 50 y el recinto del Senado. Lo único supuestamente dejado es el PJ, sólo como rótulo porque él en sí representa esa otra facción del peronismo con la que Juan Domingo Perón se entendía tan bien.
Por si el público quisiera olvidarse, en cada entrevista o “arenga” reitera algunas ideas eje que dieron origen a ese movimiento septuagenario. El hombre que parece dormir con el mismo traje y sin despeinarse, que luce como bancario de los ‘40, es sin duda el que lleva con claridad y sin distracciones un conjunto de ideas fuerza siempre atribuidas al costado más diestro del peronismo. Ese hombre gris, aunque vista de negro, es el que está juntando, grano a grano, los votos para que la fórmula que secunda se acerque cada día más a la otra. Es el hombre perseverante y lúcido que se mueve con algunas certezas: “la arena es un puñadito, pero hay montañas de arena”, de allí sus reuniones con otros de su misma tendencia. Si la oposición (no tanto) tiene sus fieles gobernadores, intendentes y cuadros, él también está juntando aunque sea de a uno gobernadores, intendentes y cuadros.
Sin embargo, aun cuando se lo vea como un solitario que abandonó el redil, quien aquí escribe recibió, no la versión, sino la información de fuente certera sobre que el verdadero líder de ese peronismo que acompaña a Macri es Juan Schiaretti. Visitado por todos, el cordobés no se mueve de El Panal y envía señales que expresan su mayor o menor complacencia con cada uno de los invitados o visitantes: con Fernández, ni un café; con Macri, una cena íntima de las dos parejas; con Omar Perotti, la foto con la triunfal sonrisa de dos generaciones que se entienden; y qué decir con Pichetto, cuya comunicación es diaria. Hay más armonía entre Pichetto, Schiaretti y Macri, que entre éste último y algunos cuadros propios que lograron mantenerse y otros que se vieron absolutamente desplazados, ejemplo icónico entre tantos, Daniel Lipovetzky.
Asimismo, la ventaja de esta fuerza competidora es la circunstancia de que está en el poder, prohijada por Donald Trump más que por el FMI, las abultadas donaciones de campaña defendidas como legales, y disponer del sistema de recuento electoral Smartmatic, extrañamente de origen venezolano, del ejercito de trolls y del profuso manejo de operadores mediáticos y de las redes. Para decirlo en términos marketineros, no existe otra ventaja diferencial que marque una señal fuerte respecto de la oposición. Si se tienen en cuenta las reflexiones del comienzo, no hay diferencia rotunda entre oficialismo y oposición. El primero comenzó ensayando un relato que terminó desbaratado y sólo apeló a medidas ya instrumentadas por “la pesada herencia” para cubrir sus manejos financieros y neutralizar rebeliones.
La oposición hoy redunda en que su marco es el capitalismo y disimula el escaso contraste con el oficialismo abundando en expresiones de una dudosa sensibilidad social. Frente a esta perspectiva, la ficción de un centro donde confluyen desencantados, indiferentes, apáticos, “apolíticos”, peronistas ortodoxos, anti K y anti M, como el perro que da vueltas, se come la cola. La equidistancia de ese centro fue succionada por ellos mismos. Más explícito: se integra el centro (a excepción de Lavagna) a los percibidos como dos extremos, que sustancialmente no son tales y anticipan los mismos peligros.
Nostalgia con sabor a soledad
El subtítulo no anuncia un texto que vaya a convertirse en lírico o poético, con humildad, recuerda que, más allá de los procesos que definen netamente la historia, hay hombres, seres humanos que los protagonizan y cuya influencia a veces supera la mirada de la sociología, de las ciencias políticas, de la historia y hasta de la geopolítica. En un momento tan opaco, de perfiles exiguamente definidos, de constantes confusiones, de escasez o de negativa a la existencia de fuertes liderazgos, de más tabúes de los que se creen superados, quizás haya que recurrir al auxilio de la psicología o de la neurociencia…
Detrás de esos discursos que ofrecen dos modelos incompatibles por los que optar, está el motor de la nostalgia. CFK y MM tiene la misma enfermedad extemporánea. Uno sueña con volver a la patria vacía habitada por los rubios inmigrantes que la forjaron con sus arados de bueyes y que convirtieron al Río de la Plata en una capital europea más y mejor. Aquella Argentina del primer centenario, con obras públicas monumentales y admirables y un campo extremadamente pródigo que albergaba señores feudales y súbditos relacionados con un trato mutuamente respetuoso (generalización no aplicable a todos los casos).
Ella anhela ser una de aquellas mujeres a la que García Márquez llamó desmesuradas, de las gestas independentistas: ni una Mariquita Sánchez, ni una Manuela Gorriti, una Juana Azurduy, una Macacha Güemes o, en el colmo del delirio chavista, una Manuela Sáenz.
Asimismo, es objeto de su mayor deseo nostálgico, la utopía revolucionaria de los ‘70 de la que disfrutó en su nacimiento, pero que no sufrió en su declive. Uno pretende retroceder estúpidamente al siglo XIX y su sello, la otra, al XX y su identidad. Los dos están fuera de época empeñados, encaprichados en desconocer el hoy del país e imponer cada uno los valores correspondientes a otros momentos históricos sin ningún viso de autenticidad. Ni Mauricio Macri Blanco Villegas plantó una semilla en una maceta, ni Cristina Fernández Wilhelm empuñó un arma jugándose la vida por la opción de la lucha armada. Ambos exhiben vidas cruzadas, aparentemente opuestas. Aunque el objetivo se muestre tan diverso, los caminos, las travesías y los mandatos son idénticos.
Los proto discursos de Mauricio Macri sólo prenderían como las semillas en el siglo XIX, siempre que hubiera sido ayudado por Andrés Bello y su “Silva a la agricultura de la zona tórrida” o, en su defecto por Lugones con su “Oda a los ganados y las mieses”. Pura ocurrencia del lector que se atreva a adivinarlo frente a la pobreza supina de sus palabras.
Ella, indiscutible oradora, no puede, sin embargo, encubrir la nostalgia de una oportunidad perdida y exagerar el heroísmo de los ‘70 (no lo suficientemente auscultados) disimulando una culpa que nadie le atribuye, solo ella. La política ficción es odiosa, pero hace falta recurrir a la historia para reconocer la gran importancia de los procesos, a pesar de los cuales las personas dejan su impronta. La independencia americana no hubiera sido la misma sin San Martín, sin Belgrano o sin Bolívar. Alemania no hubiera tenido que cargarse un holocausto, sin un Hitler. La Revolución Francesa hubiera seguido otro destino sin un Robespierre o un Napoleón, etc., etc., etc.
Sin opciones, idéntico horizonte
Luego de lo argumentado, las conclusiones son evidentes. No hay polarización política porque la diferencia es inexistente o mínima. Ambos órdenes simbólicos invocados chocan con los universos sociales reales. Con el afán de diferenciar sus identidades, uno de sus últimos actos ha sido el de “tirarse” con la creación de nuevos ministerios cuando venzan y lleguen a la primera magistratura. El oficialismo ya lo ha hecho recientemente con el de agricultura y la oposición, el de ciencia y tecnología como si no fueran inseparables, como si con ellos solamente definieran distintos proyectos. El triunfo de uno y otro es indistinto. No sólo por la condición identitaria de cada uno sino por un país y un mundo que están enviando otras señales.
Los dos puntos que representan el empate técnico hacen que los resultados sean una moneda en el aire. Así lo refrendan no sólo las encuestas de las que siempre se pude dudar sino los mismos ad láteres de ella o de él. La misma Hebe de Bonafini, abandonando por primera vez su estilo vulgar y descarado, dijo preocupada “estamos lejos de ganar”. Cuando Balcarce 50 se serena y sólo quedan reuniones ocultas, fuentes siempre alertas perciben y escuchan palabras de desesperación por un empate que no alcanzan a paliar. No hay timbre que valga ni trol, quizás sí, sistema informático. Y, del otro lado, no hay actos en rueda ni baile histérico, ni góndola vacía, ni precio exagerado ni ausencia del asado que explique el mismo empate. No hay polarización política, sí social: de ricos cada vez más ricos y de pobre cada vez más pobres. Sea quien fuere el ganador, la demanda social será idéntica, difícil de satisfacer. Según Javier Milei, de cualquier modo habrá default, uno más ordenado, el otro, “bartolero”.
En tanto, lo que más debe preocupar al lector y a quien escribe es que, según palabras del sociólogo español Rafael Céspedes Funes, visitante reciente de nuestro país, “De esta encrucijada no se sale solo con las decisiones de vuestra nueva casta política (reprodujo las palabras de José Manuel de la Sota en el ‘85), debo deciros que se sale con sangre porque ninguno de ellos está dispuesto a entregar nada y este pueblo ha esperado demasiado mientras se embrutecía”.
Un ciudadano ocupado por el destino de su país, informado y reflexivo no se dejaría manipular por la batería de dispositivos propagandísticos o las demagogias apuradas. No se dejaría tentar por la desobediencia civil que algunos locos inocentes, con los que también se hace la historia, están llamando a seguir y sólo consiste en desistir del acto de votar, una utopía que no aparece en el horizonte de esta sociedad. Entendería con claridad que no hay polarización pero tampoco opción y quizás podría llamarse a una rebelión pacífica que no entregue su voto a ningún presunto extremo, siempre que lo valorara como representación de su propia conciencia cívica.
(*) Periodista