Por Hugo H. Pais (*)
Hace tiempo, que vengo analizando la situación que se ha generado en los diversos ámbitos de la vida a propósito de la pandemia que tiene en vilo al mundo, pero donde lamentablemente en nuestro país, se destacan los mensajes más violentos y agresivos, ello me hace revisar ¿cómo educamos, respecto de la paciencia, tolerancia y respeto del otro? ¿Cómo miramos la situación real desde nuestro lugar en el mundo?
Pero, mi gran pregunta es: ¿Los educadores, formamos en las virtudes morales? ¿Cuidamos enseñar el respeto y tolerancia, la escucha y el diálogo? ¿Lo ejercitamos en nuestro cotidiano transitar?
De hecho, leer en las redes expresiones de personas que pertenecen a ciertas instituciones u organizaciones que pretenden servir o sembrar a la paz, que para nada son expresiones de serenidad, amor por el otro, sino que siembran discordia; tanto como escuchar o ver noticias y críticas, fundamentalmente hacia el gobierno o hacia determinado sector de la política, sin sentido constructivo; o críticas que ayuden a cambiar, sin aportar, sin preguntarse ¿que dejé de hacer yo mismo en esta sociedad?
Humildemente creo que ello no contribuye en nada a la paz social, menos aún, al estado emocional de los seres de mayor edad. Sólo considero que pone -una vez más- en profundidad el estado de angustia y desesperanza a quienes son los más frágiles de nuestra comunidad. Se tensa a la población y se perjudica la paz emocional.
Sin dudas, en este análisis llego a concluir -sin que nadie espere me sitúe en un sector político o en otro-, que hay una fuerte carga de odio en sectores de personas ilustradas o instruidas. Y, en tal sentido, recurro a la filosofía, desde donde vale que señale que, para Empédocles, el odio es una fuerza cósmica opuesta al amor o amistad y que es la causa de la separación, de la desagregación.
En el sentido ordinario el odio es aversión, antipatía hacia una cosa o persona cuyo mal se desea. Este tiempo, de distanciamiento, ha impuesto la presencialidad en las redes sociales, y desde ellas se ha exaltado precisamente este estado, ya sea en el lenguaje y en los hechos. Diríamos, que se ha profundizado la violencia en el lenguaje y la violencia simbólica, con tal de descargar las propias tensiones, se agrede, se insulta, se repele. De allí, que, en lo personal y como pedagogo, no puedo tener confianza en nada que se construya sobre cimientos del odio o de la antipatía. En tanto que educadores de este tiempo complejo, estamos llamados a ser gente de diálogo y educar en él, y en el encuentro que construye sociedades pacíficas. Nuestro deber como educadores es ser sembradores de esperanza.
En los mensajes que leo, reitero en las redes, observo con profundo dolor actitudes que develan odio, rencor y expresiones hasta de agravio. Esto me lleva a preguntarme: ¿Cuál es el aporte que estas personas hacen a la paz social?
De lo que sí sé, es que el rencor (no agradable ni virtuosa) pero es una actitud mucho más leve, en tanto que el odio es destructivo y quiere la destrucción del otro. El rencor es un sentimiento que puede pasar, de alguna manera. El odio, en cambio, nos envenena, nos incendia, lo cual es algo devastador, es un fuego sin control. Hace tiempo vengo pensando en un curriculum de la no violencia y de la paz, pero por distintos motivos, no logro sintetizar los crecientes cuadros y formas en que la violencia se nos hace presente y a lo que, como educador, no puedo consentir.
Si recurro al psicoanálisis, constato, aquello que nos plantea Sigmund Freud, quien define el odio como un estado del yo que desea destruir la fuente de su infelicidad. De allí que deba decir que la psicología define el odio como un sentimiento “profundo y duradero, intensa expresión de animosidad, ira y hostilidad hacia una persona, grupo u objeto”. Y así percibo, lamentablemente este momento, que no puedo atribuirlo solo a la pandemia, sino que ella ha permitido desnudar los más tristes instintos y pensamientos. Que esta actitud, modo de existir o de expresarse y relacionarse, se comprenda que es de una diferencia fundamental entre el amor y el odio porque “con el primer sentimiento se desactivan partes de la corteza cerebral relacionadas con el juicio y el razonamiento, mientras que esto no se produce en el caso del odio, que sólo es capaz de desactivar el encuentro personal con el otro, que es definitivamente destructivo”.
Educar para la paz
Educar para la paz lleva en sí el amor por y para el otro. Comparto con el papa Francisco, que la “paz verdadera está en el servicio” y ello nos condiciona a la entrega y no a la destrucción del otro. Creo también, que lo que muchas veces provoca la ruptura, en muchos de nuestros pares, son las ansias de poder, o la pérdida de un espacio deseado, o de un bien ansiado, concretamente de un sector de poder, lo que genera actitudes de odio y rencor, donde el resentimiento o rencor, se constituye en una desazón, desabrimiento o queja, que queda de un dicho o acción ofensiva que puede perdurar largo tiempo y reaparecer cuando se recuerda dicha ofensa.
Hoy hablamos de grieta, que algunos quieren decir solo es una hendija, pero en verdad es una profunda ruptura, quiebre de la unidad y reconozcamos que hace falta poner el amor en el centro y transitar una conciliación ciudadana, que nos permita cohabitar esta tierra en paz.
Los educadores frente a ello, tenemos que labrar caminos de esperanza, ocuparnos que nuestros niños, adolescentes y jóvenes, sean auténticos transformadores de la comunidad, en unidad y tolerancia
La noción de enemigo, tan instalada hoy día, expresada con las cacerolas, las marchas, los insultos y la ruptura del orden legal frente a la pandemia, deja entrever cuan poco valor le doy a la vida de los otros, eso que se manifiesta hacia una persona o grupo de personas que no se quieren o simplemente por motivos de diferencias políticas, tales como, el negacionismo de los derechos o el daño sobre los recursos naturales.
Hay personas que sufren sin lugar a dudas el síndrome de hubris o adicción al poder, y son ellos precisamente quienes gestan, y manifiestan rebelión y odio, con tal de mantenerse como dueños del poder en los distintos ámbitos.
Una lectura de nuestra realidad, pone en evidencia personas que padecen este trastorno, muchos de ellos, mal llamados líderes, que supuestamente se sienten capaces de realizar grandes tareas, creen saberlo todo y que de ellos se esperan grandes cosas, por lo que actúan yendo un poco más allá de la moral ordinaria. Pero en mi entender, esto tiene dos extremos, el que la ejerce y el que la rechaza, así se presenta el odio y no la integración. Un verdadero líder, cumple ciertas reglas éticas, donde un líder tiene:
* Carácter: voluntad y hábitos buenos.
* Coraje: saber decir no cuando corresponde.
* Credibilidad: coherencia, consecuencia y confianza.
* Capacidad de comunicar: claro y preciso.
* Conocimiento: competencia y capacidad.
* Compromiso: trabajo y dedicación.
* Comprensión: saber escuchar y descifrar lo que es necesario.
Llegan a mi memoria, aquellas palabras de Ricardo Balbín, despidiendo a Juan Domingo Perón: “Vengo a despedir al adversario y no al enemigo”. Pero qué significa esto de adversario - el oponente, el opuesto, el otro, no el enemigo,- porque se considera enemigo a una persona o grupo de personas que no se quieren, pero ellos habían sellado la paz y abierto caminos de esperanzas, con mucha mesura que es una actitud o una cualidad que en el ser humano nace de manera consciente, lo cual quiere decir que la persona elige la mesura como forma de comportarse o de actuar ante la posibilidad de manejarse de acuerdo a los instintos, los deseos o la voluntad más inconscientes. Para esto, también se educa. El ser mesurado se aprende, si bien hay mucho de lo heredado, más es lo recibido en la educación.
La tolerancia
La mesura, lleva a ejercer la existencia humana con tolerancia, y ésta refiere a la capacidad de aceptar las ideas, preferencias, formas de pensamiento o comportamientos de las demás personas. La palabra proviene del latín “tolerantĭa”, que significa “cualidad de quien puede aceptar”. Tolerar es aceptar, comprender y saber afrontar. El concepto de tolerancia parte de un hecho de que todos los individuos somos distintos y esas diferencias deben ser consideradas como fuente de progreso para la sociedad, permitiendo hacer más provechosa la convivencia entre hombres y mujeres
Desde los años 1950, la tolerancia se define generalmente como un estado mental de apertura hacia el otro. Se trata de admitir maneras de pensar y actuar diferentes de aquellas que uno mismo tiene. A nivel individual, y en una sociedad utópica libre, para que haya tolerancia, debe haber elección deliberad Al procurar analizar la democracia, en este contexto, de expresiones de resentimiento, odio y rechazo, nos provoca interrogantes acerca de la democracia: ¿cómo se da este sistema político institucional donde se realiza el bien común? O ¿es la democracia un método de competencia por el caudillaje político? Quizás ¿es la democracia un sistema de alienación que busca ocultar los conflictos políticos de una sociedad?
O será que dominan los deseos de poder de determinadas élites y sus formas de competencia, o quizás los mecanismos ideológicos de dominación que impone el sistema democrático desde sus propias estructuras de poder. Hoy se reclama además la transparencia en la gestión del Estado, porque el choque que se ha dado profundiza distancias, antes hechos de corrupción o inmoralidad
Cuatro principios para la tolerancia:
1) No responder a las blasfemias. Cuando somos insultados, provocados o acusados injustamente debemos responder con el silencio.
2) Mantenerse calmo frente a los infortunios.
3) Compasión frente a la envidia y el odio.
4) Gratitud frente a las difamaciones.
(*) Hugo Héctor Pais fue presidente del Consejo General de Educación en la gestión del gobernador Mario Armando Moine.