Sección

César Isella, el artista imprescindible que creó un himno que cantan todos los pueblos de América Latina

El compositor nació el 20 de octubre de 1938 y falleció el 28 de enero de 2021, a los 82 años. Entre su legado, “Canción con todos” permanece como símbolo de identidad y fraternidad de la región.

Quizás sin proponérselo, César Isella escribió su nombre en la memoria musical de los pueblos. Su voz profunda y cálida, junto con una obra comprometida y capaz de dar vida a las más bellas poesías, transformó el folclore en una forma de abrazo, un arte que invita al encuentro y vuelve la canción un destino compartido.

Desde su Salta natal, llevó a escenarios de diversas latitudes una manera de sentir la música que superó cualquier límite geográfico. En su repertorio confluyeron raíz popular, poesía y conciencia social. Cantó con el alma y escribió desde la convicción de que la música puede impulsar cambios.

Con “Canción con todos”, fruto de su colaboración con el poeta Armando Tejada Gómez, ofrecieron al mundo un canto sin fronteras, un himno de hermandad latinoamericana que sigue conmoviendo a generaciones. Integró Los Fronterizos (1956-1966) y fue una de las figuras clave del Movimiento del Nuevo Cancionero. En la década de 1990, se destacó como descubridor, padrino y representante de la cantante Soledad Pastorutti. En 2010, ganó el certamen folclórico del Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar con su composición “El cantar es andar”.​

 

Primeros años

Julio César Isella nació en Salta el 20 de octubre de 1938. Desde niño mostró una sensibilidad temprana por la música: con apenas 7 años participó en programas de radio locales y fue convocado para integrar el elenco de Hollywood Park, un espectáculo itinerante que recorrió la provincia durante diez días. Aquella primera gira fue solo el inicio de un camino donde el canto y la guitarra serían los compañeros inseparables de su vida.

Dos años después, con apenas nueve, se inscribió en un concurso de canto semanal y lo ganó durante siete semanas consecutivas. El premio —una pelota de fútbol— tal vez no anticipaba aún la dimensión artística que alcanzaría, pero sí confirmaba una vocación que ya se abría paso con fuerza.

En 1954, con 17 años, dio un paso clave al formar el grupo Los Sin Nombre, junto a Tomás “Tutú” Campos, Javier Pantaleón, Luis Gualter Menú y el “Japonés” Higa. Fue una experiencia fundacional: allí compartió escenario con figuras emergentes que más tarde integrarían grupos emblemáticos como Los Cantores del Alba y Los de Salta. Incluso llegaron a presentarse junto a Ariel Ramírez en el histórico Hotel Salta, un hito que selló para siempre su entrada en el universo del folclore argentino.

Entre peñas, caminos de tierra y guitarras compartidas, Isella fue forjando una identidad musical arraigada en el paisaje y la memoria del norte argentino, cargada de ternura, compromiso y profundidad.

 

La música, centro de vida

En 1956, con apenas dieciocho años, Julio César Isella se unió a Los Fronterizos, reemplazando a Carlos Barbarán y adoptando por primera vez su nombre legal en el escenario. Así se completó la formación clásica del conjunto, junto a Gerardo López, Eduardo Madeo y Juan Carlos Moreno, que marcaría un antes y un después en la historia del folclore argentino. La combinación de las voces barítonas de López e Isella, más el registro agudo de Madeo y la profundidad de Moreno, definió un estilo único que no tardó en llevar al grupo al estrellato.

Durante esa década dorada, grabaron obras memorables del repertorio nacional, entre ellas la versión original de la Misa Criolla, de Ariel Ramírez, en 1964. Esa grabación, histórica por su calidad artística y por su impacto internacional, los llevó a recorrer escenarios de todo el mundo y consagró a Los Fronterizos como emblemas del canto popular argentino. También incluyeron composiciones propias de Isella, como La fiera, Guitarreando y Se lo llevó el carnaval, que anticipaban ya la sensibilidad autoral del salteño.

En 1966, en el punto más alto de la popularidad del grupo, Isella decidió dar un giro a su carrera: dejó Los Fronterizos para iniciar su camino como solista. Fue una decisión valiente, motivada por la necesidad de encontrar su propia voz, de hacer que la guitarra dijera lo que su tiempo y su conciencia le pedían. Aquella búsqueda lo llevó al corazón del Movimiento del Nuevo Cancionero, un espacio artístico y político que proponía un folclore comprometido con la realidad social y profundamente enraizado en la poesía latinoamericana. Más que dar música, sacudió no sólo Argentina sino a toda América Latina, durante las décadas de 1960 y 1970. También estaban Armando Tejada Gómez, Manuel Oscar Matus, Eduardo Aragón, Tito Francia y Juan Carlos Sedero.

“Me agarré un metejón con ellos”, contó alguna vez sobre su primer encuentro con Mercedes, Tejada Gómez y Matus. Esa fascinación fue el punto de partida de una nueva etapa. En 1968 lanzó Estoy de vuelta, su primer álbum solista, donde musicalizó versos de Hamlet Lima Quintana (Zamba para no morir), Homero Manzi y otros grandes poetas. La identidad sonora de ese disco marcó el rumbo que seguiría toda su obra posterior: un canto íntimo, intenso, humanista. Guiado por el corazón.

En 1969 nació Canción con todos, compuesta junto a Tejada Gómez. Traducida a más de treinta idiomas y declarada por la Unesco como Himno de América Latina, esta canción se convirtió en una bandera de unidad continental. A partir de allí, su música encontró eco en poetas como Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Horacio Guarany y María Elena Walsh. En 1970, presentó junto a Tejada y Los Trovadores el espectáculo América joven, que continuaba aquella visión de una América que canta su presente.

Durante la dictadura militar, muchas de sus canciones fueron censuradas. Juanito Laguna, el álbum que grabó en 1976 inspirado en el personaje de Antonio Berni, fue secuestrado por los militares por su contenido poético y comprometido. Pero su voz nunca fue silenciada. Regresó al país en 1983, apenas recuperada la democracia, y dio un recital visceral en el Estadio Obras Sanitarias. Desde ese momento, fue parte de shows históricos, como el regreso al Luna Park junto a Horacio Guarany o el Festival de Cosquín de 1984; y se convirtió en símbolo del reencuentro y la esperanza.

En 1984 lanzó el espectáculo Canto a la poesía junto a Víctor Heredia y el Cuarteto Zupay, musicalizando a grandes autores como Neruda y José Pedroni. Ese mismo año impulsó una convocatoria a jóvenes autores inéditos, de la que nació el disco Frágil amanecer. Siempre generoso con las nuevas generaciones, fue mentor y representante de la niña Soledad Pastorutti, a quien impulsó desde sus primeros pasos.

Durante los años siguientes, su carrera siguió creciendo, siempre vinculada a causas culturales y sociales. En 1993, con fines benéficos, editó Canción con todos, un álbum colectivo con figuras como Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Astor Piazzolla y Guadalupe Pineda. En 1995 hizo cantar su obra a los líderes iberoamericanos en una cumbre internacional, y un año después recibió como regalo un retrato dedicado del pintor Oswaldo Guayasamín, durante el Festival Todas las Voces en Quito.

Desde su lugar en la dirección del Festival de Cosquín entre 1995 y 1997, promovió a nuevos artistas como Los Tekis, Luciano Pereyra, Rubén Patagonia y la propia Soledad. Su compromiso con la cultura fue también institucional: fue vicepresidente de SADAIC y director general del Teatro General San Martín.

En 2007, celebrando cinco décadas de trayectoria, publicó el álbum 50 años de simples cosas y un libro autobiográfico. En 2012 fue designado Embajador de la Música Popular Latinoamericana, un título que reconocía lo que su vida entera había demostrado: que la canción puede ser una forma de belleza, de verdad, de justicia y de encuentro entre los pueblos.

César Isella falleció el 28 de enero de 2021, a los 82 años. Había estado internado por seis meses en el Instituto Cardiovascular de Buenos Aires (ICBA) debido a una grave complicación coronaria: padecía una cardiopatía severa que surgió de la quimioterapia a la que fue sometido en 2012. Su partida conmovió al mundo de la música popular y dejó un vacío inmenso entre quienes encontraron en sus canciones un refugio, una causa, una forma de mirar la vida. Su voz sigue resonando en cada verso que cantó con verdad y ternura.

 

Canción con todos

“Salgo a caminar por la cintura cósmica del Sur,

piso en la región más vegetal del viento y de la luz;

siento al caminar toda la piel de América en mi piel,

y anda en mi sangre un río que libera en mi voz su caudal"...

Así comienza Canción con todos, la obra más emblemática de César Isella. Nacida en 1969 a partir de un diálogo con el poeta Armando Tejada Gómez, surgió del deseo profundo de abrazar al continente con una melodía. Isella, inspirado por sus viajes por América Latina, le expresó al poeta su anhelo de componer una canción sin fronteras, una que hablara de unidad, de identidad compartida. Tejada Gómez respondió con versos de fraternidad y esperanza; Isella los convirtió en música.

Desde sus primeros acordes, la canción conmovió. No hablaba de límites geográficos, sino de pueblos hermanos, de memoria y destino común. Su estreno en Chile fue el punto de partida de un recorrido imparable: fue cantada en toda América, traducida a más de treinta idiomas, y convertida en un himno eterno por la voz de Mercedes Sosa.

Años más tarde, fue entonada por líderes latinoamericanos durante una cumbre iberoamericana y propuesta como himno oficial de la Unasur. Pero su valor más profundo sigue intacto: el de una canción que invita a caminar juntos, a reconocernos en el otro, a creer que la música puede unir lo que los mapas separan.

Aunque musicalizó obras extraordinarias como Zamba para no morir (1966), con letra de Hamlet Lima Quintana y música compuesta junto a Luis A. Gurevich y Héctor Rosales; Fuego en Animaná, escrita a mediados de los años 60 junto a Ariel Petrocelli; o la imprescindible Canción de las simples cosas, con versos de Armando Tejada Gómez… fue Canción con todos la que unió a un continente. Un pueblo hermanado por sus raíces hizo de esa canción su himno. Y ese fue, quizás, el mayor legado de César Isella: sembrar, con humildad y grandeza, una melodía que sigue creciendo en cada rincón de América Latina. Porque no es solo una obra maestra de la música popular, sino una bandera sin colores, un canto que nos pertenece a todos. Tal como Isella lo soñó.

 

Fuente: Infobae, Fernanda Jara.

Edición Impresa