
Antonio Tardelli
La Argentina no invita al optimismo; la única esperanza es que, imprevista, desconcertante, sorprenda a sus hijos. Los exégetas de la alternancia ya la tienen. Al kirchnerismo gobernante hasta 2015 le sucedió una fuerza de otro signo partidario y es probable que desde diciembre retornen al gobierno quienes hasta 2015 gobernaron. La alternancia contiene, cómo no, elementos saludables. Entre sus malas hay que contabilizar, sí, que en el caso argentino nos enfrenta a la sucesión de lo malo conocido.
Tal vez tan saludable como rutinaria, la alternancia nos deja sin bueno por conocer. En la última década ningún gobierno consiguió resultados económicos virtuosos. Es posible que estos recambios sucesivos, el de 2015 y el probable de 2019, se expliquen desde ese fracaso repetido. Ni hablar de desarrollo con redistribución de la riqueza. Los gobiernos no pueden, siquiera, hacer crecer la economía. Aunque el pueblo pueda valorar otras circunstancias, los gobiernos son desplazados principalmente por sus desaciertos económicos y por los efectos sociales de tales yerros.
¿Es que la oferta electoral nos compensa presentándonos elementos alentadores por fuera de la esfera económica? ¿Los hallaremos si recorremos, de derecha a izquierda, el universo total de las candidaturas? ¿Los encontraremos si restringimos la búsqueda a la de los candidatos con alguna chance de victoria? Las elecciones de 2019 son desalentadoras porque desde la presentación explícita, desde el vamos, los candidatos dejan ver los piolines. Ya desde la campaña, momento en el que se suelen disimular las miserias y resaltar las virtudes, se pueden reconocer los aspectos más controvertidos de los programas.
(Más información en la edición gráfica 1104 de la revista ANALISIS del jueves 12 de septiembre de 2019)