
Por Amaro Villanueva (*)
En acto de reflexión, había tomado nuestra mente camino retrospectivo, al estímulo de una reciente lectura referida a la personalidad del general Francisco Ramírez, el Supremo Entrerriano, de cuyo nacimiento se cumplirá, el martes próximo, el 159º aniversario, cuando una información periodística que, al azar de las circunstancias y del papelerío circundante, quedó bajo nuestra mirada, nos hizo volver súbitamente a la más procelosa actualidad, a este agitado tiempo de ahora mismo, en que el mundo busca acomodación decorosa y sana para el destino del hombre, contrariado cruentamente por las últimas manifestaciones del despotismo, que por fortuna agoniza sin remedio en la tenaza de acero en que lo estrangula la vigorosa voluntad de los pueblos liberales y progresistas agredidos por aquel monstruo milenario. La información decía esto: “Mañana a las siete y media de la tarde tendrá lugar la asamblea extraordinaria convocada por el Centro de Empleados de Comercio para juzgar el discurso pronunciado por la señorita Laura Bonaparte, el 26 de febrero pasado, en el Teatro Municipal, y considerar la renuncia presentada por la Comisión Administrativa”. Entonces nos dijimos íntimamente: los manes del general Ramírez, “tan entrerriano y tan lindo, que supo morir por su credo y por su dama”, según la inolvidable expresión del poeta Daniel Elías, han de sentirse reanimados por una actitud que, declinando el homenaje a la memoria del varón, ceda la preferencia a la ponderación de la personalidad civil de una mujer.
Podríamos haber dicho elogio, y no ponderación civil, pero aquella palabra no traduce todo nuestro propósito y hasta puede inducir a la suposición del ditirambo. Ponderación, en cambio, comporta elogio, pero también medida apreciación de valores. Y, por otra parte, deriva significativamente el concepto de gravitación o influencia, que es virtud de la personalidad en sus relaciones con el ambiente.
Mañana por la tarde tendremos en Paraná, pues, una asamblea extraordinaria de empleados de comercio para juzgar el discurso pronunciado por una componente de la entidad gremial que los asocia, en un acto público organizado por la misma para reclamar mejoras de sueldo y celebrar las conquistas alcanzadas colectivamente por la acción sindical. La información referente a la asamblea de mañana comprende este aditamento sugestivo: “Tienen derechos, exclusivamente a la entrada al Centro, los socios de la entidad”. ¿Quiromancian habemus?, como preguntaba el fraile en La gloria de don Ramiro, aludiendo al sigilo con que se guardaba el acceso a una reunión.
Lo cierto es que el caso que va a considerarse ha tenido ya demasiada trascendencia pública para que el sigiloso debate a que se lo someterá pueda pasar desapercibido y no arrastre a la muchedumbre al local en que deberá realizarse. De ahí la limitación del acceso justificada, si se quiere, ya que la cuestión se plantea como exclusivamente interna de la entidad gremial. Pero ¿y la trascendencia pública que ha adquirido, no es revelación suficiente de que están también en juego intereses colectivos? No olvidemos aquellas voces de los momentos iniciales de la patria: “¡El pueblo quiere saber de lo que se trata!”...
Los lectores de este diario ya están en antecedentes del suceso –porque suceso ha sido– a través de la extensa información que apareció en sus columnas, en la edición del miércoles pasado. saben de la renuncia presentada por los asesores letrados de la entidad gremial, por estar en total y categórico desacuerdo con la resolución dictada por la comisión administrativa de la misma con respecto al discurso de la señorita Bonaparte. En cuanto al discurso cuestionado, contenía una consideración clara y sincera de las circunstancias que abonan el pedido de mejores sueldos; de los factores artificiales que encarecen actualmente la vida y crean un notable desequilibrio con el nivel de los salarios, mantenido como en épocas normales de las condiciones excepcionales en que se desenvuelve la actividad gremial; de la situación de algunos dirigentes obreros detenidos por defender los intereses gremiales; y de la necesidad de estar todos unidos en la acción, preparados para el futuro, “que será como nosotros, empleados y obreros democráticos y antifascistas curtidos por la lucha diaria por la vida, querramos que sea”. En suma: una franca exposición de la realidad, formulada por una mujer que la interpreta.
¿Y quién le acredita responsabilidad a su interpretación? En primer lugar, su cultura. En segundo lugar, su experiencia. y, en último término, en el orden gremial, su designación como oradora y la repercusión que alcanzara su discurso.
Cultura, experiencia... Pero ¿se trata de una vieja, acaso de un sufragista irremediable? Todo lo contrario: Laurita Bonaparte, como se la nombra afectuosamente, es una muchacha joven y buena moza, por su edad y conforme al fallo de la opinión pública, respectivamente. su cultura corresponde a una tradición familiar no desmentida, como la valentía civil con que esa cultura ha estado siempre al servicio de la justicia. Esto lo saben por igual los santafesinos y los entrerrianos desde los tiempos de don Luis Bonaparte hasta el presente. su experiencia es un ejemplo para la mujer democrática. Cuando los malos vientos de esta época se ensañaron con el virtuoso hogar paterno, Laurita Bonaparte, en vez de entregarse a la desesperación y el llanto como cualquier muchachita mimada, llamó a sereno consejo sus dotes de voluntad e iniciativa y se procuró trabajo como empleada de comercio. En su nueva condición, asumió por completo la responsabilidad de todas sus obligaciones y, por consiguiente, también las que correspondían al orden gremial, incorporándose al Centro de Empleados de Comercio, libre de prejuicios y mojigaterías, y poniendo a contribución de la labor sindical que se le asignara sus mejores dotes de capacidad y de entusiasmo. Encabezando delegaciones de sus compañeras de gremio ha cumplido diversas gestiones, alguna en favor de la libertad de obreros detenidos por desarrollar actividades sindicales. y ahora se suspende sobre su voz la amenaza de la picota, por haberla usado, con dignidad de ideas y convicciones en el esclarecimiento de nuestra realidad social, según ha podido conocerla e interpretarla a través de la severa experiencia que le tocara en lote, como a tanta muchacha pobre en esta época que agoniza, y a la luz de una mente disciplinada y clara, que no es bagaje común de la mujer proletaria, por desgraciada consecuencia de la imperfecta y tortuosa democracia en que se deformó el ideal americano, renaciente hoy y armado de generosa voluntad progresiva y liberal. ¡Y son sus propios compañeros de gremio los que la enjuician!...
¿En que época estamos? Jules Romain, desde el fondo del drama absoluto que ha vivido en estos años la Francia eterna, reconoció que lo que hace falta en su patria y en el mundo, para devolver dignidad al destino del hombre, es la restauración del valor civil en el individuo y en la sociedad. Y esta virtud, la del valor civil, es la que ha revelado poseer en grado eminente Laura Bonaparte, esta linda muchacha argentina que mañana acudirá a juicio gremial por manifestarla cuando era pertinente y oportuno.
Evoquemos nuestro pasado, para no salir a buscar ejemplos de que está honrosamente henchida la actualidad mundial, fuera de nuestras fronteras, y traigamos a confrontación el noble gesto de las patricias mendocinas, donando sus joyas para proporcionar recursos al Ejército de los Andes, libertador de tres repúblicas; o el de Juana Azurduy de Padilla, comandante de guerrilleros gauchos del Alto Perú, combatiendo por la libertad de América; no olvidemos tampoco a doña Gregoria Pérez de Denis poniendo todos sus bienes a disposición del general Belgrano y al servicio de los ejércitos de la patria naciente. ¿No se nos ha educado acaso en esos ejemplos de generosidad y de decisión de ser libres? ¿Y no es el mejoramiento de la condición del hombre, el respeto de sus derechos y la garantía de sus libertades lo que se anhela establecer en nuestro país y el mundo, tras la lucha más tremenda que han visto los siglos y que conmueve a la humanidad desde hace un lustro? Pues en esa lucha estamos, aunque no hayamos empeñado nuestras armas belígeras en la contienda. Luchamos a esfuerzo de producción material y de renovación social. y si Laura Bonaparte no posee bienes suntuarios de que hacer donación para el sostenimiento de esa lucha, nos ha dado una contribución más inestimable y cara, porque se trata de un bien que no se vende ni se compra al ofrecernos el ejemplo intrépido de su valor civil.
En otros tiempos, los de Varela y de Hidalgo, los de Echeverría, Mármol y Gutiérrez, los de Ascasubi, Del Campo y Hernández, ya andaría celebrándose en versos militantes la entereza moral de esta muchacha argentina a la que le ha tocado en suerte servir de ejemplo para la mujer de las democracias, en una hora de poetas retorcidos, que no saben de romance ni de metro menor, ni de nada en que se exprese seriamente el alma del pueblo, de modo que no es de extrañarse demasiado de que la buena prosa se vea sometida a juicio de una asamblea de empleados de comercio, porque el discurso responde a las tres condiciones esenciales del postulado clásico: “sentir hondo, pensar alto y hablar claro”.
Por nuestra parte y a pesar de todo, somos optimistas, creemos, con Laura Bonaparte, que el futuro será como nosotros querramos que sea y acreditamos al presente, tan lleno de retorcimientos baladíes y de gambetas escurridizas, el ejemplo de esta muchacha que nos ilustra la conducta con el glorioso mensaje –gloriosamente democrático– de su indeclinable valor civil. Y tras esta ponderación de la personalidad de Laura Bonaparte reflexionemos de nuevo sobre la de Pancho Ramírez, el Supremo Entrerriano, de cuyo nacimiento se avecina un nuevo aniversario, para ofrecerle siquiera el homenaje de nuestros colores...
(*) Poeta y periodista entrerriano, fallecido en 1969