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Julia

Belén Zavallo

No es justo, repito desde las 17:30 de hoy que estacioné el auto para llorar frente a la cafetería del ACA. No es justo porque Julia era joven y el arrebato de su vida es la confrontación inevitable con todo lo imprevisto: el atropello de esta azarosa travesía en el tiempo. El viaje que creemos definido, las condiciones que asumimos tan propias como para tener agendas.

Me desmoroné porque la noticia, así sin nombres me pareció tremenda y la dejé a un costado para poder seguir. Eso que solemos hacer: matan a alguien y seguimos, comen de la basura y seguimos, violan a niños y seguimos. Odié que Julia fuera noticia. Julia era esa noticia y no la que merecía, quizás una que ocupara títulos por ser la maravillosa patinadora que conocí en 2013 en la Escuela Normal. Quizás la intrascendencia en ámbitos donde a nadie le importa nada. Y la permanencia frente a quienes su sonrisa, nos alegró los días.

Julia se sentaba con Sofi y atrás seguían los otros pares de compañeras que hoy se enhebran como una sucesión de foquitos que abren su luz cálida: Caro, Agus, Viqui, Joaquín, Nico. La gloriosa aula del económico, la alegría prodigiosa de un curso lleno de amigxs. Julia no medía la simpatía, no mezquinaba espontaneidad. Celaba a sus amigas hasta mostrarle con pequeños berrinches su enojo, cuestionaba modos que no le gustaban así vinieran de sus pares o de quienes éramos sus docentes, nos enternecía con preguntas asombrosas. Me decía mirá profe mis pulseras, giraba como si estuviera siempre parada sobre rueditas, como si la velocidad formara parte de su cuerpo, como si el desparramo de sus pecas, de su pelo claramente oxidado como en un campo otoñal, con los destellos del sol. pudieran escaparse de ella y sobrevivir. 

Hoy lo creo: su luminosidad, su brillo en los dientes blancos como brotes, su lengua indomable. Porque la trampa que le hacemos a la muerte es haber vivido en otros, la pervivencia del recuerdo. La memoria como el refugio para no perder la fe. Hace pocos días, conocí a su hermano en el gimnasio. Y pregunté por Julia y me contó de la Julia que ya se escapa a la versión que conocí.

Ahora Julia es una mujer que trabaja como secretaria o algo así, que habla por teléfono y pone al tanto de situaciones a otra gente que se involucra con la firma que la contrató. Dije qué carácter tu hermanita, fue mi alumna y tu papá mi compañero en la carrera. Ese día también le había hecho una consulta pavota a Martín, su papá, por los paros. Dije qué coincidencia, esa tarde. Hablé con los Tactagi y sin hablar con ella la pensé.

Los hilos, las tramas, mi hija compartiendo las mañanas de escuela con Julia porque también Pipi fue con ella. Tengo el recuerdo de su mamá y su papá en cada reunión de la escuela, involucrados a más no poder: semana del estudiante, viaje de egresados, charlas por lo que fuera. Los dos juntos por Julia. Se lo digo a Marce, a Cari, a Daniel mientras me emociono de nuevo. La cuidaban como oro, como nosotrxs a nuestrxs hijxs. 

Con la desesperación suficiente como para hacernos creer que así los protegemos más. Mientras lloré por Julia pensé en ellos, en los hermanos, en sus compañeras de la escuela. Llamé a mi hija y quedó en silencio, dijo no quiero no quiero. Nadie quiere, nadie quiso, Julia tampoco. Ni eso ni ser noticia. Por eso esta chance que no ocupa la voz de nadie, solo retacea en los contornos que nos salvan: Julia vivió sin pasar inadvertida.

Fue risueña, quejosa, amorosa, amiga, hija, alumna inolvidable. Hay un gesto que Julia y Sofi me imitaban, decían que revoleaba el pelo con la mano. Durante mucho tiempo este coletazo de yegua, venido de otra indomable llama, me la traerá a Julia. Mi abrazo a Martín y su mujer, a los hermanos, a lxs amigxs, a los que queremos a Julia.

 

(*) Escritora. Editora de la sección Entre letras de la revista ANALISIS.

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