Descubrieron firmas de grandes artistas en una pared de Paraná

El local, diminuto, se esconde entre grandes casonas que asoman a la ciudad en esa cuadra de calle Laprida que balconea a la Plaza Alvear. Se accede por una puerta vidriada, que ahora está empapelada, como en las vísperas: pronto allí habrá un drugstore, un negocio que antes se llamaban kioscos, pero que ahora se identifican así.

La dirección exacta es Laprida 17. Es un cuarto exiguo, con una escalera que conduce a un entrepiso. Adelante, en las paredes que ahora abandonaron el empapelado que las recubría, se descubrió un tesoro que había estado escondido: las paredes del local están cubiertas por dedicatorias firmadas por grandes personalidades de la cultura del país que pasaron por la ciudad en la década de 1960, según publicó El Diario en su edición dominical.

El autor de El Aleph, Borges, sólo firmó. Está su rúbrica sin nada más, a no ser la fecha exacta de su paso por Paraná: el 27 de julio de 1963.

También, está la firma de María Esther de Miguel, nacida en Larroque, autora, entre otros libros, de La amante del Restaurador; la de Edmundo Guibourg, el periodista que más escribió sobre Carlos Gardel; Celina y Marta Cortázar, madre y hermana de Julio Cortázar, también estamparon sus firmas; las hay con dedicatorias esmeradas, como la de la folclorista Julia Elena Dávalos.

De cómo

El local es un sitio que guarda recuerdos e historia, pero al que la ciudad parece haberle dado la espalda. Nadie apostaría a que allí adentro, en ese pequeño espacio que pronto se convertirá en un maxikiosco, circularon grandes exponentes de la cultura nacional.

De forma azarosa, un sábado por la tarde, el concejal de la ciudad, Horacio Piceda, iba como tantos otros paranaenses, un sábado a la tarde, y pasó por el lugar. La curiosidad lo asaltó, entró al local, adentro había un técnico que le permitió husmear lo que desde afuera apenas se atisbaba, y no pudo evitar la sorpresa: grandes firmas estampadas en una pared que a todas luces había pasado siempre inadvertida, a la que un buen día alguien había resuelto empapelar para siempre, y sepultar los recuerdos.

Las dedicatorias, todas, cada una, están dirigidas hacia una mujer, Elida Guzmán. El profesor Miguel Ángel Andreetto contó de ella que integró la redacción de una revista dirigida a la mujer, y que en ese sitio exacto tenía su redacción. Orquídea se llamaba aquella publicación que se editaba, y que se imprimía en los talleres gráficos de Nueva Impresora, que funcionaron en calle Buenos Aires 20. Uno de los dueños de la imprenta fue Leonardo Brest; otro, Antonio Viña París.

“Era una revista que se vendía en todos los kioscos, como cualquier revista. Yo escribí una vez un artículo sobre gramática que salió publicado en Orquídea”, recordó Andreetto.

De cuánto

En ese lugar, además, funcionó la delegación local del Fondo Nacional de las Artes, aunque después la historia sobre su destino se torna borrosa, al menos por los que siguen de cerca la evolución cultural de la ciudad. Lo cierto es que ahora el destino que tendrá es otro bien distinto, bien alejado de las letras y de la cultura, más cerca del consumo al paso.

El escritor Adolfo Argentino Golz fue codirector en la última época de la revista Orquídea, y trabajó junto a su directora, María Isabel Guzmán, hermana de Elida. “Como en esa casa funcionó la redacción de la revista, todas las personalidades que llegaban de visita a la ciudad, iban y estampaban sus firmas, y sus dedicatorias. Elida los llevaba, compartían un momento, y después dejaban ese recuerdo”, contó.

Golz corrigió la dirección: entonces, en la época que allí funcionó la revista, la numeración de las calles iba hasta el 50 -no llegaba al 100- y el número exacto entonces era Laprida 9. “Las dedicatorias pueden ser obra de Elida, por cuanto ella fue delegada del Fondo Nacional de las Artes, que funcionó en el mismo lugar de la revista, y por ahí pasaban personalidades que visitaban la ciudad. Y era costumbre que cada uno dejara testimonio de su paso. Eso ya se hacía en tiempos de la revista Orquídea, que cerró en la década de 1950”, recordó.

Visitas

Borges realizó varias visitas casi ignoradas a Paraná en los tiempos políticos agitados de la década del 50. Vino para dictar algunas conferencias. Las primeras tuvieron público discreto pero después regresó dos o tres veces más, y hubo largas filas para oírlo que abarcaban dos cuadras.

Se alojaba en el Plaza Hotel, caminaba por calle San Martín y disertaba en la sede del Fondo Nacional de las Artes, en la actual calle Laprida 17. Para después cruzar la Plaza Alvear y cenar en el modesto restaurante de la Sociedad Italiana. Compartió la mesa y charlas con el ex gobernador Raúl Uranga, con Juan L. Ortiz, Julio H. Meirama y con Beatriz Bosch. “A Bosch se le iluminan los ojos cuando rememora que le llevó a la estación un ejemplar de la primera edición de Historia Universal de la Infamia, para que se lo autografiara. Ninguno de los cuatro contaba con una lapicera para el caso. “No sé de dónde Borges sacó un cabito de lapicera (tal vez se lo daría Meirama) y grabó fuertemente los caracteres: “A.B.B. con la amistad del antiguo entrerriano J.L. Borges, 1952”. Después, ya en su casa, ella le pasó la tinta, lo de “entrerriano”, dice, era por el recuerdo de su padre, nacido en Paraná en 1874”, consigna La herencia entrerriana en Borges, Iris Estela Longo.

Respetarán el patrimonio

Los dueños del local adonde ahora quedaron al descubierto las rúbricas de famosas personalidades de la cultura resolvieron no afectar ese testimonio, y dejarlo tal cual está.

Así lo transmitió la dueña de la casona, que pidió reserva de su nombre, al tomar nota del interés periodístico de El Diario por el futuro de la propiedad, y particularmente de las firmas, que durante mucho tiempo habían estado escondidas detrás de un empapelado.

(Fotos: El Diario)

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