
Juan Luis González
En julio de 2011, un joven noruego ultraderechista, Anders Breivik, explotó una bomba en un campamento del Partido Laborista en Utoya, matando a 77 personas. En 2018, un atentado antisemita en la sinagoga de Pittsburgh ocasionó 11 víctimas fatales. En marzo de 2019, otro joven australiano, Brenton Tarrant, atacó dos mezquitas en Nueva Zelanda, causando 51 víctimas. A mitad de ese año, un supremacista blanco asesinó a 23 personas en Texas. En febrero de 2020, un ultraderechista alemán mató a nueve personas en dos bares frecuentados por extranjeros en la ciudad de Hanau, cerca de Francfort.
Para 2021, el año del asalto al Capitolio, el FBI estadounidense calculaba que el 70 por ciento de los atentados ocurridos en aquel país tenían una raíz supremacista blanca. En 2022, en Buffalo, en aquel país, un joven blanco armado ultraderechista asesinó a diez personas en un supermercado, la mayoría negras. Los casos son muy distintos entre sí, y sucedieron en distintas geografías, pero tienen algo en común: el odio al distinto y la convicción de que tal minoría es la culpable de la decadencia en la que se vive, sentimientos que vienen empujados por políticos e intelectuales que se inscriben en esa corriente que se dio a llamar nueva derecha y que hoy gobierna distintas latitudes.
La lista de los crímenes de odio que recorrieron el mundo es mucho más larga de lo que podría entrar en esta nota. Tristemente, en esta región se acaba de sumar un nuevo capítulo a esa lista. Y es uno que golpeó fuerte en varios sentidos.
El uruguayo Pablo Laurta está acusado de cometer dos brutales femicidios, a su ex pareja y a la madre de ella, y el de un remisero. Las imágenes del urugayo siendo detenido en Entre Ríos, cuando estaba a punto de terminar con su plan macabro que incluía el secuestro de su hijo menor y el escape de ambos a su país natal, recorrieron la región. Pero no sólo por eso el caso tuvo tanto impacto: luego de los crímenes empezaron a circular fotos del creador de “Varones unidos”, un grupo que tenía al feminismo como enemigo declarado, junto a los dos intelectuales preferidos de Javier Milei, Agustín Laje y Nicolás Márquez. Como si fuera poco, también aparecieron fotos de Luarta compartiendo un acto con Nicolás Quintana, el creador, con aval oficial, de La Libertad Avanza en Uruguay.
Crimen
“Pronto recibirán lo que merecen”. Ese fue una respuesta de Laurta a un posteo antifeminista en las redes, a fines de julio. Hay muchos más en esa línea: “No hay futuro para una sociedad donde las mujeres tengan un status superior al de los hombres”, “lo mejor del 8M es que nos recuerda lo descaradamente mentirosas que son algunas mujeres”, “el peor enemigo de una mujer es ella misma”.
No eran declaraciones aisladas. “Varones Unidos”, el grupo que creó, tenía como leitmotiv instalar la idea de que los hombres sufrían discriminaciones ante “las denuncias falsas” y el poder de las mujeres. Esa es una de las tesis insignias de la lógica de la “batalla cultural”, lógica que tiene como punto cero la idea de que el comunismo perdió la guerra fría pero triunfó y colonizó ámbitos como la cultura, los medios, la educación o mismo el funcionamiento de la Justicia. Laurta decía ser una víctima de esta última: sostenía en su espacio que su ex pareja le había arrebatado a su hijo por culpa de un sistema cooptado por el feminismo. “Fue por Justicia”, dijo ya detenido, cuando periodistas le preguntaron por el crimen mientras salía esposado de un juzgado.
Femicidio
Esa batalla contra el “marxismo cultural” -una guerra en la que Laurta también apuntaba en declaraciones y posteos contra el Islam y la inmigración, temas para nada relevantes en la discusión pública uruguaya pero que son centrales para esta ideología- no la daba solo. Tanto es así que, esponsoreado por el ex diputado conservador Rodrigo Goñi, en 2018 llevó a Uruguay a Laje y Márquez. Ahí fue parte de la presentación del bestseller de los autores, “El libro negro de la nueva izquierda”. Las imágenes de Laurta en ese evento, en el auto con los autores, y compartiendo un almuerzo con ellos, enseguida recorrieron la región. Un video de ellos dos felicitando a “Varones Unidos” -“fuerte abrazo, sigan con esta cruzada contra la ideología de género”, dice Laje-, también se viralizó.
Los intelectuales preferidos de Milei fueron fuertemente apuntados luego de los crímenes de Laurta. No sólo por el vínculo, sino por la ideología que los tres comparten. “Cada bala para un zurdo es un motivo de festejo”, “Lucio (Dupuy, el niño asesinado por su madre y la pareja de esta) fue víctima de la ideología de género”, “la izquierda no es nuestro adversario, es nuestro enemigo”, son algunas declaraciones de Laje. “Los homosexuales son sodomitas, pervertidos y anormales”, ha dicho Márquez.
Los dos sacaron extensos posteos separándose del supuesto asesino, donde aclararon que sólo lo vieron en esa ocasión y que de ninguna manera están de acuerdo con lo sucedido. Con Márquez la situación tiene otro tenor: fue denunciado por su ex pareja por abuso sexual contra su hija, causa en la que fue absuelto por la Justicia.
Sin embargo, las preguntas de fondo subyacen: ¿es casualidad que quien declara al feminismo como el gran enemigo del mundo termine convirtiéndose en un femicida? ¿Los discursos de odio son sólo discursos? ¿O, como vienen estudiado todos los sociólogos y linguistas desde Pierre Bordieu hasta ahora, lo que se dice condiciona la realidad
Ataques
En todo el 2023 ocurrieron 133 crímenes de odio, según el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT+. El dato es más que preocupante cuando se lo contrasta con la actualidad: según esa misma organización, sólo en el primer semestre del 2025 sucedieron 102 crímenes de odio. Aunque no es lineal, de seguir así el año terminaría con casi el doble de crímenes de odio comparado al 2023. ¿Es una coincidencia que esto suceda bajo el mandato de Javier Milei? ¿Puede tener alguna relación con que la máxima autoridad del país invite constantemente a “odiar más”, a ser “más crueles”, le cargue la culpa de todos los males a los “zurdos hijos de puta que están enfermos del alma”, deshumanice a todo aquel que piensa distinto de “cucaracha, rata, virus, liliputense, mandril”, o sostenga que la homosexualidad conduce a la pedofilia? ¿Puede ese odio creciente, que pasa rápido de lo simbólico a lo real, estar empujado por el hecho de que los políticos e intelectuales que rodean al Presidente piensan lo mismo o son incluso más extremos?
Feminismo
José Benegas, autor de varios libros sobre la temática -entre ellos “Lo impensado, el curioso caso de los liberales mutando al fascismo”, publicado en 2020-, piensa que sí. “Lo de Laurta no es un caso aislado. La ‘batalla cultural’ crea el clima simbólico en el que estos sujetos se sienten legitimados. Al mismo tiempo, desplaza la atención hacia supuestos demonios -'la ideología de género', las personas trans- y coloca bajo sospecha a quienes denuncian, en vez de a los agresores. A la vez, estos movimientos congregan a una masa de reprimidos que sienten protección identificándose con el agresor: en lugar de rebelarse contra la autoridad que los domina, se funden con ella y creen ganar dignidad bajo su sombra. Esa identificación masiva con el agresor es lo que convierte a la batalla cultural en un dispositivo eficaz de reproducción de la violencia”, dice.
“Al situar la fuente de las crisis en la apropiación indebida de recursos por varios 'otros' (países, religiones, culturas, sexualidades) y al enmarcar el conflicto distributivo como una guerra contra estos, la nueva derecha hace justificable la persecusión a los más débiles y neutraliza la carga psicológica generada por los excesos que se puedan cometer”, sostiene el brasilero Rodrigo Nunes en su libro “Bolsonarismo y extrema derecha global”. Si todo esto es cierto, los crímenes de odio sólo pueden crecer.
(Fuente: Perfil)