(De ANALISIS)
Falleció Elba Elisa Benítez, la viuda de Agustín Goiburú, médico paraguayo desaparecido en Paraná en 1977 en el marco de la Operación Cóndor, cuyos restos no fueron hallados hasta el momento, falleció este martes. Elbita, como se la conocía, fue una sobreviviente de la dictadura de Alfredo Stroessner y una luchadora activa por los derechos humanos.
Rolando Goiburú, uno de los hijos del matrimonio, recordó en comunicación con el medio de Asunción Última Hora que su madre fue una activa militante y participó en todas las luchas contra la dictadura con su marido.
Asimismo, indicó que desde la desaparición de su padre, en 1977, su madre se reunió con madres de hijos desaparecidos en argentina y formaron el movimiento Madres de Plaza de Mayo, siendo una activa integrante.
También conformó el grupo de familiares de detenidos y desaparecidos en Paraguay y del Comité de Iglesias contra la Operación Cóndor que llevó a una condena internacional a Paraguay ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH).
A su vez, mencionó que su madre realizó varios viajes para denunciar la situación en Paraguay, tanto ante el Gobierno de Estados Unidos, como también en otros países, incluso llevando firmas de destacadas figuras, como la de Pablo Neruda en ese entonces para que se sepa dónde estaba Agustín Goiburú.
“Hasta el último día de su vida peleó inalcanzablemente por encontrar los restos de su esposo desaparecido”, reveló Rolando. Finalmente, sostuvo que seguirán luchando y trabajando por la tan anhelada libertad, especialmente en momentos tan difíciles como ahora.
Secuestro en Paraná
Agustín Goiburú fue secuestrado en la mañana del 9 de febrero de 1977, en un operativo conjunto entre militares argentinos y enviados de la dictadura que encabezaba Alfredo Stroessner en Paraguay. Militante del Movimiento Popular Colorado (Mopoco), una línea disidente dentro del partido stronista, a poco de su llegada al gobierno comenzó a denunciar las torturas y muertes que se cobraba el régimen. Perseguido y encarcelado, luego de una cinematográfica fuga, llegó a la Argentina en 1970 y se instaló en Paraná, donde fue secuestrado.
Goiburú la había pasado mal en su vida por la lucha política que realizaba en Paraguay. Había sido perseguido, detenido y torturado hasta que logró una epopeya al fugarse de la comisaría en la que estaba alojado en Asunción. Peregrinó por varios lugares antes de instalarse en Paraná pensando que toda esa pesadilla estaba atrás, aunque mantenía viva su pasión por la militancia, que aún a la distancia siguió practicando para tratar de sacar al tirano que parecía querer perpetuarse en el poder. Su enfrentamiento con Stroessner era casi personal y el odio, sin lugar a dudas, mutuo.
Documentos hallados en los Archivos del Terror confirman el pago en efectivo de 8.000 dólares en concepto de “comisión y viático” para traslado a Entre Ríos para “tarea reservada” de los militares que secuestraron al médico.
La mañana del 9 de febrero de 1977, Goiburú se fue temprano de su casa al Hospital San Martín, donde era el jefe del área de Traumatología. A media mañana, se fue al domicilio de su amante, en calle Nogoyá 572, a ver como estaba el hijo recién nacido de ambos. Eran las 11 cuando dos chicos de la cuadra tocaron al timbre de la vivienda que alquilaba la joven para avisarle que un Ford Falcon había chocado el Fiat 128 del médico, que estaba en la puerta, y que el conductor quería disculparse y hablar con Goiburú. Pero enseguida apareció otra camioneta carrozada color verde, de la que bajaron dos personas, a la que se sumó un tercero que estaba parado en el lugar y, tras forcejear un instante con el médico, le apuntaron a la cabeza, lo tomaron de los brazos y lo introdujeron en la parte trasera del vehículo e inmediatamente partieron raudos por calle Nogoyá en dirección oeste. Cinco mujeres observaron el operativo y fueron las primeras en denunciar el hecho ante los efectivos de la Comisaría Segunda de Paraná.
Pasado el mediodía, una delegación de la Policía de Entre Ríos se presentó en la casa de Goiburú, en avenida Rivadavia 429. Su esposa, Elba Benítez, estaba preparando la comida y se exaltó por los timbrazos que hacían sonar. Se quitó el delantal, se lavó las manos y fue a atender. Cuando abrió la puerta se encontró con varios uniformados portando armas largas que le informaron del hecho. Le adelantaron que se trataba de una situación grave por lo que le pidieron que no se moviera del domicilio mientras se realizaban algunas investigaciones. Lo primero que hizo la mujer fue dirigirse, junto a su hijo Rolando, hasta el lugar en el que fue secuestrado su esposo. Esther Marina Pérez Agüero tenía en ese momento 22 años, pero había llegado con ellos a Paraná en marzo de 1975. El médico había quedado cautivado por su impactante belleza apenas la conoció en el Sanatorio Güemes de Posadas, y estaba profundamente enamorado de ella. La situación no era fácil, porque era la primera vez que hablaban desde el nacimiento del bebé. La chica les contó en detalle lo sucedido y Elba antes de irse tuvo el gesto de preguntarle si ella o el bebé necesitaban algo. La chica respondió que no, y a los pocos días se volvió definitivamente a Posadas.
Además, la mujer de Goiburú golpeó todas las puertas. Se entrevistó con el general Juan Carlos Trimarco, comandante de la II Brigada de Caballería Blindada; con el brigadier Jorge Piastrellini, jefe de la II Brigada Aérea con asiento en Paraná, con el brigadier (R), Ricardo Di Bello, que en ese momento era el gobernador de la provincia; y con el arzobispo de Paraná, Adolfo Servando Tortolo, que era vicario castrense. Ninguno le dio respuestas o le dijeron que pudieron haber actuado fuerzas paraguayas. Tampoco recibió contestación de la carta que le envió al ministro del Interior de la Nación, Albano Harguindeguy.
“El general Trimarco negó el hecho, hasta que uno de sus agentes del Servicio de Inteligencia, el teniente coronel Juan Ibarra, nos confesó que lo llevaron a Paraguay y corrió mucho dinero para ello. El régimen lo compró”, afirmó la señora de Goiburú, quien tiempo después encontraría en 1992 un recibo en el Archivo del Terror, en el que consta el pago en efectivo de 8.000 dólares americanos en concepto de “comisión y viático” para traslado a Entre Ríos para “tarea reservada”.
El 28 de febrero, el juez Eduardo José Salvarini resolvió archivar la causa luego de determinar que “estando agotada la investigación sumarial sin que haya sido posible individualizar a los autores del hecho denunciado, resuelvo: reservar los autos en Secretaría hasta que aparezcan nuevos elementos esclarecedores o se opere la prescripción de la acción penal”. En realidad, los investigadores tenían elementos para avanzar y conocían el destino de Goiburú, pero nunca quisieron hacerlo. Eran muchos los intereses en juego y al más alto nivel gubernamental. A nadie le convenía.
Sin embargo, la mujer de Goiburú pudo averiguar que el secuestro de su marido había sido planificado desde el Paraguay. De hecho, varios días antes se habían sucedido una serie de hechos que habían alertado al propio médico paraguayo. Él sabía que lo estaban siguiendo, por lo que había anotado el número de patente de varios autos que le resultaron sospechosos; había sido alertado por varios vecinos que le dijeron que les habían ofrecido muchos dólares para que efectúen inteligencia o presten sus domicilios para planificar el secuestro. Inclusive, luego del hecho, los testigos declararon que ninguno de los secuestradores tenía acento paraguayo.
Pagar con la vida
El 4 de mayo de 1954 Paraguay fue sacudido por el golpe de Estado de Alfredo Stroessner, apoyado por el Partido Colorado, que derrocó al Presidente Federico Chávez. Hijo de alemanes, el dictador tomó el poder recién en agosto de ese año e inmediatamente suspendió los derechos civiles y suprimió a la oposición política, condenando a más de un millón de paraguayos al exilio, sea para conseguir trabajo o por la persecución política que se ejercía desde el Estado policial. En ese momento comenzaron los problemas para el doctor Goiburú.
Agustín Goiburú había nacido el 28 de agosto de 1930 en Carmen del Paraná. Recibido de médico, se casó con Elba Elisa Benítez. Desde siempre había sido un dirigente comprometido. En sus épocas de estudiante participó de la agrupación Blas Garay, en la Facultad de Medicina; y ya recibido y en funciones en el Policlínico Policial de Asunción se sumó al Movimiento Popular Colorado (Mopoco), una línea disidente dentro del partido stronista que a poco de su llegada al gobierno comenzó a denunciar las torturas y muertes que se cobraba el régimen.
Goiburú fue obligado a renunciar, pero las presiones se hicieron terribles, a tal punto que tuvo que exiliarse. Permaneció más de un mes en la embajada uruguaya en el Paraguay, hasta que tuvo que irse por presiones del gobierno, recayendo en Candelaria, un pueblo misionero ubicado a 40 kilómetros de Posadas. Allí comenzó a recibir denuncias de la aparición de cuerpos flotando en el río. Eran paraguayos que habían sido salvajemente torturados, con sus miembros seccionados y atados con alambres de púas. Esto tampoco lo calló. Y siguieron las amenazas y persecuciones.
En 1969, la marina paraguaya lo esperó un domingo de pesca y lo apresó en aguas del río Paraná y lo llevaron hasta el Paraguay. Con él estaba su hijo Rolando, de 11 años, que a los pocos días fue dejado en libertad y recogido por su familia.
Goiburú fue acusado de intentar planear un golpe de Estado para derrocar a Stroessner. El informe, que parecía un relato novelesco, decía que “fue detenido en Encarnación en momentos en que intentaba ingresar al país en forma clandestina para dirigir una conspiración contra el superior gobierno, gestada por el Mopoco y dirigida desde Posadas”. El Mopoco respondió acusando al dictador, mientras su mujer denunció el hecho ante la justicia paraguaya. Recorrió varias comisarías y centros de detención, hasta que en julio de 1970 lo encontró en la Seccional Tercera. Lucía flaco, demacrado, tenía la cabeza rapada y su cara era de un color verde amarillento. Pero tenía el ánimo de siempre. Le contó que pensaba fugarse y Elba lo ayudó en la apoyatura exterior.
En diciembre de 1970, Goiburú y otros detenidos se escaparon por un túnel subterráneo de unos 70 metros de largo. Había cavado con una cuchara, pero tuvo tiempo de dejar un mensaje para Stroessner: “Gringo, usted está loco si pensaba dejarme de por vida en la cárcel. Yo amo la libertad. Además, le advierto que lo voy a seguir buscando, porque únicamente su muerte hará libre al pueblo paraguayo. Y quiero aclararle que las personas que decidieron quedarse en la cárcel no tienen nada que ver con mi fuga”. Stroessner montó el cólera. Es que la fuga había sido histórica, y sabía que debía tener miedo.
El médico volvió a refugiarse en Argentina. Morocho, de rasgos orientales, le gustaba siempre vestir elegante. Era muy enamoradizo: tenía cinco hijos con tres mujeres distintas, pero su gran amor era Elba, su compañera inseparable que lo ayudó siempre y le soportó las infidelidades. Y eso era algo que él le reconocía. Era un tipo muy vehemente, que muchas veces debía controlar sus impulsos revolucionarios, sobre todo porque sabía que en ningún lugar estaba seguro, del enemigo paraguayo. Para los que lo conocieron, era un amigo intachable. Un gran médico, un padre ejemplar, un militante que defendía a muerte sus ideales y que llegó a poner miedo al dictador que más tiempo llegó a mantenerse en el poder en América Latina. Y así fue. Su paso por Paraná fue breve pero dejó una huella imborrable. Por luchador, pero sobre todo por buen tipo.
“Tengo la convicción de que mi esposo fue llevado al Paraguay con la complicidad de los jefes y autoridades de la Policía Federal, en el momento del secuestro”, dijo la mujer cuando fue citada a declarar por la Cámara Federal de Paraná, en febrero de 1987. Además, la mujer pidió que se cite a declarar al jefe de la fuerza, subcomisario José Faustino Fernández; y a su segundo, el subcomisario Osvaldo Antonio Grillo, “que pudo tener conocimiento de los hechos y con posterioridad a su secuestro estuvo encargado de efectuar mi seguimiento personal”. La mujer también le dijo a los camaristas: “Creo además, que el teniente coronel Remo Durán, quien fuera ministro de Gobierno de la provincia durante la administración del brigadier Di Bello, puede aportar algún elemento de juicio sobre la desaparición de mi esposo, ya que la vez que conversé con él pude constatar que contaba con información directa del Paraguay. Es más, en una ocasión pude observar sobre el escritorio de su despacho un ejemplar del diario El Pueblo, de Asunción”.
El hallazgo de los archivos del terror permitió descifrar una parte del camino recorrido por Goiburú. Comprueban la participación directa del dictador paraguayo Alfredo Stroessner en numerosos casos de desapariciones, y dejan al descubierto todas las minucias burocráticas de las operaciones de la policía de seguridad: expedientes de arrestos, interrogaciones, nombres de cientos de informantes de la policía (conocidos como “pyragues”, una palabra guaraní que se refiere a aquellos que caminan silenciosamente sobre pies emplumados), y la correspondencia en la que los paraguayos coordinan sus actividades con las fuerzas de seguridad de otros países que componen el núcleo de la Operación Cóndor.