Algunas consideraciones sobre el 24 de marzo de 1976

Rogelio Alaniz

 

Cuando algunos amigos más jóvenes me preguntan sobre el golpe de estado del 24 de marzo de 1976, habitualmente les digo que mis opiniones están escritas por lo menos en tres diarios y no solo escritas, también reiteradas con tonos y adjetivaciones diversas manteniendo en común el repudio a un pronunciamiento militar que sin exageraciones merece calificarse como el más sanguinario de nuestra historia que no fue precisamente dulce, con el añadido de que me tuvo dos años en cana sin causa y sin proceso. Dicho esto, agrego que el terrorismo de estado y la ejecución del que pensaba diferente venía de antes de 1976. Los milicos sistematizaron lo que el régimen peronista inició con las Tres A, pero también con Montoneros que, hay que decirlo, era peronistas y ejercieron responsabilidades estatales en nombre del peronismo. ¿Eran lo mismo Montoneros y las Tres A? No eran lo mismo, pero ambos asesinaban en nombre de Perón. También me gustaría decirle a los muchachos otras cosas. El golpe de estado estaba anunciado desde por lo menos seis meses antes; no fue impulsado por EEUU, pero los yanquis le dieron luz verde.

 

No es verdad que el pueblo lo repudió, tampoco es cierto que todo el mundo estuvo de acuerdo. Pero sí hay datos para postular que un sector mayoritario de la población lo vio con buenos ojos y consideró, en una Argentina habituada a los golpes de estado que esa intervención era necesaria porque, francamente, el gobierno de Isabel, el régimen peronista vigente, era indefendible. El régimen era indefendible, ¿pero el golpe es malo? ¿Cómo es la cosa? Respondo: la vida, la historia no tienen la obligación de ser coherentes o lógicas. Por eso existen las tragedias. Pasaron las dos cosas: un régimen indefendible y un golpe de estado también indefendible. Mala suerte para todos. La historia, de todos modos, ha condenado a los militares golpistas, lo cual me parece muy bien, pero la dictadura militar que se inició el 24 de marzo dispuso de un consenso social importante y ese consenso lo sostuvo durante los primeros años con algunos picos de popularidad notables.

 

Señalo tres: la plata dulce y la ilusión del compro barato con televisores de color incluidos y caravanas felices a Brasil; el mundial de fútbol de 1978 cuando el “flaco” Videla fue vitoreado como un ídolo popular; y la aventura militar en Malvinas, cuando Galtieri habló del balcón y él y muchos creyeron que había nacido un nuevo Perón. Después está lo otro que pasó a ser decisivo: el baño de sangre, los secuestros, las torturas, las desapariciones, los vuelos de la muerte. ¿Y la guerrilla? También he escrito mucho criticándola, pero la condena a la guerrilla no puede ni debe justificar el horror de la tortura, las ejecuciones ilegales, los botines de guerra. Y todo hecho en nombre del estado y en defensa del supuesto mundo occidental y cristiano.

 

Volvamos a la charla con los amigos acerca del 24 de marzo. Hoy ya no es una cuestión de memoria, siempre personal y oscilante, es un tema histórico; es la historia la que debe investigar con sus herramientas teóricas lo que ocurrió en aquellos años. Por lo pronto, los argentinos hemos decidido vivir en democracia más allá de sus carencias y límites. También hemos admitido que el crimen político nunca se justifica. Nunca. Ahora sabemos que a los gobiernos malos se los saca con votos y no con botas. Si alguien conoce otro modo, que lo diga o que lo inscriba en el registro de grandes inventos mundiales. Mientras tanto, prefiero creer en la opinión de millones de personas, aunque se equivoquen u otorguen mayoría a quien no me gusta, que en la infalibilidad del militar salvador de la patria. Agrego, además, un detalle: esos militares hoy no existen. Y no hay contexto interno ni internacional para que intervengan. Mucho menos contexto ético o moral. Otro sí digo. No hay 30.000 desaparecidos; hay alrededor de 8000, lo cual es una tragedia que pareciera que a algunos no lo conforma. Y establezco la diferencia porque las mentiras no me gustan.

Vengan de donde vengan. Y 30.000 desaparecidos es una cifra mentirosa y tramposa. Los desaparecidos son sinónimo de tragedia, porque es una tragedia que se elimine así a un ser humano, incluso a los guerrilleros o subversivos o como quieran llamarlos. Dicho esto, agrego que los desparecidos son víctimas pero no héroes. El modelo de sociedad política que defendían era detestable, salvo que alguien crea que los experimentos de Camboya o Cuba o, si les gusta, Venezuela, merecen imitarse. Otro sí digo: no me gusta que el 24 de marzo sea feriado nacional. Los feriados patrios aluden a fechas de las que estamos orgullosos: el 25 de mayo y el 9 de julio. El 24 de marzo fue un horror, una tragedia. En Francia, los franceses no celebran el día que los nazis ocuparon París, celebran la jornada en la que Paris fue liberada. Entonces, ¿por qué el 24 de marzo y no el 10 de diciembre cuando el pueblo argentino recuperó la democracia y las libertades? Otro si digo; ninguno de los problemas que hoy afrontamos los argentinos (nacionales e internacionales) tienen que ver con el 24 de marzo de 1976.

 

Ni los económicos ni los sociales, ni los culturales. Un señor o una señora de cincuenta años en 1976 no había ingresado a la escuela. La Argentina y el mundo cambiaron en el último medio siglo y los desafíos son otros. Si forzamos los hechos podemos encontrar algunas relaciones entre 1976 y 2021, pero forzando los hechos también podemos encontrar relaciones con 1966, o 1955 o 1930. Y si me apuran, diría que el mundo aún está marcado por el crimen de Caín contra Abel y del momento decisivo en el que Eva tentó al bueno de Adán.

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