
Por Belén Zavallo
(especial para ANÁLISIS)
Murió Car. Car es Oscar Ojeda que además de artista fue para mí un amigo, sin la frecuencia ni la confesión, Oscar estaba y nosotrxs con él.
En el frente de su casa tenía una ventana que funcionaba como vidriera, Oscar pintaba y encendía una radio, tomaba algo, siempre tomaba algo y en lo que parecía un brindis interminable estaba también un poco oculto y poco visible, las ganas de Car de dejarlo todo.
Cada día, Car pintaba. Car como lo había apodado mi hija Francisca que nació viéndolo desde las rejas de su casa y que dialogaba en la media lengua que los unía, porque necesito decir que Car conservaba al niño que había sido más lúcido que al hombre bueno que era.
Este mediodía llegamos de jardín y lo vimos por última vez, Car iba doblado como una semilla que está a punto de largar un brote sobre una camilla. Había un pequeño tumulto de policías y gente. Un sobrino, el famoso sobrino que él mencionaba a diario porque le conectaba la computadora desde la que hacía el taller de escritura, me dijo que iba a mantenerme al tanto. Al rato supe de su muerte pero antes, Francisca lloró acostada en el sillón a su amigo. Me abrazó y después se sentó a dibujar, como un gesto más que los encontraba en trazos incomprensibles.
Ahora el cielo lo recibe con unos chijetazos de luces y folclore, relámpagos y gotas gordas como cascotes me tienen en el trajín de contener al perro y a mis hijos en esta noche triste de miércoles pero pienso en Oscar y sus obras.
Car pintaba un paraíso con facha de bar, mujeres y hombres con las caras desfiguradas. Quizás en su visión todos éramos un poco otros, algo más salvaje y quizás por eso hizo la tapa de mi Lengua montaraz con una mujer pájaro con patas de ñandú.
En sus poemas diarios no faltaban animales, la jungla de la que estamos hechos aparecía con trazos siempre vibrantes. El amor por su familia, el campo de la niñez, las hermanas y su madre, el hermano que hoy apareció mientras atestiguaba la requisa de la policía. Un hombre casi igual, flaco y con ojos de gato. Car miraba así, felinamente pensé. Y vivía en el total despojo de las cosas, en un desorden incapaz de ser acomodado con palabras pero lo reunía todo: pinturas y amores, las fotografías que diariamente subía a su estado de WhatsApp con su siempre vivo “¡Salud a tuites!”.
Estuve en su casa sin poder dejar de repasar la visita que hicimos con Nico Rigaudi en pandemia. Car nos esperó impecable, montaría una muestra en homenaje a su compañera Griselda Meded que había partido demasiado pronto y que también a él lo había fisurado. Se acordaba de todos menos de él, le dije a su sobrino y sus hermanos. Nos abrazamos para recomponerlo. Nosotrxs, querido Car, no te olvidaremos.