Luis María Serroels
(Especial para ANALISIS DIGITAL)

Pareciera que todavía quedan en la Argentina funcionarios que insisten en desconocer la tarea del docente. Surge inexplicable, que una ley no escrita haga que cuando se arriba a un cargo importante en el área educativa la consigna imperante es “los maestros trabajan poco”. Cuando CFK manifestó que trabajan solamente cuatro horas diarias y tienen tres meses de vacaciones, ofendió groseramente a quienes la formaron a ella y a sus hijos, pero en realidad, se agravió a ella misma en tanto exhibió un grado de desconocimiento inconcebible en una estadista.

Para ayudar a una presidente mal informada pero también a todos aquellos que, como ella, observan la realidad con una mirada oblicua, nos permitiremos anoticiarlos de cuan poco trabajan los docentes argentinos.

Deben desde luego prepararse adecuadamente en escuelas especializadas en educadores y una vez recibidos, para acceder a impartir conocimientos, deben hacerlo mediante concursos, un paso que deberán repetir para un ascenso y que además requiere de una credencial que certifica antecedentes y evolución en la tarea pedagógica.

Se sumerge el maestro en una dedicación plena a su misión que apunta a formar a sus alumnos para la vida y servir a la excelencia del establecimiento. Durante su revista está sometido a reuniones permanentes con directivos, con sus pares y con los padres, lo que les insume tiempo extra.

También debe asistir a cursos de actualización y perfeccionamiento por fuera del horario regular y distribuir –en el caso de los profesores- sus horas de cátedra en varios establecimientos, en una suma de compromisos que apuntan a un ingreso salarial aceptable pero demandan mucho esfuerzo al convertirse en “profesor taxi” para cubrir los distintos sitios de labor. E incluso se dan casos en donde la acumulación de horas sólo es posible cumpliéndolas en diferentes turnos.

El docente debe hacerse cargo numerosas veces de pagar de su bolsillo los elementos didácticos requeridos, adquirir material bibliográfico y afrontar cualquier costo que demande la atención de varias decenas de alumnos, convertidos en hijos postizos muchas veces en desmedro de la atención de sus propios hijos.

Preparar las clases en su hogar, corregir exámenes y ordenar temas, a menudo se hace invirtiendo el tiempo que otros destinan al esparcimiento porque pare ello se debe trabajar los fines de semana. Los famosos 3 meses del dislate presidencial no existen: no superan los 45 días y durante ese lapso los establecimientos permanecen cerrados, lo cual se aprovecha para obras de reparación, limpieza y desinfección. Es además el maestro una especie de asistente social que debe hurgar en las cabecitas buscando piojos y liendres y cuando es necesario, colaborar en el comedor escolar, porque el maestro es parte de la familia.

No es un tema menor que deba ser agente de control de la violencia que, generada en los hogares, se manifiesta en las aulas, siendo a veces destinatario de esas agresiones que ahora están encarnadas también en padres desvariados que agreden a los maestros (en especial las mujeres), porque su hijo no logró la nota que él desearía buscando causas que debería auscultar en la casa. Y ni hablar de los robos a que se ven expuestos porque no tienen guardias personales como en otros ámbitos. ¿Sabrá de estas cosas la presidente?

La señora Cristina Fernández, que suele faltar a la verdad presa de sus incontinencias verbales, debería reflexionar profundamente si todo lo descripto se puede lograr con cuatro horas de trabajo en la escuela. El maestro enseña a pensar y aquél gobernante que cree que la educación es cara, que pruebe con la ignorancia.