La astucia de un viejo general

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El testimonio de Carlos Vairetti: episodios inéditos de Perón

Claudio Cañete

El escribano paranaense Carlos Vairetti conoció a Juan Domingo Perón a los 18 años, cuando el entonces coronel apenas esbozaba su proyecto político. Más tarde, siendo presidente, convirtió a Vairetti en su hombre de confianza en el medio de una estratagema para contrarrestar el poder que estaba ganando la CGT -a la cual se le estaba haciendo dificultoso controlar-. El notario también fue colaborador y funcionario de los tres gobernadores que tuvo el justicialismo en la provincia, durante las dos primeras presidencias de Perón. Más tarde, en el exilio, Vairetti también lo visitó en España, poco después de que Perón fuera operado de la próstata, en definitiva poco antes de su retorno a la Argentina. Nunca le dijo Vairetti, ni Carlos, ni Carlitos, por más que pasaran los años. Para Perón era el Pibe de Entre Ríos. Por eso confió en su formación como profesional y le ofreció desempeñarse en Buenos Aires en un ámbito más exigente, porque le vaticinó que cuando tuviera 30 años sería el nuevo gobernador de Entre Ríos, edad que cumplió para el año 1955. La denominada Revolución Libertadora impidió que aquel deseo de Perón se cumpliera. Estos son algunos de los episodios que en exclusiva rememora Vairetti en diálogo con ANALISIS.

Dialogar con el escribano Carlos Vairetti es tomar contacto con una historia que siempre es necesario revisar. Porque fue un privilegiado testigo de época, de todo el desarrollo del peronismo desde su origen. En definitiva, en ese trayecto que hace con su memoria, entra el comienzo y desarrollo del peronismo como fuerza política y marco de configuración de la sociedad argentina: a la luz de sus apogeos, exilios, aciertos, excesos y recambios que se produjeron como movimiento de masas. Con tres o cuatro episodios, deja entrever algunas claves que explican la irrupción de un movimiento político, del cual en febrero pasado se cumplieron 60 años desde que arribó al poder por medio de las urnas.

Siempre trabajó en forma privada, con su estudio notarial, teniendo a su esposa Luisa Ana Rapínese como asistente incondicional. Vairetti, que tiene 80 años, fue militante de la primera hora y colaborador de los tres gobernadores justicialistas en tiempos de las dos presidencias de Perón. Acompañó a Héctor Domingo Maya, siendo un joven estudiante de Escribanía, como secretario ad honorem. En la misma modalidad -ad honorem- participó ya como escribano del gobernador Ramón Albariño. Y finalmente como ministro de Gobierno del profesor Felipe Texier, hasta el derrocamiento de 1955.

Retirado de la actividad partidaria en tema de candidaturas pero de ninguna manera desentendido de la política, dice en sus declaraciones que el justicialismo se ha alejado de los lineamientos de Perón y Evita. Que la nueva dirigencia sólo busca asumir cargos para hacerse de “unos mangos” y que ya no está tan movilizado por el sentimiento de servir a los que menos tienen. “A los jóvenes cuando se les pide algo primero te preguntan cuánto le van a dar”, afirma.

Los muchachos de antes…

Justo cuando comienza a hablar de los jóvenes es que hace el primer punto de contacto con su pasado. “Cuando éramos estudiantes y el peronismo estaba en formación, salíamos a los barrios, a los gremios, a hablar de los nuevos tiempos que se avecinaban, a pedido del general José Humberto Sosa Molina, que era interventor de la provincia pero que estaba alineado a las ideas de Perón. Sosa Molina era un oficial que más tarde junto a su hermano serían funcionarios nacionales de Perón. Ahí entramos a trabajar por un peronismo que todavía no existía, ni la doctrina existía. A Perón lo conocí cuando tenía 18 años y medio. Fue cuando terminé la escuela, justamente Sosa Molina nos eligió a seis muchachos de la provincia para ir a conocerlo: Luis Bilbao, que se estaba por recibir de escribano; Rubén Xavier, que estudiaba para abogado; Zoilo García, que era escribano; un médico llamado Romeo Brollo, un muchacho de apellido Garbino, de Gualeguaychú, y yo. Fuimos en un micro chiquito de esa época, con el que cruzamos el río en balsa. En Santa Fe subieron otros seis o siete más y otros cuatro o cinco en Rosario. El viaje a Buenos Aires era una odisea, porque no había autopista como hoy. Así que el viaje era de más de siete horas. A nosotros nos llevaron tres veces a verlo: esa vez, que fue a mediados de mayo de 1945, a fines de junio y el 20 de julio de ese mismo año. Conocí a Perón antes del famoso 17 de octubre. Nos alojaron en el Colegio Militar de la Nación y al otro día, que era sábado, nos despertaron a las seis y media y nos llevaron a tomar el desayuno a la Quinta de San Vicente, donde estaba Perón con otros jefes militares. Éramos más de 150 jóvenes universitarios de todo el país que tomamos el desayuno mezclados con los oficiales que conversaban con nosotros amigablemente. Al rato vino Perón y dijo: ‘Vamos a presentarnos, que cada uno se vaya parando y diciendo cómo se llama, de dónde es y qué hace’. Y luego nos dijo: ‘Yo quiero que sean amigos, que se conozcan, que se pasen los domicilios y que se escriban. Tenemos que ser amigos, tenemos que formar un grupo coherente, sobre todo de amigos, honestos y leales a nosotros mismos’, dijo con su voz ronca. Y a sus oficiales les remarcó: ‘Estos jóvenes son los futuros dirigentes del movimiento que vamos a crear’. Nosotros nos reíamos, éramos muchachos, no vislumbrábamos lo anticipado que estaba. Allí mismo nos contó de sus sueños, de sus planes, de la experiencia que había hecho en Europa, de lo que quería hacer con el país. Nos remarcaba en cada encuentro el hecho de que íbamos a tener que prepararnos porque tendríamos muchas dificultades con los intereses que íbamos a tener que tocar. Recuerdo que nos decía una frase muy simple, propia de su decir: ‘Vamos a tener que romper muchos huevos para hacer esta tortilla”, recordó Vairetti.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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