Luis María Serroels
Fueron dos. La historia los guarda con virtudes y defectos. Pero el juicio que sólo el tiempo va esmerilando hasta asentarlo libre de las pasiones que suelen obnubilar la razón, ya los tiene bien resguardados. Fueron dos grandes José: Manuel José (Belgrano) y José Francisco (San Martín).
Esta reunión de tales celebridades, convocada quizás con cierto atrevimiento por nuestra columna, sólo es una ficción literaria que halla su justificación en el deseo de reivindicar el 25 de Mayo como la gran gesta nacional, más allá de sus postulados inconclusos.
Ambos invitados a esta mesa tuvieron su protagonismo histórico y cada uno sufrió injusticias en las largas luchas emancipadoras, donde fue signo distintivo el fervor con que abrazaron la necesidad de organizar el país y unir fraternalmente a todos los argentinos.
¿El disparador de tan lujosa reunión? Una Fecha Patria, que hoy tendrá su plaza emblemática sirviéndole de marco a un acto político-partidista. Algo respetable en su esencia pero discutible por su contenido sectorial, volcado en una fecha clave que no es propiedad de nadie sino de todos. Un ejercicio de parcialización ideológica alejado precisamente de las ideas fuerza que nutrieron el pensamiento y la acción unificadora hace casi dos siglos.
Todo lo conversado con este periodista lamentablemente no pudo ser grabado, en respuesta a un razonable pedido de los asistentes. No porque temieran el riesgo de emitir frases que desvirtuaran sus trayectorias, sino, por el contrario, porque ante cada una de nuestras alusiones a sus conductas ejemplares y a todo lo bueno que a su tiempo le dieron a la nación, su modestia y pudor los sonrojaba y enmudecía. El rigor histórico se tornó ineludible para reconocerles como legado glorioso aquello que ellos aceptaron a regañadientes como simples acciones producto del deber y la entrega por su patria.
Nadie se atrevía a iniciar el diálogo cruzado. Finalmente cada uno se ubicó en un sillón histórico muy modesto, reconociendo sólo los logros y virtudes del otro.
Y ésta es una puntualización necesaria, porque cada uno de estos José parecía almacenar en su memoria únicamente cuanto había hecho la otra parte, descartando sus propios méritos. Pocas veces nos ocurrió tener que llenar tanto material a mano y a tanta velocidad (¡cómo extrañamos el grabador y la PC!).
Al limpiar los escritos, con letra más difícil de entender que la de las recetas médicas, por fortuna logramos extraer y ordenar lo que el lector hallará de aquí en adelante y que es sólo un apretado resumen al que nos obligó la limitación de espacio.
De Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, que en una carta a San Martín le confesó estar “cargado de soledad”, podemos recordar que ya recibido de abogado en España, regresó a su patria donde, convertido en militar, corajeó lindo contra las Invasiones Inglesas; más adelante integró la Primera Junta de Gobierno y con el grado de general marchó a cuidarles la retaguardia a los montoneros de Martín Güemes. Victorias y derrotas lo marcaron y tras haberle transferido el mando a San Martín, dirigió la Campaña al Paraguay (de paso conoció Paraná, donde recibió generoso apoyo material y cálidas muestras solidarias, dejando en Entre Ríos las cartas fundacionales de Mandisoví, hoy Federación, y en Corrientes el pueblo de Curuzú Cuatiá). Además, llegó a ser jefe del Ejército Auxiliar del Perú.
A propósito, el Santo de la Espada recordó haberlo considerado “lleno de integridad y valor natural”, con altas virtudes militares sin tener grandes conocimientos. Junto a sus soldados, padeció falta de comida, de suelas, de vestuario, de tabaco, yerba y hasta sal. Enfrentó mucha miseria, desnudez, hambre y frío, debiendo usarse los ponchos para resguardar las armas del agua. Renunció a honores y rechazó dinero que donó para construir escuelas. Además, fundó academias de matemáticas, geometría, arquitectura y perspectiva, y una escuela de náutica. Como si algo faltase, creó nuestra hermosa enseña nacional.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
