Florencia Penna
Quienes asistieron a la inauguración de la exposición Banquete de la Pachamama realizado la semana pasada en la Galería Estudio 24, compartieron sabores autóctonos y un ritual ancestral entre mágicas imágenes de un mundo deslumbrante. Jorge Alcides Lucero Villalba Hagelstange, nacido en Buenos Aires hace 45 años, ofreció su menú artístico en un marco conceptual que abarcó varios sentidos. El visual, al menos, podrá ejercerse hasta el 15 de julio en el local de Italia 176, donde se encuentran las obras de quien se define como un artista múltiple que investiga la cultura americana y trata de hacer un aporte contemporáneo desde su mirada, a través de diversos formatos.
La puesta en escena comenzó en plena calle, cuando una llamada de tambores irrumpió trocando los ruidos automotrices por rítmicas percusiones. Lo inusual llama la atención, hace parar la oreja, volver la vista, salir a la puerta. Cambia las reglas del juego dado. Al menos por un rato, desvió el tránsito e invitó a acercarse. Luces especiales ambientaban la blanca galería, en cuyas sombras colgaban pinturas en bastidores de mediano y gran tamaño. El colorido banquete era el centro de la escena, donde algunas hojas de bananos ofrecían carne y frutos para todo el mundo. Carne fresca de una doncella a ser sacrificada y devorada. El mismo artista, caracterizado, hundió el cuchillo sagrado.
Como las performances más que ser narradas deberían ser sino experimentadas al menos compartidas, basta decir que luego se dio curso al segundo plato, un abanico de sabores, coloridos y aromáticos, elaborados por el cheff Ángel Bochi Sánchez en base a recetas especiales.
En diálogo con ANALISIS, el ideólogo del convite contó algunas de sus intenciones, limitadas únicamente por el desubicado frío polar.
-¿Qué propone el Banquete de la Pachamama?
-En la búsqueda de combinar esas cosas que habitualmente no se combinan... porque, acá por lo menos, no vi nunca una exposición donde se reúnan en una misma idea conceptual la gastronomía y las artes visuales. Me pareció una idea genial en relación a mi proyecto de trabajar sobre la América antigua. Una vuelta de rosca interesante, poder intercalar lo culinario y el tema histórico. Las comidas son presentadas en la inauguración. Existe la posibilidad de editar un libro con recetas que seleccioné de diferentes partes de Sudamérica.
-¿Te permite esta fusión correr ciertos “límites” entre un arte venerable y otro más cotidiano y desvalorado?
-Sí, creo que los límites se corren todo el tiempo. ¿Cuál es el límite para las cosas? El límite lo pone uno. Romper el límite de lo que debe ser. En las exposiciones siempre se hace un vernissage, se ofrece comida y bebida, pero nunca están relacionados con lo que se va a mostrar, están como separados. Me parece que hay que sacarle el rol mediocre que se le da a la presentación gastronómica dentro de las exposiciones artísticas, y ponerla al mismo nivel de la obra en cuestión.
-¿Cómo ha sido para esta oportunidad?
-La investigación gastronómica comprende recetas antiguas, preparadas para que la gente las pueda degustar. Algunas están elaboradas con ingredientes muy extraños, sacados de la selva amazónica, pero adaptados a lo que se puede conseguir en Paraná. No tenemos una superproducción para traer cierta fruta en avión.
-¿Por qué incluís la performance del ritual?
-Una de las cosas más impactantes de lo que culturalmente comían los indígenas, eran los rituales antropofágicos que, se sabe ciertamente -porque también se cuentan muchas historias-, hacían los tupinambas y los tupí guaraníes. Se comían entre las guerras tribales a sus prisioneros, y también a los personajes muy admirados porque creían que así se incorporaba la fuerza del otro. Es muy impactante para nuestra cultura. Me pareció que el ritual recreaba esa fantasía, dando un toque mágico a la muestra. En un acto simbólico se recrea la presentación de un plato de carne humana: una persona preparada con ingredientes. Diría que es un toque de color
-¿No de provocación?
-Seguramente. Pero hecho con respeto y estéticamente para que no caiga en un lugar bizarro. Creo que lo más trascendente es la conjunción de la comida y la obra, el “actino” es un toque de color, no lo tomaría más seriamente que eso. Sino lo hubiera hecho de otra manera, con una muestra abordando realmente el canibalismo en la historia humana; aquí el tema está tocado de forma superficial.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)