Antonio Tardelli
Hace más de una década, durante uno de sus congresos, en un contexto de acuerdo con otros partidos políticos, el radicalismo de Entre Ríos discutía el ordenamiento de una lista de candidatos. Era 1997, era una elección legislativa, eran los tiempos del menemismo y era la posibilidad cierta de poner fin a una seguidilla de derrotas que había comenzado 10 años antes. No sin contratiempos nacía la Alianza. La resolución del conflicto –con un dirigente del Frente Grande desplazando de la boleta a un radical surgido de comicios internos– dio origen a un enunciado burlón: “No se olviden de Boleas”.
Antonio Boleas fue quien debió dejar su lugar para permitir la incorporación del aliado Federico Soñez.
Por entonces todo estaba más claro: las políticas menemistas eran insanablemente reaccionarias. Más audaz en 1997, más moderada en la campaña de 1999, definitivamente conservadora una vez que se alzó con el poder, la Alianza había nacido como una fuerza de centro-izquierda. Hoy, con otra versión del peronismo en el gobierno, las cosas son más complejas. No es tanto una definición ideológica sino un escenario propicio, inimaginable hace un año, lo que alienta a los opositores a edificar una alternativa que evidentemente tiene chances de protagonizar una decorosa perfomance.
Pero constituyen un serio escollo los problemas que enfrentará la nueva alianza para confeccionar una lista que exprese cabalmente su heterogeneidad. Los años no han transcurrido en vano y multiplicaron la dispersión. Al margen del peso específico de cada quien, el frente opositor es un espacio capaz de representar, al menos en teoría, a mucha gente. Se trata de sujetos no tan distintos entre sí pero diferenciados por matices que complican el armado: radicales, ex radicales, socialistas, seguidores de Elisa Carrió, ex seguidores de Elisa Carrió y simpatizantes de Margarita Stolbizer, entre otros ejemplares.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)