Silvio Méndez
Los problemas de capacidad del cementerio público municipal de Paraná no son recientes. Desde hace algunos años se anuncia que está llegando a su límite, a partir de registrarse inconvenientes por el ajustado margen entre lugares que se van generando por el recambio de cadáveres que se retiran o reducen para posibilitar nuevas entradas de cuerpos.
En este sentido, cabe señalar que la ordenanza Nº 7.118, que regula las prestaciones del camposanto, establece en uno de sus articulados que las concesiones para el uso de sepulcros o bóvedas “se otorgarán por un plazo de 30 años”.
Teniendo en cuenta que por datos extraoficiales la necrópolis local cuenta en sus siete hectáreas de superficie con unos 23.000 nichos, 1.000 fosas y 600 panteones, la capacidad operativa se calcula en que semanalmente se deben “liberar” unos 30 nichos para cubrir la demanda de los ingresos diarios. Este número, de acuerdo a lo que mencionan los municipales afectados a estas faenas, aumenta en el período invernal.
Ni siquiera la tendencia de reubicación de los difuntos en cementerios privados de la ciudad, la cremación o traslado a necrópolis públicas de pequeñas localidades vecinas ha desahogado la demanda.
Para desocupar lugares, se apela a la normativa vigente, así como la posibilidad de reducción de restos óseos a través de la cremación. En caso de que los familiares de los fallecidos no cuenten con la disponibilidad económica para costear el traslado a un predio privado o la incineración, se echa mano a una cláusula de la legislación para la instalación y funcionamiento de un horno para este servicio en el cementerio municipal (ordenanza Nº 8.220). Así, el permisionario dispone de un número (tres en la actualidad) de cremaciones sin cargo a pedido de la Municipalidad para casos de “indigencia manifiesta”.
Directamente se incineran estos restos, ya que la fosa común no cuenta con espacio suficiente. Cuando se comenzó con esta medida hace unos cuatro años, también se adoptó el cuidado de identificar las bolsitas en donde eran guardadas las cenizas con el nombre y apellido del difunto por si en algún momento algún conocido pretendía rescatarlo.
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