Hugo Remedi

La abultada victoria del oficialismo en las elecciones del 23 de octubre de 2011 tiró al ostracismo político a una parva de dirigentes provinciales de renombre. Sobre todo, a los peronistas nucleados en el Frente Entrerriano Federal, que lidera Jorge Busti, y encima los echaron del partido.

Todo negro para los peronistas disidentes. Cada uno hizo lo que pudo. Golpeados y marginados, debieron volver a casa con la cabeza gacha y armar las valijas para un posible retorno. Lo mismo sucedió con algunos radicales, incluso con algunos kirchneristas, que sufrieron derrotas impensadas en sus feudos chicos.

La mayoría de los “contagiosos enfermos políticos” coinciden en que por ahora es tiempo de desensillar y esperar que aclare. El machetazo los dejó en la vía desangrándose y ahora cada uno de ellos anda por la vida buscando su lugar. Nadie llega a la política para que en el medio del viaje alguien lo tire del tren: fue atípico pero sucedió.

Era un rito histórico que un político, sobre todo peronista y radical, abriera sus brazos a un correligionario o a un compañero en desgracia. Nada de eso sucedió tras el octubre trágico, fundamentalmente para los peronistas rebeldes. Por el contrario, hasta las amistades estrechas quedaron de lado.

La cultura kirchnerista del “aliado o enemigo” fue implacable, dentro de este abanico no hay término medio. El que acompaña cobra y el que piensa diferente, a la Siberia. Ninguno quedó finalmente cerca del poder del oficialismo, ni siquiera los que rápidamente mutaron de opositores a complacientes, de modo tal que muchos de los contagiados terminaron aterrizando en el llano.

De hecho no está tan mal que cada tanto los políticos vuelvan a surcar los mismos senderos de la gente común, en absoluto, si se puede advertir que se ha roto con un código casi perpetuo que quizás el día de mañana tenga a otros personajes como protagonistas de la desdicha.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)